Julián Arcas y Antonio de Torres, amistad flamenca

En el Museo de la Guitarra se escuchaba el jueves hablar de armónicos entre susurros

Presentación del libro de Norberto Torres en el Museo de la Guitarra.
Presentación del libro de Norberto Torres en el Museo de la Guitarra. La Voz
Mar de los Ríos
07:00 • 26 ene. 2019

Se llena el aforo de caras que rezuman pentagramas, entre conversaciones cruzadas expectantes. Y mientras todo se prepara, Antonio de Torres mira distraídamente a la izquierda de la eternidad desde la portada de un libro. Uno del que es protagonista junto con su gran amigo, Julián Arcas, un siglo y medio después de sus hazañas: ‘Antonio Torres y Julián Arcas. Una nueva expresión para la guitarra española’. Norberto Torres (IEA, 2018).




El director del Instituto de Estudios Almerienses, Francisco Alonso, ejerce de maestro de ceremonias en la tarde del nacimiento de esta publicación.




Jerónimo Molina, promotor del Certamen Internacional de Guitarra Clásica ‘Julián Arcas’, es el encargado de presentarnos al autor de esta joya de la divulgación de la guitarra flamenca con cuna almeriense. Retrata a Norberto Torres (Lyon, Francia, 1960) como la autoridad contemporánea sobre la guitarra flamenca, a través de todo un flamante currículo de investigación dedicado a buscar los orígenes del flamenco desde su triple vertiente de: artista, músico polivalente e investigador.




Antonio y Julián
Y cuando Norberto coge la palabra para mostrarnos a su criatura, nos resume al hilo su pasión por estos dos almerienses tan relevantes en cuanto a la dignificación de arte popular andaluz hasta convertirlo en el flamenco moderno. Conocer al  lutier Antonio de Torres (Almería 1817-1892), a quien se le compara con el mismísimo Stradivarius, y al intérprete más avezado de sus guitarras,  Julián Arcas (María, Almería 1832-Antequera, Málaga 1882),  a través de esta publicación del IEA, es una aventura más que recomendable. Con el espíritu divulgador para todos los públicos que lleva el Instituto de Estudios Almerienses como bandera, esta obra nos va descubriendo a dos músicos y amigos que convirtieron sendas pasiones en una trayectoria entroncada. Su objetivo se vuelve común en el proceso de dignificación de la música popular andaluza, convirtiéndose en los padres el flamenco actual.




Amistad flamenca
Con toda una serie de imágenes de la época, se nos ilustra de manera concisa sobre el apasionante recorrido vital que estos dos almerienses transitaron en un país hecho a retales, inmersos en una sociedad convulsa e inculta. Antonio era como quince años mayor que Julián, un adolescente concertista de guitarra popular, cuando se conocen en Sevilla en los años cincuenta del siglo XIX. Quizá era necesario, como deduce Norberto sabiamente, que esa diferencia de edad existiese para que, un incipiente concertista de guitarra sin prejuicios confiase en las innovaciones ebanísticas de un maduro Antonio. Con estas dos miradas se construye el tándem sobre el que germina la evolución del sonido flamenco, floreciendo hacia lo que hoy conocemos como nuestra seña de identidad más potente y universal. Y eso fue posible gracias a su empatía personal que llevaron al terreno de lo profesional, sin la cual, quién sabe, hubiese hecho ser al flamenco otra cosa distinta de lo que conocemos hoy en día. Antonio y Julián son catalogados sin complejos, como la raíz del género poético-musical y dancístico, que años más tarde difundirían por el mundo artistas de la talla de: Albéniz y Falla.




Vuelta a Almería
Tras un periodo de triunfos en la década de los sesenta del siglo XIX en Sevilla, ambos deciden volver a vivir en su tierra chica y se establecen en Almería, montando cada cual sendos negocios alejados completamente de su sensibilidad artística. Afortunadamente, dice Norberto en su publicación, esos medios de vida fracasan estrepitosamente y tienen que volver a unir sus fuerzas para seguir dando conciertos. De su vuelta a Almería se nutre aquella pequeña ciudad, recibiendo a concertistas de la época tan reputados como: Francisco Tárrega y Paco de Lucena, los cuales a su vez encargan guitarras al maestro de Torres.




Concierto de Llinares
Después de este interesante recorrido llega un broche de oro: Juan Carlos Llinares, otro virtuoso de la guitarra española, también almeriense, nos deleita con su extraordinaria sensibilidad ejecutoria. Llama la atención su personificación de la fusión de tres siglos. Por un lado porta el siglo XIX, llevando en una mano una réplica de la 114, una guitarra que encargara Tárrega a de Torres, y en la otra sostiene su ‘iPhone”, el que conecta  a la red para añadir imágenes a sus exquisitas piezas de cuerda. Y consigue la magia que solo un artista confiere al aire que respiramos. Entran en nuestra alma alas de mariposas, bailando frente a nuestros ojos, a través de joyas que van desde: Julián Arcas, con un bolero que huele a Cuba y a Andalucía,  un tango flamenco de Luis Soria, muy del gusto de la época, un vals venezolano de Antonio Lauro con sabor a café, para aterrizar en ‘Trémolo de sombra y luz de 2006’ la pieza de sello propio que llena la sala de fina nostalgia de otoño, de despedidas entre el caracoleo de sus dedos bajo el hueco de la 114. Nos despide con el  ‘Anda Jaleo’ de Lorca, mientras Federico nos taladra con su profunda mirada desde la pared en su retrato más emblemático. 




Y no se puede pedir más una noche de enero que huele a primavera; es un regalo para los sentidos cruzar el casco viejo de Almería con el alma empapada por el exquisito sonido de una guitarra de la tierra y desgraciadamente, pienso de soslayo, con el único zapateado posible que sigue a mis pasos, el de mis botas de las rebajas.


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