El discurso íntegro del orador de Los Coloraos

Las palabras del periodista Francisco Giménez-Alemán

Francisco Giménez-Alemán.
Francisco Giménez-Alemán. Marián León
Francisco Giménez-Alemán
20:47 • 24 ago. 2023

Excelentísima Señora Alcaldesa de la Muy Noble, Muy Leal y Decidida por la Libertad Ciudad de Almería.



En los primeros años sesenta del pasado siglo solicité el ingreso en la Escuela Oficial de Periodismo, de Madrid, directamente controlada por el régimen de Franco. Me presenté semanas después a las pruebas escritas de acceso que superé sin problemas y finalmente comparecí ante un tribunal para el examen oral. Allí estaba el verdadero fielato para iniciar la licenciatura en Periodismo, porque en realidad se trataba de investigar a los aspirantes sobre sus ideas políticas. A mí me tocó con un falangista de la vieja guardia que sin el menor pudor me hizo una serie de preguntas tratando de indagar mi presunta posición política. Al menos dos de las cuestiones estaban relacionadas con la Monarquía cuando todavía era pronto para averiguar cual sería la solución de España a la muerte de Franco. Como el tribunal debió apreciar que yo no pertenecía a ningún partido comunista ni prochino ingresé en aquella Escuela que para que no quedase la menor duda estaba en el mismo edificio del Ministerio de Información y Turismo.



Algunos años después los estudios de Ciencias de la Información pasaron a la Universidad Complutense y la antigua Escuela Oficial desapareció, no así sus archivos a los que algunos antiguos alumnos tuvimos acceso. Conservo desde entonces mi expediente en el que hay una hoja con las anotaciones del Tribunal que me examinó para el ingreso. Comprendí entonces aquellas preguntas sobre mis simpatías por la Monarquía. A los aspirantes a periodistas se nos sometía a una investigación previa que facilitaba el Gobierno civil de la provincia correspondiente, y en mi caso figuraba una hoja en la que se leía textualmente: “Se le supone desafecto al Movimiento Nacional”. Y aunque no explicaba las razones de la desafección, un renglón más abajo decía: “Acudió con un pequeño grupo de partidarios a recibir en la Iglesia de la Patrona a los Príncipes Don Juan Carlos y Doña Sofía que estaban recién casados y visitaban Almería en viaje privado”. Efectivamente, en ese pequeño grupo de partidarios me encontraba yo junto a Enrique Estévez, Antonio Gómez Campana, Emilio Contreras, Eduardo Moreno y acaso el más anciano de los monárquicos almerienses, el doctor don Rafael Araez, entre otros. A la mañana siguiente, Sus Altezas nos recibieron en el Hotel de la Venta Eritaña, donde se hospedaban, y la conversación estuvo en torno a los tomates de El Ejido, alguno de cuyos invernaderos se disponían a visitar esa jornada. Como se puede apreciar, la perspicaz Policía de la dictadura no había descubierto ninguna conspiración monárquica, pero intuía que los asistentes éramos claramente desafectos al Movimiento Nacional por el simple hecho de acudir a presentar nuestros respetos a las personas reales. Muchos años después cuando tuve ocasión de frecuentar al Rey Juan Carlos I me permití relatarle esta anécdota ocurrida en Almería en la primavera de 1962.



Seguramente fue entonces cuando tuve mis primeras reflexiones sobre el valor de la libertad. “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”. Una vez más el Quijote hacía diana con un pensamiento que desde entonces no ha podido ser superado ni filosófica ni literariamente. Desde mis primeros años en la vieja Universidad de la madrileña calle San Bernardo había contactado con el pequeño grupo de las Juventudes Monárquicas Españolas, la JUME, cuyo eslogan identificativo era el acrónimo V.E.R.D.E., es decir las siglas de Viva El Rey De España. Nuestro pequeño grupo padecía el hostigamiento de los falangistas del SEU, cuya fuerza efectiva radicaba en sus comedores a precios al alcance de todos los estudiantes.



En mi dilatada carrera profesional he tenido ocasión de viajar por medio mundo lo que me permitió comprobar hasta qué punto la libertad era una especie en extinción en determinados países. El número uno en cuanto a la total negación de la libertad era y sigue siéndo Corea del Norte. Cinco periodistas de los principales diarios europeos fuimos invitados por el Gobierno de Seul en 1977, y acompañados por cascos azules de la ONU visitamos el célebre Paralelo 38 que divide a las dos Corea. Allí, en Panmunjon, estrechamente vigilados por soldados norcoreanos, sentí en mis propias carnes lo que significa la privación de libertad, como lo noté también, aunque sin la presencia de metralletas, en La Habana, todavía irredenta, en la Venezuela de Carlos Andrés Pérez que actualmente ha empeorado, en el Buenos Aires de Jorge Videla, en el Uruguay de Stroesner, en Marruecos , en Argelia y paro de contar porque en varios intentos de viajar a Berlín oriental y otros países de lo que dio en llamarse el telón de acero, la burocracia impedía que informadores de la Prensa independiente europea pudiéramos visitar aquellas ciudades sometidas a feroces dictaduras hasta la caída del Muro. Acaso por todo ello aprecio en grado sumo la libertad en su acepción más amplia.



Pocas naciones gozan hoy de tan alto grado de libertad como España. La Transición política de la dictadura a la democracia fue un ejemplo de superación de tiempos pasados. Nadie podía imaginar cual iba a ser el desenlace del franquismo. Pero dos hombres providenciales, el Rey Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez obraron el milagro y desde 1978 nadie puede poner en duda que España es uno de los Estados del mundo con mayor respeto a las libertades, al Derecho y al imperio de la ley.



Traigo a esta conmemoración de Los Coloraos mi descubrimiento práctico del concepto de la libertad, porque zambullidos como estábamos los niños y los jóvenes de la posguerra en el ambiente disipado del franquismo éramos incapaces de distinguir la falta de libertad de la práctica de su ejercicio, como venía ocurriendo desde siglos atrás en Almería y en el conjunto de la nación española. Ni en nuestros libros de historia del colegio ni en ninguna conversación con los mayores habíamos oído jamás mencionar a los Mártires de la Libertad, popularmente llamados Los Coloraos, el grupo de liberales que desembarcó en la bocana del río para luchar contra el absolutismo y restablecer la Constitución de 1812, paradigma de las libertades políticas, dada en Cádiz como auténtica pionera en el mundo de los derechos de los ciudadanos. Tras su fracaso al intentar tomar la ciudad fueron desarmados y hechos prisioneros en la Puerta del Sol de la muralla entonces todavía existente a la altura de la calle Lachambre. Lo demás es bien conocido y año tras año desde los años ochenta se ha rememorado en este mismo acto. Días después del intento frustrado 22 de ellos fueron fusilados. Era la España cainita que no toleraba el menor atisbo de libertad, la que en poco más de sesenta años aprobó cinco constituciones impulsadas por pronunciamientos militares, tiempos en fin de guerras civiles, miles de muertos, siempre en conflicto permanente entre los partidarios del absolutismo y sus oponentes, los amantes de la libertad.



Ahora que se conmemora el bicentenario de la creación de la provincia de Almería, tras la ordenación territorial llevada a cabo por Javier de Burgos, debemos detenernos en el atraso histórico de los pobladores de esta tierra para comprender que fuese posible un suceso tan bárbaro como el fusilamiento de 22 integrantes de Los Coloraos. El analfabetismo, la incultura y la total ausencia de sistemas de comunicación, mantenía a los almerienses en un limbo informativo que les hacía dar por buena la única fuente de noticias que no era otra que la del poder gubernativo. No es ni mucho menos descartable suponer que la población ignoraba la errática personalidad del rey Fernando VII, que dicho en almeriense debía ser un cipote, sus sucesivos perjurios y traiciones a la Constitución de 1812 y el tirano régimen de terror apoyado por los Cien mil hijos de San Luis tras el final del Trienio Liberal. Nadie tenía aquí ni la más remota idea de lo que pasaba en la Corte en la que un rey felón, la mayor desgracia de la dinastía borbónica, hacía y deshacía a capricho sin respeto al orden legal que había instituido la Pepa, la Constitución de Cádiz, ejemplo de gobernanza y pionera en los derechos colectivos y ciudadanos. No sabían, ni podían saberlo, aquellos almerienses desinformados que Los Coloraos venían precisamente a restituir sus derechos, tal como había hecho el general Del Riego en 1820 en Las Cabezas de San Juan y como lo intentaría una década –ominosa-después en Málaga el general Torrijos, por lo que pasaría a la Historia como un gran símbolo del despotismo, inmortalizado en el soberbio cuadro de Antonio Gisbert, que cuelga en el Museo del Prado.


El año que viene se cumplirán doscientos años de aquella aventura de Los Coloraos por lo que es de prever que este mismo acto revista si cabe mayor solemnidad al conmemorarse dos siglos de una gesta que Almería no debe olvidar nunca como homenaje permanente a la memoria de quienes dieron su vida por la libertad de los españoles. Porque así fue: tal día como hoy, 24 de agosto, las fuerzas represivas de la tiranía terminaron con la vida de una larga veintena de aquellos hombres en la confluencia de la Rambla de Belén con la calle Granada. Pero con ellos no sucumbieron los anhelos de libertad y justicia del pueblo de Almería y años más tarde, durante la Revolución de 1868, el Ayuntamiento acordó la construcción de un cenotafio en recuerdo de los Mártires de la Libertad. Levantado en 1870 en la Puerta de Purchena, poco después sería trasladado a esta Plaza Vieja, hoy de la Constitución, donde permanecería hasta la visita de Franco en mayo de 1943. Pero pensaron las autoridades que cuando el caudillo saliese al balcón a recibir las aclamaciones del pueblo, lo primero que iba a ver sería un monumento a las libertades que él mismo había abolido tras la guerra civil. Y les pareció aconsejable, desde el punto de vista de aquella Corporación municipal, derribar el monumento, elegantemente erigido con mármol de Macael, diseñado por el arquitecto José Marín-Baldó, columna de más de 17 metros de altura coronada por esfera espigada obra posterior del escultor granadino Adolfo Heredia. El despiece del monumento quedó arrumbado en la Plaza Pavía hasta que su piedra se empleó para los bordillos de las aceras del Paseo y remates del puerto ante la falta de dicho material en aquellos años de escasez. Pocas veces brillaría tan bajo la incuria de los


responsables de obras de aquel Ayuntamiento que no tuvieron la sensibilidad de guardar sus piezas en lugar más seguro. Estos últimos datos sobre el destino final de los materiales de El Pingurucho corresponden a testimonios orales recogidos por mí de antiguos funcionarios municipales. El arquitecto Eduardo Blanes Arrufat acaba de dictar en los cursos de verano de nuestra Universidad una lección magistral sobre el monumento, aportando información sobre la suerte que corrieron los restos mortales de Los Coloraos. Están localizados en un nicho del cementerio de San José y, una vez comprobada su autenticidad, deberían de nuevo ocupar su tumba en los bajos del monumento en la Plaza Vieja. Ningún otro homenaje mejor a su memoria con motivo del bicentenario que restituir aquellos restos mortales al lugar que los acogió inicialmente y que da todo el sentido a la idea primigenia de levantar el monumento. La reciente decisión de la Dirección General de Memoria Democrática de incoar expediente para la declaración del Pingurucho como lugar de Memoria Democrática ha sido bien recibida en Almería, porque con ella ha de ponerse punto final a una disputa un tanto artificial sobre el futuro del Monumento y de la corona de árboles centenarios que siempre han adornado nuestra vieja plaza de la Constitución. Aquella idea de Libertad traída hasta nuestras playas por Los Coloraos tiene que unirnos a todos los demócratas ante el bicentenario que hemos de conmemorar en este mismo lugar dentro de doce meses.


La ciudad de Almería, decidida por la libertad como reza en su escudo, rechazaría hoy sin el menor género de duda cualquier intento semejante al de las ideas absolutistas que combatían los Coloraos. Y hace suyo el espíritu y la letra de los doceañistas: “La soberanía reside esencialmente en la Nación y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales”, según dice literalmente su artículo 3. Y además apela a todos los españoles al amor a la Patria y a ser justos y benéficos.


El intento fallido de Los Coloraos se envolvió durante décadas en el silencio, de suerte que, como digo, ni en libros de historia ni en conversaciones particulares se mencionaba esta singular gesta de unos aguerridos patriotas que ilusamente creían que desde el Sur de España podía iniciar la reconquista de las libertades, seguramente ignorando el poder de las armas que históricamente se han opuesto a los impulsos de la inteligencia, la cultura, la convivencia en democracia y todos aquellos atributos recogidos en la bendita Constitución de Cádiz repetidamente pisoteada por el poder regio y sus seguidores. Esa estela de privación de la libertad ha sido recurrente posteriormente en nuestra Historia hasta alcanzar el año de 1978 en el que otra carta magna, heredera de aquella de 1812, devolvió definitivamente a los españoles las libertades secuestradas durante tantos años. De ahí, el noble gesto de la Corporación municipal presidida entonces por Santiago Martínez Cabrejas de establecer este día del mes de agosto como fiesta memorial de los sucesos de 1824 y convocar año tras año al pueblo de Almería a rendir homenaje a quienes dieron su vida por el restablecimiento de la libertad.


Entre los 22 liberales fusilados en la rambla de Belén se encontraba el periodista Benigno Morales, director de El Zurriago, periódico satírico que se había convertido en el más severo crítico del régimen absolutista reimplantado por Fernando VII tras abolir el Trienio Liberal. Como profesional de la información que soy, y con la experiencia de más de medio siglo de ejercicio profesional,


quiero imaginar cómo hubiesen sido las crónicas de Benigno Morales de no haber muerto fusilado en aquella operación represiva llevada a cabo por los denominados voluntarios realistas, simples ejecutores de las órdenes del gobernador Pirez Feliu. Una simple ojeada a los números que se conservan de El Zurriago permite adivinar la brillantez y la mordacidad de este escritor que se había refugiado en Gibraltar huyendo de la Corte para evitar así su segura condena a muerte. Esta es la razón por la que Benigno Morales se encontraba en el grupo de Los Coloraos que habían partido en barco desde el Peñón y arribado a Almería con tan mala fortuna de ser detenida una parte de los expedicionarios mientras que los otros lograban perderse por los altos de Sierra Alamilla.


Por eso, y porque gracias a Dios la convivencia pacífica en democracia camina ya hacia el medio siglo, debemos revindicar el lema inmemorial de “Almería decidida por la libertad” para que nunca más nuestra historia se vea salpicada por actos criminales como los que he referido. Y ello se conseguirá aumentando el nivel cultural de la población y su acceso a la información libre e independiente. Los almerienses que nos hemos formado teniendo que salir a estudiar a Granada, a Madrid, a Sevilla estamos hoy legítimamente orgullosos de que nuestra Universidad, que cumple ahora treinta años, haya venido a llenar el inmenso vacío de la educación superior con un abanico de grados equiparable al de los mejores centros de España. Y que la Prensa plural de nuestra provincia contribuya asimismo a la correcta información de los almerienses, cada uno de su padre y de su madre, cada uno pensando lo que quiera, pero convergentes en el principio inalterable de la Libertad. La libertad que nos engrandece y nos dignifica como seres humanos.


Me siento muy honrado, Señora Alcaldesa, señores concejales, por haber sido designado como orador en esta conmemoración de los Mártires de la Libertad. Y, con esto termino, al agradecerlo quiero manifestar nuevamente mi fe en el pueblo de Almería, mi firme esperanza en su desarrollo y progreso en estos felices años en Democracia.


Y como español y patriota os pido a todos que gritéis conmigo:


¡Viva la Libertad!


¡Viva el Rey!


¡Viva España!


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