El sueño de Jesús de volver a comer pulpo

La historia de un anciano huérfano que hizo llorar a un comedor entero en Pulpí

Jesús díaz, durante su estancia en la empresa Calconut, en Terreros, donde disfrutó como nunca lo había hecho antes.
Jesús díaz, durante su estancia en la empresa Calconut, en Terreros, donde disfrutó como nunca lo había hecho antes.
Manuel León
07:00 • 29 ago. 2019

Jesús hundía y hundía el pan en el plato, rebañando los trozos de pulpo como si no hubiera un mañana -ya no le quedan muchos - y a su nariz llegaba el aroma dulce del pimentón y el del aceite rehogado, la misma fragancia densa que recordaba que le inundaba cuando pasaba por la puerta de los mesones gallegos de su niñez, como le ocurría al protagonista de À la recherche du temps perdu de Proust,  al revelársele su infancia cada vez que probaba la magdalena empapada en la taza de tila. Y mientras trataba de masticar el cefalópodo, sin apenas dientes en la boca, Jesús iba novelando una vida con más espinas que rosas.



 



Jesús Díaz, un anciano desvalido de 84 años, iba contando todo eso a Juan Luis Peregrín y a Héctor Serrano, los dos directivos de la Fundación Peregrín de Pulpí, que se habían desplazado a Alicante para conocerlo y hacer con él una buena acción. Lo localizaron a través del Comedor Social La Sal de la Tierra, entraron en su humilde dormitorio de un piso compartido con musulmanes y sentados al borde de un humilde camastro conversaron con él, quien les contó muchas cosas de su ajada biografía: cómo fue abandonado a las dos horas de nacer en las puertas de un convento, cómo le pusieron su nombre y apellido por sorteo entre las monjas, cómo se escapó de las faldas de las religiosas, cómo peregrinó a Roma desde Santiago, cómo se fue a Inglaterra y trabajó como pintor de barcos de la Royal Navy, cómo naufragó una vez y las gaviotas estuvieron a punto de arrancarle los ojos en la orilla, cómo ha vivido toda su vida como un vagabundo enfermo y malnutrido durmiendo al raso y comiendo sopa de convento, con una pensión de beneficencia de 350 euros.



Iba diciendo todo esto, Jesús -que se podría haber llamado Luis o Federico-, con las manos agarradas como un náufrago a una biografía de Santa Teresa que aseguraba haber leído 25 veces, en una habitación desnuda, con solo una cama y una jofaina, sin una sola foto familiar en la pared. 



Y de pronto le preguntaron, Juan Luis y Héctor, los dos artífices de esta modesta Fundación almeriense que están haciendo cosas tan humanas como impresionantes, que qué sueño le gustaría hacer realidad. Y tras rascarse un rato la cabeza dijo: “Comer pulpo, eso, sí, comer un buen pulpo a la gallega, hace años que no lo pruebo”, mientras se le iluminaban los ojos como a un niño al entrar en la fábrica de Wonka, como el condenado a la cámara de gas que tiene la regalía de elegir su última cena.



Y durante ese almuerzo proustiano, Jesús les contó a Héctor y a Juan Luis que trabajó toda su vida, pero que pronto enfermaba, que nunca tuvo a nadie en la vida, solo sus temblores y las caricias infantiles de alguna monja, que nunca se echó una novia ni tuvo hijos. “Por qué, Jesús”. “No sé, nunca ocurrió”. Les reveló también que tenía un tumor en la cabeza y que le habían pronosticado poco tiempo de vida. “Cuando es tu cumpleaños, Jesús”. “El 12 de agosto”. 



Y ese día, un coche de la empresa Calconut de Pulpí, colaboradora de la Fundación Peregrín, fue a buscarlo a su guarida alicantina y lo condujo hasta Terreros. 



Y allí, en el comedor de la empresa, en compañía de los empleados que habían solicitado conocerlo, Jesús fue recibido con una tarta de nata por su 84 cumpleaños y tembló como un flan y lloró como un niño y contó, con la humildad de un caracol, que era el primer cumpleaños que le celebraban en su vida, y esas palabras atropelladas que salían de su boca, y esas lágrimas verdaderas que salían de sus ojos y esa gorra de béisbol con la que se tapaba las hieles del tiempo, fueron grabadas por la Fundación pulpileña en un video que, como los de la Lotería de Navidad, barrunta con dar la vuelta a España.


Fundación Juan Peregrín, de lo local a lo universal
Lo contaba ayer Héctor Serrano, director general de Calconut&Fundación Juan Peregrín: “las acciones humanitarias que promovemos, tratamos que tengan rostro humano, y las consensuamos mediante encuestas con los trabajadores, con un pequeño presupuesto de 300 euros hemos hecho feliz a un hombre”. La Fundación, constituida en 2017 a la honra del emprendedor pulpileño de la comercialización de almendras y ajos, Juan Peregrín Mula, tiene varios apartados. Uno de ellos es el titulado ‘Cumpliendo el sueño de nuestros mayores’, con la enseñanza del gallego Jesús Díaz de que la felicidad reside en lo más simple. La Fundación ha colaborado también con la Fundación Argar de Almería con participación activa como llevar a niños con cáncer a Eurodisney.



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