El eterno oficinista de La Cañada

José Miras Miras ha permanecido durante 45 años -16.200 días- acudiendo a trabajar a la CASI

José Miras Miras, en un retrato de juventud cuando empezaba en la cooperativa CASI.
José Miras Miras, en un retrato de juventud cuando empezaba en la cooperativa CASI.
Manuel León
10:00 • 21 may. 2023

Nadie ha sido tan perpetuo en Los Partidores como Pepe Miras; nadie ha permanecido tantos años en la sala de máquinas de la cooperativa CASI como este eterno oficinista/secretario/ideólogo/psicólogo/asesor, ya jubilado, a quien la empresa tomatera debería de retirarle su silla y su mesa y ponerle una franela encima, como hacen en la NBA con las camisetas de sus figuras más consagradas.



José Miras ha estado durante 45 años -16.200 días- tomándose un café negro y acudiendo a las 8 de la  mañana a su puesto de trabajo sin hora para salir, dependiendo de cómo fuese la subasta. “Si se enmarañaba había días que me iba a las 12 de la noche”, dice. Ahora Pepe, nacido en el año 55, es un pensionista retirado del fragor de la corrida, de los cortes y categorías, de las montañas de albaranes que se iban formando desde primeras horas de la tarde; ahora, este Miras de estirpe  de labradores, ya no tiene que lidiar con compradores ni vendedores, ni con los descuadres de cada jornada, pero al principio le costó asumirlo: a veces se calzaba los zapatos por la mañana, cogía el coche y se iba dirección a la oficina, hasta que cuando iba  por el Estadio de los Juegos, se daba cuenta de que no, de que ya había cumplido los 66 y ya nadie lo estaba esperando para que abriera la puerta del despacho. 






José Miras Miras ha sido -aun lo es a pesar de que le llegará el polvo del olvido- una institución en la cooperativa agrícola San Isidro, el primer centro de trabajo de la capital donde laboran más de mil empleados, que es propiedad de más de mil socios y del que viven directa e indirectamente 25.000 personas, un gigante que se ha hecho gigante gracias a hombres y mujeres laboriosos del proletariado, la gente callada que hace que las cosas funcionen como un reloj, gente de la intrahistoria unamoniana como este Pepe Miras.  Pero Miras, en la CASI, no es o era solo él: tiene el ejemplo de su padre, Antonio Miras Belmonte, que con 100 años aún escribe sus memorias en una vieja Olivetti, quien fue durante años operario en la antigua Hermandad de Labradores que compró el primer tractor para que los vegueros pudieran labrar sus tierras sin ayuda del arado y de los bueyes y que después fue jefe de suministros y de almacén de subastas, cuando su hijo, de niño, le llevaba el almuerzo del mediodía; tiene el ejemplo de su hermano fallecido que fue subastador durante muchos años; tiene el ejemplo de su abuelo, Antonio Miras Bretones, que cuando la CASI abrió clientela en Barcelona, se iba con el barco como cancerbero del género y se establecía allí, en el mercado del Borne durante varios meses para organizar las transacciones; y más atrás aún, tiene el ejemplo de su bisabuelo, Antonio Miras del Aguila, que fue secretario de La Violeta, la cooperativa antecesora de la CASI, en tiempos de la República, dedicada al cultivo de la patata  que tenía la sede en su cortijo de La Tahúlla, lo que hoy es la calle Paco Aquino, y cuando había junta de socios hincaba una bandera violeta en la  puerta.Toda una dinastía, la de los Miras, siempre cercanos a esa cooperativa que nació de la patata y del panizo y que se ha convertido  con los años en el primer comercializador de tomate de Europa.



El origen de la CASI, sin embargo, no está en La Cañada, sino en las antiguas huertas de Almería que rodeaban la ciudad antigua a partir de la Rambla: la huerta Azcona, Los Picos, Paco Aquino, la Tahúlla, Regiones, todas esas tierras feraces que fueron laminadas por el progreso, presididas por un paisaje de cortijos con establos, con celemines de trigo y cebada, con campos de alfalfa y remolacha donde también florecían los rábanos, las coles, las cebollas,  los crisantemos para venderlos en las fechas de difuntos, y, sobre todo, la patata, que era de lo que vivían los huertanos y los vegueros hasta la aparición del enarenado a principios de los 60, cuando fueron tomando el relevo el tomate y el pepino. 



Pepe Miras creció allí en un cortijo a espaldas de La Salle, con una balsa de sapos y patos donde aprendió a nadar, que se llenaba con agua de un pozo tremendo que había donde hoy está la empresa de autobuses Frahemar. Todo ese género llegaba en carros hasta los sótanos del Mercado Central para dar de comer a la ciudad, en una economía labriega de simple subsistencia. Hasta que se creó la CASI en 1944, en una alianza de agricultores para comprar a precios ventajosos la patata de siembra que venía de Navarra en vagones de tren. Fueron creciendo las necesidades y se empezó también a adquirir el abono, el nitrato de chile, los insecticidas, y a hacerse los primeros almacenes en la Carrera de Montserrat y después en Los Partidores. Ya la vega empezaba a despertar, los  agricultores le compraban las tierras a los terratenientes y se establecieron los primeros asentadores fuera del Mercado Central, los Ocampo, los Sáez y otros que venían de Murcia y Alicante, antes de  que la CASI montara su propia subasta con la ayuda de la Caja Rural   y de la cooperativa UTECO.






Los almacenes de Los Partidores le dieron vida a La Cañada, que tomó el relevo de las huertas, y el enarenado y nuevas variedades de tomate hicieron crecer la productividad de la tierra y ganar en riqueza hasta la fecha, a pesar de las crisis y de actuaciones de ángeles salvadores como el recordado gerente Antonio Quirantes  ‘Fanalo’.  


De todo eso y demás ha sido testigo ocular este Pepe Miras, este hombre justo, fiel de la balanza,  que ha profesado amor por su trabajo, por las cosas bien hechas, que se ha conocido el nombre y el número de todos los socios de la cooperativa, que ha trabajado con once presidentes, que aún tiene que dar la vuelta con el coche algunos días porque se le olvida que se ha jubilado. 


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