Tras los muros del convento: así viven las Esclavas del Santísimo

La congregación de las Esclavas, fundada por una almeriense, celebra este año su 80 aniversario

Algunas de las Esclavas del Santísimo Sacramento de la comunidad de Almería, en su trabajo como bordadoras.
Algunas de las Esclavas del Santísimo Sacramento de la comunidad de Almería, en su trabajo como bordadoras.
Álvaro Hernández
20:49 • 07 oct. 2023 / actualizado a las 22:50 • 07 oct. 2023

Rodeada de pubs y ruido hasta altas horas de la madrugada, tiene el centro de Almería una puerta al cielo con diez ángeles haciendo guardia 24 horas al día, 7 días a la semana.



En la calle San Pedro tienen los almerienses la última ancla de la fe católica. El lugar que (casi) siempre está cuando no queda nada. Es, literalmente, el único reducto al que acudir a rezar ante Dios sin importar la hora. Y si no puede uno, ya están ellas para eso. No en vano, su máxima, su gran misión en esta vida, es una: “Que no esté nunca solo el Señor”.



Ellas son las Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Inmaculada, una congregación con mucho sabor almeriense que aún pervive en plena estampida de la religión en la sociedad (esa pérdida de identidad llamada secularización).



Al fin y al cabo, su fundadora nació un 27 de febrero de 1909 en Almería. Si bien la Madre María Rosario Lucas Burgos se trasladó de niña a Melilla, dio los primeros pasos para fundar la congregación en Málaga y estableció la ‘casa madre’ en Granada, fue Almería la que la vio nacer.



Y esta semana, la tranquila vida del interior de esta fortaleza de imponente artesonado se ha visto interrumpida por un hecho poco habitual: la congregación está en plena celebración de su 80 aniversario.



Por allí han pasado para presidir las misas de este especial cumpleaños el nuncio del Vaticano en España, Bernardito Auza y Cleopas, y el propio obispo de Almería, Antonio Gómez Cantero.



“Estamos muy animadas”, confiesa la madre superiora del convento, sor Mercedes Moreno, “y don Ramón Garrido nos ayuda mucho”, cuenta mientras el propio capellán del convento le quita importancia.



Una vida de servicio

Entrar en la iglesia del Sagrado Corazón es viajar en el tiempo. Tras la reja que separa el mundanal ruido de la clausura, siempre (siempre) hay una doble presencia: el Santísimo Sacramento y, a sus pies, una de estas monjas ante Él rezando. 




Todas tienen dos turnos de adoración diarios: uno de día y otro, de noche. De hecho, aunque la iglesia esté cerrada, aunque todos los demás durmamos, siempre hay una Esclava del Santísimo Sacramento adorando al Señor, en rigurosos turnos de sesenta minutos, ya sean las once de la noche o las cuatro de la madrugada.


“La custodia me vuelve loca, es un imán”, confiesa con la cara completamente iluminada la madre Mercedes. Es un punto en común entre las diez hermanas allí presentes. “Fue por el Señor. Nos enamoramos de Él. Si no es por Él... no entramos aquí”, explica otra de las monjas de clausura.


Pero la vida de estas diez mujeres de muy distinta edad y procedencia (la más joven tiene 29 años y la mayor cuenta con más de 90 primaveras) no se resume únicamente en la adoración perpetua de Jesucristo en forma de sacramento eucarístico.


Más allá de las labores propias que requiere el mantenimiento de una comunidad de diez monjas (limpieza, alimentación) y la oración, las Siervas del Santísimo Sacramento se dedican a coser, labor de la que intentan subsistir económicamente. De sus manos está saliendo el bordado de la casulla de un sacerdote que será ordenado próximamente en la Diócesis de Guadix. Este y otros muchos trabajos son el sustento de estas diez mujeres que, no obstante, “recibimos mucha ayuda de la gente”, cuenta la madre Mercedes.


“Nos levantamos a las 6:25 de la mañana”, cuenta la superiora del convento, nacida en Jaén. “A las siete entramos al convento y rezamos el Ángelus, nos consagramos a la Virgen, rezamos laudes, media hora de oración y a las ocho y media, desayuno, relata esta monja que hizo sus votos perpetuos en 1974 y pasó más de una década en comunidades de América.


A las 9 arranca el día. Lavar, planchar, cocinar, cuidar el coqueto jardín que se esconde tras los muros del convento... Y todo cumpliendo el voto de silencio (salvo en el ‘recreo’, de dos a tres de la tarde). Pero mientras tanto, al tiempo que las demás cosen mantos y mitras para obispos, siempre hay una constante: una monja reza ante Jesús Sacramentado en el silencio de la nave de la iglesia.




A sus espaldas, tras la reja conventual, la iglesia es un constante ir y venir de almerienses que acuden a la iglesia de la capital que más horas al día tiene sus puertas abiertas. Esa en la que siempre está el Santísimo expuesto, donde entremos o no, un grupo de mujeres sostiene con su oración el peso de la fe. Gracias.


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