Cine, memoria y censura

El escritor cinematográfico almeriense José Francisco Montero reflexiona sobre las reacciones a la emisión en La 2 de ‘Sin novedad en el Alc&aac

Imagen de la película emitida el pasado lunes 5 por La 2.
Imagen de la película emitida el pasado lunes 5 por La 2.
José Francisco Montero
01:00 • 08 sept. 2016

El pasado 18 de julio el programa Historia de nuestro cine emitió El santuario no se rinde. Considerando que la película es uno de los más celebres ejemplos de lo que se ha denominado como “cine de cruzada” y que se emitió coincidiendo con el 80 aniversario del llamado “Alzamiento Nacional”, el programa generó una considerable controversia, tanto en el ámbito político y periodístico como en las redes sociales. ¿Casualidad? ¿Subliminal (más o menos) homenaje ideológico? ¿Gesto inocente, que no previó la polémica que suscitó? ¿Todo lo contrario, emisión provocada por el afán de generar polémica, que siempre es rentable en términos publicitarios? No lo sabemos. Solo se puede especular. Siendo TVE la cadena oficial, arrastrando siempre el estigma de apoyar al gobierno de turno, por una parte; y, por otra, manejándose históricamente el PP entre los objetivos, en principio contradictorios, de distanciarse del estigma de “herederos del franquismo”, y de no ofender a una parte de su electorado (acaso no muy numeroso, pero significativo), que no ve con demasiada antipatía esos años, elucidar los motivos de esta decisión no es sencillo.




No obstante, ya unos meses atrás la emisión de Raza, escrita por el propio Franco, había recibido algunas críticas. A la estela de estas polémicas, este pasado lunes el mencionado programa emitió Sin novedad en el Alcázar, lo que ha vuelto a avivar la polémica. La eurodiputada de IU Marina Albiol, por ejemplo, ha registrado una pregunta en el Parlamento Europeo. En ella Albiol habla, en relación a esta emisión, de “apología de regímenes culpables de delitos contra la humanidad” y de que “en el Estado Español no se respetan las convenciones en materia de memoria”.




No puedo coincidir más con la última afirmación. El tratamiento que recibe en este país, y particularmente por parte de este gobierno, la llamada “memoria histórica”, los sufrimientos de las víctimas y familiares de la Guerra Civil y los cuarenta años de dictadura, es vergonzoso… y acaso muy revelador, también, de los males de nuestro presente. Ahora bien, vincular esa constatación con la emisión de dicha película es muy discutible. Es más: parece claramente contradictorio vindicar la memoria y tratar de censurar la emisión de un tipo de películas que, en primer lugar, responde a una determinada circunstancia histórica que no debiéramos olvidar y que, en segundo lugar, pertenece a nuestra propia memoria histórica y cinematográfica. Recordar es, evidentemente, recordar también aquello que nos hubiera gustado que no pasara. E incluso recordar como otros lo “recordaron”, aunque fuera de una forma que tampoco nos gusta.  La memoria histórica es también la memoria de sus relatos, de sus ficciones, por muy falseadores que los encontremos.




Paternalismo
No es la única contradicción: el paternalismo (que determina que alguien decide lo que deben ver y no deben ver los demás) y la censura, la ocultación, como si no existieran, de realidades contrarias al ideario propio, son dos de los rasgos más indiscutibles de los regímenes dictatoriales (y, sutilmente, de los que no lo son, hemos de añadir). ¿Alguien puede justificar que un interesado en la representación cinematográfica de la Guerra Civil, o en la historia del cine español, no pueda ver esta película? Como para un interesado en el ideario del régimen nazi, o en su plasmación audiovisual, es indispensable la visión, por ejemplo, de El judío eterno. Legítimamente, alguien puede ofenderse ante la visión de Sin novedad en el Alcázar. En tal caso, puede cambiar de canal o puede incluso apagar la televisión. O puede incluso decidir seguir con la visión de la película y seguir indignándose, que también tiene sus beneficios: no debemos dar por hecho que la visión de una película de propaganda franquista necesariamente inocula en el espectador su ideario (las posturas paternalistas suelen partir de la convicción de que el espectador es necesariamente gilipollas: un ente pasivo y acrítico), cuando perfectamente puede ocurrir que refuerce su rechazo contra todo tipo de fascismo. O puede extasiarse con la glorificación de las “gestas franquistas”. Allá cada cual. ¿Cuántas veces habrá que recordar que el rechazo a la censura se demuestra solo ante contenidos que uno encuentra rechazables?




Por otro lado, cuando Albiol habla de “apología de regímenes culpables de delitos contra la humanidad”, creemos que se produce una confusión entre lo que es la película y lo que es su emisión. La película de Genina es, evidentemente, apología de un régimen fascista; su emisión, no. Consideraba también Albiol que TVE “emite películas que difunden el ideario franquista”. ¿Prohibimos entonces la emisión de buena parte del cine español entre 1936 y 1977? Pues casi todo él difunde el ideario franquista, aunque no sea de forma tan manifiesta (y precisamente por ello seguramente fuera más efectivo) como en Sin novedad en el Alcázar. Tanto ideario franquista hay en Raza como en La gran familia (aunque adaptado a momentos históricos diferentes, obviamente), por poner dos ejemplos muy conocidos. Habla Albiol acerca de Sin novedad en el Alcázar como de propaganda de un régimen dictatorial, y tiene razón. Pero lo cierto es que la condición de “arte de masas” e industrial del cine (o de sus corrientes más mayoritarias) lo ha hecho especialmente propicio a la propaganda, y no es raro encontrarla en buena parte del cine de cualquier cinematografía y de cualquier época, tanto más efectiva cuando su condición propagandística nos puede pasar desapercibida.




La historia del cine español acaso no sea muy brillante (hay numerosas excepciones, por supuesto), sobre todo si la comparamos con las de otros países del entorno; los 40 años de dictadura, no hay duda, le hicieron mucho daño (no es este de los daños más graves que provocaron, desde luego), al margen de que pudiera beneficiar a la trayectoria “a la contra” de algunos realizadores. Pero vamos, es lo que hay; es lo que hubo. No creo que sirva de nada cerrar los ojos… o que nos los cierren.






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