Vida y obra del lotero ‘rey Midas’ de Roquetas

José Martín ha parado el tiempo; la misma camiseta blanca, las mismas canas, el mismo cansancio

José Martín, el lotero de Roquetas, celebrando el Gordo de 2015.
José Martín, el lotero de Roquetas, celebrando el Gordo de 2015.
Manuel León
20:49 • 22 dic. 2022

Una camiseta blanca igual que la de hace siete años y el mismo gesto de desdén hacia los periodistas preguntones que en diciembre de 2015. José Martín -como un Dorian Gray- ha parado el tiempo, sus arrugas y su pelo cano: está igual el tipo, vive en el mismo sitio y se dedica a lo de siempre:  a vender lotería y, de vez en cuando,  a repartir el Gordo. Ayer fueron 60 millones; en el primer día del invierno de 2015 fueron 452. José Martín vovía ayer en Roquetas, en su administración número 2, a regar de dinerillo bueno a roqueteros y forasteros, aunque por allí no apareciese ayer casi ninguno de sus clientes a regalarle unas torrijas en agradecimiento: la lotería ya no es lo que era desde que no está Joaquín Arozamena presentando el Telediario, tocándoles la fibra sensible a los agraciados. Aunque no esté Arozamena y su mostacho, sí que sigue estando Margu (Mar Gutiérrez) de Andalucía Directo, poniendo lo que ya no ponen los premiados; poniendo, si es necesario, hasta las burbujas del champán.



Como digo, este Martín sigue estando igual que cuando el premio anterior. sigue siendo igual de prosaico, como cabreado por haber repartido millones, como diciendo, después de repartir un gran pellizco (que servirá como siempre para tapar agujeros), "a mí dejadme tranquilo, que yo no tengo nada que ver, que yo lo único que quiero es bajar la persiana e irme a mi casa".



El lotero de Roquetas -José Martín- el hombre al que ayer se agarró la prensa almeriense, como hace siete años, porque no había otra cosa a la que agarrarse, es oriundo de un pueblo de la sierra de Madrid. Poco antes de la hora del Angelus de ayer, José, cicatrizados ya los fastos de 2015, era un cristiano normal, un sórdido administrador de loterías, un sesentón- de buen ver aún eso sí-  un nativo de Guadarrama engolfado con el sol roquetero. Unos minutos después, cuando dos niñas con leotardos sacaron del bombo las benditas bolas, volvió a ser un héroe, un campeón del riego de millones por goteo. A esa hora exacta ya había hecho caer en la buchaca de algunos afortunados almerienses una lluvia fina de 60 millones de euros del ala.



Relato vintage de una vivencia



Hace siete años, la noticia  a José Martín- con cierto aire a Lauren Postigo en los buenos tiempos del Corral de La Pacheca- le sobrevino en una oficina de La Caixa cuando había ido a cambiar un poco de dinero para poder canjear décimos sueltos, ajeno a lo que se le venía encima. Allí mismo, cuando recogía el cambio , la cajera le gritó  ‘José que has repartido el Gordo dice la radio’. Y él: “oye, no estoy para vaciladas”. Pero el transistor, tozudo, volvió a tronar entonces, en 2015: “el Premio Gordo, el 79.140, se ha vendido íntegramente en la Administración número 2 de Roquetas, en Almería”.



Salió por piernas, José, como cuando corría por las breñas de Guadarrama siendo niño, junto a Moralzarzal, el pueblo de aire limpio en el que se crio, donde se come el mejor choto  a la brasa de la región. Y miró y remiró el número ya en su despacho frotándose los ojos, mientras ya empezaban a llegar curiosos a su puerta en la calle Rey Juan Carlos.



Era gente con botellas de sidra y guitarras, pero pocos agraciados con el premio más soñado. Tan solo una morita con su madre, con toda la felicidad del mundo en su rostro juvenil y  un senegalés pobre como Oliver Twist, un paria de la vida, tocándose el corazón con el décimo de los 400.000 euros, acordándose de cuando varó en esta costa moribundo, en una patera, hace ocho años. Y entonces, al tiempo que sus empleadas Ana y Felisa se daban besos de madre, José, el héroe, con la mirada ya perdida por la emoción, con sus pantalones color tabaco llenos de lamparones de El Gaitero,  se acordó de su amigo Alejandro, que a esa hora dormía plácido en Brasil, ajeno a que las dos sábanas que le había hecho llegar su compadre desde Almería le habían convertido en un tío más rico que El Dioni cuando atracó el furgón. Y lo llamó, y lo llamó por teléfono: Alejandro, Alejandro, contesta, joder”, pero al otro lado del Atlántico aún era temprano para el nuevo acaudalado.



Como parte del previsible atrezzo iban llegando entonces, bajo un sol que ya picaba, director y empleados de oficinas bancarias cercanas como Jorge y Francisco, de La Caixa, acompañados de Mateo, que le había cogido de vacaciones, pero sin poder resistirse a ver el ambiente: “un Gordo no toca todos los días”.


Allí estaban también empleados de Cajamar y del BBVA repartiendo tarjetas de visita y buscando millonarios, como Juani Pastor, del Santander, luciendo tacones y color Botín, al lado de una señora que no tuvo remilgos en bajar en bata rosa de franela con gaticos, zapatillas a juego y pendientes como una plaza de toros.


Antonio tocaba sereno la guitarra, algunos se atrevían con el  ‘Pero mira como beben los peces en el río’, los negritos se dejaban retratar, pero los millonarios seguían sin aparecer, mientras decenas de periodistas los buscaban como grano entre la paja. Era la primera vez que tocaba íntegro el Premio Gordo en la provincia desde el año de la Constitución de Cádiz, (las tres veces anteriores (1896, Almería; 2002, El Ejido; y 2007, Tíjola) se había repartido con otras provincias, y allí no habían aparecido más de tres o cuatro décimos con el cotizado 79.140, poco bagaje para una espera de más de dos siglos.


José, el henchido administrador, cada vez más cansado de posar, desvelaba que  800 de los 1.100 décimos vendidos habían ido a parar a un Colegio de  Laujar: un hombre de montaña no podía olvidarse de las montañas para repartir suerte. Como hizo José García Ramírez, el lotero del Rostrico, cuando, con ayuda del ciego Ponce, repartió 12 millones de reales en el remoto 1896, muchos de ellos entre familias alpujarreñas, con el número 8.669.


Había quien hacía piruetas como Samuel Fati, aunque solo había conseguido el reintegro, que es como ir a un banquete y olfatear la langosta sin catarla.  Angel, el tendero de la vecina zapatería Charlot se tiraba de los pelos porque había rechazado el número premiado  la noche antes, al igual que Jesús, de la tienda de Vodafone, con tarjeta de becario al cuello, pobre pero contento.


Más de 30 años tiene la Administración agraciada, pero solo 14 meses lleva José regentándola: casi llegar y besar el santo, aunque él no haya pillado ni un solo euro tras haber tenido durmiendo en el cajón 500 millones -el Presupuesto del Real madrid- que han cuajado de millones esta provincia, dicen que emprendedora, pero con una tasa de paro del 30%. Salía y salía, el sobrepasado José  -como el del Portal de Belén con los Magos de Oriente- a la puerta, demandado por las televisiones, por periodistas como Mabel Angulo, con el micrófono en la diestra y con la palma de la mano  zurda haciendo visera para protegerse del sol. Contaba una y otra vez José la historia del décimo, su historia, la que le ha cambiado la vida, mientras en el piso de arriba un canario no paraba de piar entre  búcaros con flores.


Llegaba entonces, como ayer, con bigote resplandeciente, el delegado provincial de Loterías, repartiendo camisetas con el lema ‘Primer Premio vendido aquí’, exultante por haber podido por fin utilizar unas camisetas que se quedaban año tras año en el baúl.

Una azafata del Imserso, de ojos deliciosos, camuflada, miedosa, porque estaba allí curioseando en horas de trabajo, admitía que conocía a dos compañeros premiados. Y Antonio Bretones, un pintor local de brocha fina, levantaba los brazos en señal de triunfo al paso de un autobús cuyo chófer reventaba la bocina y  gritaba por la ventanilla que había pillado un pellizco de 30.000 euros, ante la mirada de desaprobación de un policía local. Empezaron a echar la persiana los comercios , como todos los días, como Joyería Ramón, deseando ver en el mostrador a alguno de esos millonarios.


También cerraba la puerta Chucherías Kiky y la clínica del doctor Khouri, cuando el sol estaba en lo más alto, con los morenitos que reían y reían sin parar, con Antonio guitarreando, con un niño en bicicleta entorpeciendo el trabajo de los cámaras, con una mamá con su carrito de bebé y con la periodista de Cuatro llegando in extremis,  preguntando dónde estaba el champán, diciendo que no había visto nunca un Gordo tan soso. A esa hora,  el programa de TVE de Mariló Montero, ex de Carlitos Herrera, conectaba en directo con el rostro fatigado del héroe. Pero la parte del león de este castizo premio estaba cocinándose a fuego lento algunos  kilómetros más al norte, en una sierra como aquella en la que nació José. Todo eso ocurrió en 2015.  Ayer ni se le aproximó, aunque José Martín siga estando igual que hace siete años, como en el retrato de Oscar Wilde.





Temas relacionados

para ti

en destaque