La turrera del Camino Viejo de Mojácar

Adiós a Luisa Montoya, agricultora y ganadera

Luisa Montoya Flores, en una imagen del fotógrafo Rodrigo Valero.
Luisa Montoya Flores, en una imagen del fotógrafo Rodrigo Valero.
Manuel León
23:33 • 27 feb. 2023

Ella, Luisa Montoya Flores, vivió toda su vida impulsada por ese aliento tan serrano, tan antiguo, de tener para no pedir, para no depender de nadie. Y así se lo infundió siempre a sus ocho hijos criados bajo la silueta, a veces luminosa a veces oscura, de la Sierra de Cabrera; ella, turrera porque así lo quiso, acaba de irse después de una frase manida como ésta: “una intensa vida de trabajo”. Pero es que la vida rural, la vida de los pueblos de Almería está llena de frases manidas, de frases hechas, porque no hay otras, no hay otras palabras más allá del trabajo, esfuerzo, sudor, lágrimas, actitud laboriosa ante la vida para salir adelante. Luisa Montoya, supo y pudo salir adelante, desde que nació en 1930 en el cortijo de La Coscojica, en El Sopalmo.  En un entorno bucólico donde se sembraba la simiente para recoger el cereal, donde Luisa buscaba como una zahorí las hierba más fresca para el ramoneo del rebaño. Pertenecía, por eso, a la familia de los borregueros y pronto se casó con  Bartolomé Flores Zamora, también agricultor y tratante de ganado. 



Su ilusión, desde joven, desde que iba a los mercados de Turre, era comprarse un cortijo en ese pueblo. Y así lo hicieron Luisa y Bartolomé en el año 1947, cuando se hicieron con una hacienda en propiedad a la entrada de Turre, en lo que fue el Camino Viejo de Mojácar, actualmente calle Las Tiendas. Allí ha vivido durante más 70 años, allí ha penado y ha prosperado, allí ha trabajado como una mula Luisa y allí ha cerrado los ojos; allí, debajo de la ermita de San Francisco de Turre, desde donde Antonio el Gallina se lanzó con unas alas postizas creyendo que era Icaro; allí, en esa cañada, la familia cultivaba el trigo que después vendían para hacer harina. Y allí en el barranco tenía el  verraco, el semental más célebre de la comarca, al que acudían los ganaderos porcinos de Turre con cerdas madres para que las montara previo pago de una peseta que Luisa tenía que repartir con Antonio el veterinario de Garrucha. Sufrió cuando sus hermanos emigraron a Santos (Brasil) en 1953 -ella nunca quiso salir de Turre- de donde ya no volvieron, pero  el trabajo, su trabajo, esa labor fecunda de matrona campesina criando hijos, engordando animales, abaleando la mies, fue lo que la salvó de la orfandad. Descanse en paz Luisa, arquetipo de la brega humilde de tantas mujeres rurales almerienses. Ella y tantas como ella también han hecho grande Andalucía.









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