El espía que cambió el mundo

Unos fueron malvados; otros, pequeños héroes que ayudaron a cambiar el mundo

Joan Pujol, espía español que ayudó a cambiar el mundo.
Joan Pujol, espía español que ayudó a cambiar el mundo.
Óscar Fábrega
07:00 • 08 dic. 2019

No todos los espías son como el famoso James Bond. De hecho, seguramente, ninguno es así. Nuestro Homo insolitus lo demuestra, un espía de lo más curioso, en primer lugar, por ser español, y sobre todo, porque se puede decir que ayudó a cambiar el mundo



Se llamó Joan Pujol, y, al contrario que los galanes típicos del cine de espías, era un señor bajito, tirando a feote, bastante corto de vista y de todo menos glamuroso y seductor. Claro que esto no fue impedimento para que fuese un espía cojonudo, gracias, sobre todo, a su perseverancia, su inteligencia y su poquita vergüenza. Y es que, este señor, tipical spanish, fue el responsable de que millones de personas salvasen su vida.



Pujol nació en Barcelona el 14 de febrero de 1912, en el seno de una familia acomodada de la burguesía catalana. Durante su juventud se movió por el ambiente liberal barcelonés, y al estallar la Guerra Civil optó por esconderse en casa de unos amigos. Pero el escondite solo le sirvió durante un tiempo, ya que finalmente fue detenido por las milicias republicanas. ¿El castigo? Fue enviado al frente, y encima a uno de los frentes más chungos, la Batalla del Ebro. Pero, haciendo gala de la tremenda habilidad que le caracterizaría con el tiempo, logró escaparse y cruzar las líneas hasta unirse a las tropas del general Franco. No tardó en darse cuenta de que estaba en el bando equivocado. Así que un buen día de 1940, tuvo la osada idea de presentarse en la embajada británica y ofrecerse para ser agente doble. Con dos narices. No le hicieron ni caso. Pero se puso a darle vueltas a la cabeza, elaboró un increíble plan y se ofreció a los alemanes. Estos sí que le hicieron caso. Aseguró a los alemanes que conocía a la perfección Gran Bretaña y sus costumbres, y que pasaría totalmente desapercibido a la hora de moverse en los terrenos por los que fluía la inteligencia. Y eso que nunca había estado allí… Así que en julio de 1941 fue enviado como espía a suelo británico. En realidad, su plan era otro: Lisboa fue su destino real y, gracias a una guía de viajes de Londres, un mapa y una guía de trenes, se inventó los informes sobre las movidas militares de los aliados que enviaba a los servicios secretos alemanes. Todo era inventado. Claro, les contaba lo que querían oír.



En cambio, no conseguía convencer a los británicos de su utilidad como agente doble. Así que en 1942 ideó un plan para demostrarles su valía: comunicó a los alemanes que un convoy aliado se encontraba a punto de partir rumbo a Malta. Claro, el convoy nunca llegó, y Garbo lo justificó explicando que se había producido un cambio de planes de última hora, algo bastante común. La jugada llegó a oídos del MI-6, el servicio secreto británico. Fliparon con Pujol y le ficharon. Le pusieron de nombre Garbo… por sus dotes interpretativas.



Una vez en suelo británico, informó a los alemanes de que su red había sido ampliada con cuatro nuevos agentes imaginarios, aunque su plantilla fue aumentando, cada uno con una personalidad, una vida familiar y una manera de hablar diferente. Por supuesto, para no levantar sospechas, los cientos de informes que enviaba a los nazis no siempre eran falsos. 



Pero lo mejor estaba por venir. Cuando las fuerzas aliadas comenzaron a diseñar la invasión de Europa, tomaron conciencia de lo importante que era despistar a los nazis para que no se enterasen del lugar en el que iban a desembarcar. El objetivo era hacer creer al mando alemán que los aliados desembarcarían en Calais, a unos 250 km de distancia del sitio real. La labor de Garbo fue determinante. Utilizando todo su ingenio, consiguió que, mediante informaciones contradictorias y todo tipo de ardides, los alemanes desviaran un gran contingente de sus tropas hasta aquel lugar. Ya saben cómo continúa la historia. 



Gracias a esto fue condecorado en 1944 por el rey Jorge VI con la Orden del Imperio Británico. A la vez, también recibió de los alemanes la Cruz de Hierro por sus servicios al III Reich.



Tras la guerra, como es lógico, Garbo no tuvo más remedio que verse obligado a fingir su propia muerte, así que fue trasladado a Venezuela bajo una identidad falsa, con la idea de comenzar una nueva vida. 


Nadie, ni siquiera su familia, supo nada de él hasta cuarenta años más tarde, en los años ochenta, cuando fue localizado por un periodista británico. Poco tiempo después, tras conocerse su historia, fue recibido y aclamado como un auténtico héroe en una visita que realizó a Londres. En España no nos enteramos de su historia hasta poco antes de su fallecimiento, el 10 de octubre de 1988.



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