La larga noche del exilio americano

Sexta entrega de una serie en la que el investigador rescatará hazañas olvidadas

México, Chile, Cuba, Venezuela, Argentina y Estados Unidos acogieron a refugiados españoles.
México, Chile, Cuba, Venezuela, Argentina y Estados Unidos acogieron a refugiados españoles.
Juan Francisco Colomina
07:00 • 17 dic. 2018

“Por la vida futura que  forjamos,



has hecho tuyas nuestras soledades,



la amarga soledad del hombre  libre,



que ha visto atrás su mundo 



derrumbarse”



Madre América, 



de María Pérez Enciso



23 de mayo de 1939, puerto de Sète, Francia. Centenares de familias esperan en el muelle para embarcar en el Sinaia con destino a México. Lázaro Cárdenas, presidente mexicano, había acordado acoger a todos los españoles que se encontraban en los campos de concentración del sur francés en condiciones deplorables  a cambio de que el gobierno republicano se hiciera cargo de los gastos de transporte.


Desde que pasaran la frontera meses atrás, los republicanos buscaron vías de salida de aquellos inhumanos campos en las playas del Mediterráneo. Muchos se repatriaron a España, especialmente las mujeres, pero la mayoría optó por marchar a la URSS (pocos fueron aceptados), la mayoría optó por quedarse en Francia y cerca de 33.000 marcharon a América, especialmente hacia México, pero también hacia Chile, Cuba, Venezuela, Argentina o EEUU


No fue fácil: las gestiones con las autoridades francesas fueron difíciles pese a que desde París el deseo expresado por Versalles era el de aliviar los campos y ahorrar gastos. 

El horizonte para los republicanos era extremadamente difícil: tratados como un enemigo interior, apenas tenían apoyos en Francia y en España les esperaba una brutal represión. La oportunidad que le brindó México fue una puerta de esperanza para rehacer sus vidas. 


Ayuda

Así , el Gobierno republicano estableció dos mecanismos de ayuda: el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). 


Estos dos organismos acordaron con el gobierno francés trasladar primero a familias que tuvieran a miembros dentro de los campos de concentración. El primer barco fletado fue el Sinaia, le siguió el Ipanema, el Flandre y el Mexique, todos ellos en 1939. En estos barcos fueron trasladados cerca de 8.000 republicanos que se repartieron principalmente en México y Centroamérica. El estallido de la II Guerra Mundial interrumpió estos viajes hasta 1942, cuando los últimos barcos, Nyassa y Serpa Pinto, partieron con los barcos fletados bajo financiación de la JARE y el SERE. Hubo otros barcos que trasladaron a republicanos desde Canadá hasta Chile pero al final de la II Guerra Mundial el país que más cálida y ampliamente había acogido a los exiliados fue México, con cerca de 22.000 españoles.


Neruda

Chile acogió a cerca de 2000 republicanos gracias a la gestión de Pablo Neruda, embajador chileno en París designado para ayudar los refugiados españoles, que logró fletar otro barco, el Winnipeg. De entre aquellos refugiados que lograron escapar del infierno bélico europeo había al menos 200 almerienses de toda condición y clase: desde médicos libertarios, como Juan Morata Cantón, hasta el primer alcalde republicano, Miguel Granados Ruiz pasando por la periodista María Pérez Enciso y el diputado Juan Pérez Company. 


La travesía en barco fue larga y penosa a lo largo del Atlántico. Los testimonios que se nos han legado, incluido el del propio Presidente de la República, Alcalá Zamora, nos dan una idea de lo terrible que debió ser estar lejos de tu tierra, en mitad del océano, dejando atrás  tu propia vida y seres queridos y el lugar donde habías nacido y crecido. 

Muchos de aquellos pasajeros fueron mujeres, viudas y solteras, que habían perdido en la guerra y en el exilio a sus maridos, hermanos o padres, pero también hombres que vieron dejar a sus familias en España al serles imposible regresar debido a la represión y a la persecución del franquismo.  La instalación en México no fue sencilla pese a la facilidad del lenguaje y a las similitudes de la cultura: los republicanos llegaban sin nada y solo la ayuda de los fondos del gobierno en el exilio les permitía sobrevivir mientras rehacían sus vidas y buscaban un trabajo. El origen y el cargo no te aseguraban un sustento. 


María Enciso, célebre poetisa y escritora de la Almería republicana, encargada de la evacuación hacia Bélgica y la URSS de centenares de niños, se exilió con su hija en Cuba, Venezuela y México. Una vez instalada allí pedía al JARE “una beca para que mi hija pueda estudiar primero de secundaria en el Instituto Luis Vives” al verse ella “falta de recursos para cubrir todos los gastos”. El primer alcalde republicano de Almería, Miguel Granados Ruiz, solicitaba en 1943 nuevas ayudas para que “mi esposa pueda obtener una máquina de coser y poder hacer arreglos a las señoras de Veracruz”. En 1941 había pedido otro subsidio al verse “impedido de trabajo desde que llegó de Francia”. Por su parte, Juan Company, diputado a Cortes por Almería, solicita “una pensión mensual para el sustento diario de mi mujer y yo mismo” debido a la imposibilidad de poder trabajar por motivos de salud. 


Pero no solo sufrieron penurias personajes célebres. La mayoría de los almerienses, como los demás españoles, eran gentes humildes que no tenían más que la fuerza de su trabajo para poder subsistir: Antonio Valera, Martín Navarro, Consuelo Martínez, Antonio Martínez Artés, Juan Godoy Leal, Mercedes Rull o José Casinello se marcharon al exilio en busca de una libertad que se les había negado por defender sus ideas, dejaron sus vidas atrás y encontraron en México muchas dificultades para sobrevivir. Pero aun así, el pueblo mexicano se mostró acogedor y amable con el pueblo español que venía de una terrible guerra patria y un infierno en Francia bajo la animadversión de la propia población y las autoridades y, a partir de 1940, de la persecución de los nazis y espías franquistas. Sea como fuera, consiguieron sobrevivir a  aquel infierno que era la Europa de la II Guerra Mundial. La mayoría vivió con la pena de no ver a su querida España pero unos pocos vieron renacer su esperanza con la incipiente democracia que volvía a su país tras la muerte del dictador Francisco Franco.  


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