Cuando rugió la marabunta

Hoy se cumplen 50 años del día que cayó en la provincia el diluvio universal

Vehículo atrapado en la riada de 1973 en una calle de Cuevas del Almanzora.
Vehículo atrapado en la riada de 1973 en una calle de Cuevas del Almanzora.
Manuel León
23:24 • 18 oct. 2023

No hubo tiempo para hacer un arca. El diluvio asoló durante tres días las tierras feraces del Almanzora y la osamenta del agua llegó sin avisar una mañana plomiza de viernes de hace 50 años, barriendo con sus fauces toda la cuenca fluvial, arrastrando olivos centenarios, cerdas de cría y tierras de labor, apresados como rehenes, en el florón de su espuma, en un caudal que llegó a alcanzar los 3.500 metros cúbicos por segundo.



 El temporal se había calmado la noche anterior pero la borrasca no se alejaba. Olía a tarquín y a partir de las siete de la mañana, la lluvia dócil empezó a acumular moles de agua en las torrenteras del Alto Almanzora hasta dejarlas caer por la Rambla del Saliente arrasando en paseo militar ya ramblicas como Los Torteros o Las Tenadas, hasta llegar al Llano de los Olleres de Albox confluyente con su aliada La Rambla de Oria. El torrente, entonces, alcanzó diez metros de altura a noventa kilómetros por hora, llevándose en la loma baja de Albox una fábrica de piensos, almacenes de jamones, tractores, fábrica de aceitunas, un cebadero de cerdos, un cine de verano, hasta llegar a la Plaza de Albox. El muro de defensa construido tras las inundaciones de 1891 por suscripción nacional, que había resistido a la de 1947, fue incapaz de contener la lengua de agua. La inundación había comenzado y muchos platos de migas se quedaron en las mesas sin comer. Lo recordaba así un testigo presencial, el entonces maestro José Miras Carrasco: “Yo tenía entonces 43 años y era maestro en el colegio Velázquez, menos mal que el agua empezó a llegar antes de que los 200 niños llegaran al colegio, porque si no, hubiera habido una catástrofe mundial. Las niñas de las monjas escaparon de milagro del sótano ante el grito de aviso de Juana Pardo Campoy. Cuando salí de mi casa vi al alcalde Ginés Pedrosa y me pidió que rodada una película con el tomavistas de súper ocho que yo tenía, me fui al puente y fue dantesco, al chocar se formaban montañas de barro de más de veinte metros, por los ojos del puente salía el agua a presión, después me encontré a Paco Torregrosa, el telegrafista, que estaba desencajado porque la rambla había entrado en la Plaza y estábamos incomunicados. La emisora de Sevillana era la única forma de comunicar con Almería y comunicó. Pero el SOS no llegó porque el Gobernador Gías Jové no estaba en su sitio”. La película rodada por Miras la pidió el procurador almerienses Gómez Angulo y fue determinante para que el presidente del Gobierno Carrero Blanco decretara Zona Catastrófica para el Almanzora. Albox quedó convertido en un lodazal y cuando llegó la noche todo eran tinieblas con un cielo cerrado de nubes. Comercios como el de Pantaleón lo perdieron todo y algunos dependientes como Juanito se salvaron subidos a una estantería de la tienda. A las seis de la tarde dejó de caer agua y se inició el retorno a lo hogares anegados de barro y destrucción. La noche se echó encima a los albojenses, sin ropa, sin agua, sin luz, sin teléfono y con todas las carreteras cortadas.



Más abajo, junto a la cuenca del río, Zurgena fue el municipio de la provincia que sufrió las más tristes consecuencias de la riada del 73. Seis personas perdieron la vida (45 en Puerto Lumbreras) arrastrados por la riada grotesca de aguas turbulentas hasta desembocar sus cuerpos en Villaricos, Aguamarga y Rodalquilar. Varios día estuvo la ciudad incomunicada y sin los más elementales servicios de agua, electricidad y con escasez de alimentos. Lo explicaba Baldomero Segarra, comerciante y funcionario del Ayuntamiento entonces: “El agua lo rompió todo, perdí la casa y los enseres que tenía en la calle Mesón, entonces Generalísimo, junto a la Rambla Camposanto. Se acumuló el agua de varias pedrizas que reventaron y tuve que coger a los hijos rápido y llevármelos al tejado, el agua subió tres pisos. Vimos desde arriba cómo la riada arrastraba nuestra tienda entera de electrodomésticos y televisores y algunos de nuestros vecinos con casas bajas desaparecieron”. Recordaba Segarra que “no me dieron nada porque no tenía nada asegurado, sólo un préstamo del Banco Hipotecario. La riada nos dejó una psicosis que nos ha acompañado toda la vida. Yo era también corresponsal de Banesto y el agua se llevó todas las letras de la cartera de clientes, fue un desastre. Tuvimos que vivir dos años en unas casas de madera en La Alfoquía, hasta que desviaron la rambla”.



Sobre el mediodía empezaron a sonar las caracolas cerca de Cuevas del Almanzora. Tronaban ya como trompetas cuando empezó a asomar la montaña de agua turbia despeñándose a lo largo del cauce, arrastrando en su lengua un bosque de árboles, cubriendo pagos y huertas de Calguerín, Campos, Cupillas, destruyendo maizales, tronchando alamedas y arrancando cortijos enclavados junto a la ribera. Antes habían arrasado el puente de Santa Bárbara, en Overa, el cortijo Cebollar, el de Juanico el Ferrico y el Molino Los Rodríguez, Las crestas de las olas eran como tridentes amenazantes que asolaban el Barrio Bravo, el panizo, la cebada, las gallina y los cochinos. Testigos presenciales aseguran que se veían cofres y mesas con el dinero flotando en el agua. El alcalde de entonces, Jesús Caicedo Gómez, daba ayer su testimonio: “A mi me cogió la riada en Almería, en el Quinto Toro, yo era diputado provincial cuando Luis, un compañero, me dijo que había salido el río en Cuevas, me fuí corriendo y llegué pasadas las tres de la tarde. Toda la parte baja del pueblo, Las Arenas, las escuelas, estaban anegadas de agua, la gente arriba en las terrazas. Si llega a ser de noche hubiera habido muchos muertos. Villaricos se quedó incomunicado y hubo que llevarle comida en helicóptero. Fue un desastre para el pueblo, se perdieron muchos cultivos, ganado, recuerdo que un amigo abogado, Alfonso el Chulí, se salvó de milagro colgado a un palo de la luz y un autobús de Juan Díaz se quedó apresado entre dos árboles. La gente perdió muchos bienes, después conseguimos hacer la concentración parcelaria y encauzar el río hasta Villaricos ganando terrenos al río, pero se sufrió mucho, esa es la verdad”. Durante unas horas el miedo se apoderó de los habitantes de Cuevas, por el Tostadero, el Huerto de García Alix, el Recreo, la Avenida de Barcelona las gentes corrían desoladas buscando refugio. Anita la Pipa se asomaba por el balcón, igual que don Agustín Soler pidiendo auxilio. Las casas de los maestros quedaron también anegadas, donde vivían, entre otros, Paco Maldonado, Francisco García Espinosa y Urbano Gómez. El agua saltaba por encima de las casas y arrastraba coches y tractores. Desde el bar Málaga se dieron los primeros avisos a los vecinos. La gente huía hacia las zonas más altas del pueblo. Los niños y los maestros se concentraron en la segunda planta de la Escuela, mientras el nivel del agua iba subiendo rompiendo ventanas, se temía lo peor. Después de varias horas de aislamiento y cuando las aguas empezaron a bajar, los escolares fueron rescatados en una barca de plástico. Cuevas quedó incomunicada y desde Murcia enviaron 15 guardias civiles al mando ≠de un teniente con un equipo de sanidad para prestar los primeros auxilios, ante el peligro de una epidemia. Entre las pérdidas se consignaron cebaderos con más de 3.000 cerdos, granjas de gallinas, rebaños de cabras, varios camiones, autocares, tractores, turismos, bares, tiendas, almacenes, que perdieron mercancías. Más de 200 viviviendas se vieron afectadas con la pérdida de muebles y ajuares. 500 hectáreas de riego destrozadas y más de un centenar de hectáreas de naranjos. Decenas de familias tuvieron que cobijarse por algún tiempo en otros hogares. La panorámica durante días fue sobrecogedora, extensiones de tierras cubiertas por el barro, fincas construidas con sudor de labradores y préstamos a los bancos o trabajando como emigrantes en Suiza y Alemania. Se dictó un bando para restringir el consumo del agua y enterrar a los animales muertos. En el teatro Echegaray tuvo lugar una comisión informativa con la asistencia del párroco, José Alascio y el alcalde. El consejo de Ministros el día 26 de ese mes concedió un crédito excepción del 2.000 millones de pesetas para los damnificados de la provincia, prestaciones de asistencia social y se enviaron casi 5.000 ajuares y conjuntos de camas y ropas. Sin embargo, un sector muy numeroso de los afectados no estuvieron de acuerdo con la gestión llevada a cabo por las autoridades. Llegó un telegrama del Papa Pablo VI al Obispo de Almería.



Existe la creencia de que hubo mucha picaresca en el reparto de la ayudas, en sitios donde no había gallinas se pagaron gallinas. “A algunos que tenían una cuerda en el cuello le pusieron una corbata”, exclama un vecino. En total fueron más de una docena de pueblos de la provincia los que resultaron damnificados en alguna u otra medida. Entre ellos también Adra, al desbordarse también el río del mismo nombre, sufrió daños en agricultura, en la fábrica de conservas Santa Isabel y en centenares de hectáreas de productos extratempranos. El meteorólogo albojense, José Luis Maestre, opinaba ayer que un fenómeno como el del 73 se produce una vez cada 150 años. Las riadas del XIX, incluida la de la capital de 1891, no tuvieron ni la mitad de la fuerza de la que asoló el Valle del Almanzora hace hoy 35 años.



Otras inundaciones en la comarca



Hubo otras, pero ninguna tan feroz como la de 1973. Aseguran los más viejos del lugar que si esa misma riada de hace 50 años, producto de más de 300 litros por metro cuadrado, se hubiera desatado en el siglo XIX, cuando apenas existían infraestructuras, las víctimas en la comarca se habrían contado por centenares. El Almanzora, héroe y villano, que en árabe significa el victorioso, y los romanos lo llamaban el Soberbio (Flumen Superbum), da nombre y unidad a una comarca casi siempre seca, La Seca, como versó Sotomayor. Tiene su nacimiento en la Sierra de Baza y corre por la provincia en sentido Oeste-Este atravesando pueblos como Serón, Tíjola, Armuña, Purchena, Olula, Fines, Cantoria, Albox, Arboleas, Zurgena y Cuevas hasta dar de bruces con el mar por Villaricos, recorriendo un trayecto de 124 kilómetros. Las primeras inundaciones de las que se tiene constancia documental son las de 1.580, que acabó con el pago del Parril, y la de 1.753, que afectó a Olula y Purchena.



El desbordamiento de la noche del 14 de octubre de 1879 ha sido el que más víctimas se ha cobrado. Más de 3.000 metros cúbico por segundo pasaban por el puente de Cuevas uniéndose a la Rambla de Muleria y causando 23 muertos. Truenos y relámpagos centelleaban en la oscuridad. Los habitantes del Barrio Bravo, temiendo ahogarse, abandonaron sus casas para refugiarse en otras de la población. El agua desbordada subió en Burjulú hasta la era de don Manuel Márquez, altura jamás lograda según los testigos de la época. Algunas de las minas de Sierra Almagrera quedaron inundadas como Santa Matilde, Huerta y Herminia. La mayoría de las víctimas eran de la barriada de Muleria, entre ellas el Perdigón, célebre por su participación en el descubrimiento del filón del Barranco Jaroso, que desapareció junto a su familia bajo el ímpetu de la corriente. El Minero de Almagrera describía así las pérdidas materiales: “El malecón del Pilar está casi destruido, el Pago de Campos fue arrollador, los azudes de riego rotos y las fincas cubiertas de capas de infecunda área. Las tuberías de agua de Herrerías al Jaroso para la conducción de aguas con destino a la alimentación de las calderas de las máquinas quedaron arrasadas en muchos tramos. Muchos molinos arrollados por las aguas y ovejas, cabras y asnos fueron sorprendidos y perecieron ahogados. Grandes extensiones de arbolado quedaron devastadas. Lo mismo que el valor del material de los lavaderos de mineral, arrastrados por el furor de la corriente que ascendió a más de un millón de reales. Una calamidad para Cuevas y su término”. El Gobierno abrió una Suscripción Popular para recaudar fondos destinados a socorrer a las familias afectadas. El Ministro de Gobernación envió al Gobernador Civil de Almería diez mil pesetas del Fondo de Calamidades Públicas. José María Muñoz, héroe de la caridad (Santo Negro), aportó cien mil duros para socorrer a los afectado en todo el Sureste español.


La riada del naranjo

El 6 de septiembre de 1888 tuvo lugar la Riada del naranjo, que debe su nombre a la historia de la familia Valero Martínez, de Cuevas, que vivía en un cortijo junto al cauce. Parte de la familia se salvó milagrosamente gracias al tronco de un naranjo. El once de septiembre de 1891 se produjo también una nueva riada que quedó descrita en el periódico de la época El Defensor de Albox: “La inundación causó grandísimos destrozos, no sólo en Almería capital, también en Vera, Cuevas, Zurgena y Albox. En ésta última villa se produjo una verdadera catástrofe, aunque sin desgracias personales. El espectáculo era aterrador. Toda la muralla que sobresalía del piso de la plaza fue lanzada como débil pluma contra las fachadas de la Iglesia, las Casas Consistoriales y las de don José María Sánchez Oller, Tadeo Oller García y José Sánchez Navarro. Habían desaparecido las casas de toda la acera izquierda de la extensa calle de los Alamos, la posada de Levante, la Carnicería y Pescadería, el teatro, el Casino y la fábrica de harinas. Esa misma jornada, pero en Almería, producto de la riada del Andarax, perecieron diecinueve personas, amén de otras tantas que fallecieron en el Hospital Provincial producto de politraumatismos, la inundación más siniestra de la ciudad y la que más vidas humanas se ha cobrado.






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