El pueblo que quedó congelado en el tiempo

Un documental recoge la historia de los últimos habitantes de Las Salinas de Cabo de Gata

Vista del poblado desde Las Salinas.
Vista del poblado desde Las Salinas.
Mar Abad
15:45 • 03 sept. 2016

En un saliente de la costa mediterránea hay un pueblo petrificado por la sal. El decreto que convirtió a Cabo de Gata en un parque natural, en 1987, lo dejó como a un arenque en salmuera. Intacto. Incólume. Aterido en el tiempo.




Las montañas de sal que se extienden junto a las 25 casas y las tres calles de Las Salinas aíslan al poblado del paso del tiempo. Tres calles que a su vez son los tres barrios de esa villa, según cuentan sus habitantes. Ellos, los salineros, ese puñado de ancianos que sacan sus sillas a la calle para ver pasar la tarde, viven en el mismo estado que un pez en salazón. Incólumes. Intactos. Ajenos al paso de los años.




Un día de febrero de 2015 alguien descubrió que ese pueblo sin tiempo tenía los días contados. Nicolás Cardozo Basteiro fue a Las Salinas para preparar el rodaje de unas escenas de la película Toro, de Kike Maíllo. En aquellos días, las conversaciones entre el ayudante de producción y los salineros empezaban, muy cerca, por los asuntos que tenía que resolver esa mañana y acababan, muy lejos, en el recuerdo. La sal arrastraba los diálogos hasta la época de esplendor en que Las Salinas quedó disecada en los almanaques.




“Es una generación desencontrada que vive atada a ese lugar por la sal. Al conocerlos, quedé fascinado por todo lo que me contaban”, relata Cardozo Basteiro, una tarde de calor en la que sólo las moscas no echan la siesta. “Es un lugar muy cinematográfico. Ha aparecido en grandes películas nacionales e internacionales. Pero siempre lo han utilizado como localización. A los cineastas sólo le interesa su exterior. Nadie se ha detenido en el interior, en la historia real de ese pueblo”.




Esto cambió aquel invierno de 2015. El joven almeriense, al terminar su trabajo en Toro, decidió rodar un documental para contar la historia de Las Salinas y, sobre todo, de su comunidad: los salineros. “Es una descripción que ha acabado convirtiéndose en gentilicio”, explica. “Porque el salinero no es el que trabaja en la extracción de sal. Es el que ha nacido y ha vivido en Las Salinas”.




La primavera pasada, cuando el viento de poniente soplaba hasta hacer volar los contenedores, Cardozo Basteiro empezó a grabar un cortometraje sobre las ocho familias que quedan en Las Salinas. “Ellos están muy acostumbrados a que sus casas sean escenarios. Pero ahora, por primera vez, son las protagonistas. Esas viviendas van a contar otra historia: la suya propia”.




Esa es la primera de las cuatro estaciones que se mostrarán en Porque la sal. Ahora están grabando el verano, con la playa llena de niños corriendo y gritando, y han comenzado a buscar apoyo financiero en Indiegogo.




Después rodarán el otoño y el invierno, cuando el pueblo se queda en la raspa vertebral que lo mantiene vivo. Cardozo Basteiro cuenta a sus habitantes con los dedos de las manos: “Son Josefa, Pepe, Carmen, Manuel, Carmela, Ángeles, Juan, Loli, Susana, Nájar, Moisés, Pepita y María, el gato que sigue a la alcaldesa, Josefa”.


Años de gloria
Esta docena de personas son el último recuerdo de una localidad que llegó a tener unos 200 pobladores. Esa fue su época de gloria, cuando en Las Salinas había un estanco, un horno de pan, un colegio y un economato.


Los salineros cuentan, orgullosos, que allí llegó la luz antes que a los pueblos de alrededor. Ellos, en esos humedales que explotaron los fenicios, los romanos y todo el que por ahí pasaba, fueron el núcleo industrial de ese pedazo de costa almeriense en el siglo XX.


“Es muy difícil visualizar las historias que te cuentan de esa cierta riqueza hasta que no te muestran fotos. Las mujeres iban muy bien vestidas y maquilladas”, indica Loles Peña, directora de producción del documental, bajo un ventilador de techo que evita que la sobremesa almeriense derrita la conversación. Una de esas fotografías muestra en blanco y negro a cuatro mujeres jóvenes con vestidos de corte Mod y pelo corto casi a lo Twiggy.


“Ellos te transmiten constantemente que viven en un lugar que tú no ves”, explica el director de Porque la sal. “Es una historia muy envolvente que está asentada en la nostalgia. Es el relato del orgullo de unas personas que nacieron allí y sacaron a sus familias adelante trabajando duro con la sal y la pesquera (como ellos llaman a la pesca)”.


El cine ha perpetuado los paisajes de esa población que parece pertenecer exclusivamente al siglo XX. Las Salinas y sus alrededores aparecen en Cleopatra (1963), Lawrence de Arabia (1963) y Patton (1970). Después descubrió el lugar el cine español: Éxtasis (1996) o Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013).


Pero, según Cardozo Basteiro, “su comunidad está en extinción”. Porque la sal puede preservar un volquete de bacalaos para echarlos a la olla pero no hay salazón que haga aprovechable a un cuerpo humano. Y cuando estos salineros fallezcan, desaparecerá la historia de un pueblo que levantó una empresa de la nada para extraer la sal del mar.


A finales del siglo XIX unas lluvias frías inundaron los humedales de Cabo de Gata y perdieron la cosecha de sal de los dos últimos años. El negocio se fue a la ruina. Entonces pertenecía a una empresa parisina que, sumida en unas pérdidas de más de un millón de francos, la vendió a Isabel Oliver y de Cueto.


Esta mujer reorganizó la explotación de aquellas instalaciones y estableció las directrices para hacerlas rentables de nuevo. El plan funcionó. Y cuando pasaron a manos de su hijo, Antonio Acosta Rodríguez, el viento ya volvía a soplar a su favor.


En 1904 la familia Acosta fundó la empresa minera Salinas de Almería. Durante un tiempo, los pescadores recolectaban la sal, pero lo hacían sólo a ratos porque su faena, la que alimentaba a sus hijos, estaba en la mar.


La compañía decidió entonces crear un pueblo con una casa para el propietario, un edificio de oficinas y unas viviendas para empleados fijos. Empezaron ese mismo año y en 1907, con la culminación de la iglesia, como buen pueblo de Dios, ya tenían montada la villa.


Teatralidad
“Es un pueblo muy teatral, que sólo permanece vivo porque ellos resisten. La nostalgia mantiene el lugar. Viven del recuerdo”, comenta Cardozo Besteiro en Cabo de Gata. “Ellos están ahí por la sal y eso determina su vida. Las casas ni siquiera son suyas. Las habitan porque tienen derecho de usufructo mientras sigan vivos”.


El director del documental cuenta que esa sal que les da su identidad es una cosecha que va cambiando en función de la época del año. “Queremos mostrar ese ciclo en el cortometraje”, especifica. “Vamos a grabar las cuatro estaciones, y también distintos días de la semana y diferentes momentos del día. Intentamos mostrar todas sus rutinas”.


Porque la sal se plantea como “un documental de situaciones dadas”, indica el director y guionista. “Los salineros cuentan la historia de esta comunidad a través de sus conversaciones. Nosotros sólo ponemos las piezas para que el motor arranque. Les proponemos un tema de conversación y ellos van contando lo que les apetece”.


Loles Peña relata que cuando van a grabar encienden la cámara y la dejan horas escuchando la conversación. Al principio, los comentarios de los protagonistas pueden resultar previsibles pero, a menudo, según el director,”sus pensamientos sorprenden”.


Hoy el negocio de la sal apenas hace ruido en Las Salinas. En sus instalaciones, de la firma francesa Salins du Midi el de l’Est, trabajan dos personas. Pero eso no es más que el espejismo del presente. La realidad es otra. Esa que sólo puede ver el que escucha a sus últimos habitantes.


 


Artículo publicado originalmente en Yorokobu


Mar Abad es socia fundadora de Yorokobu y subdirectora de Ling. Junto a Mario Tascón escribió el libroTwittergrafía. El arte de la nueva escritura y es coautora de la guía para los nuevos medios y las redes sociales Escribir en Internet, de Fundéu, y del libro Comunicación Slow.



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