Vida y milagros de un artista almeriense desconocido

Perico Barreto fue célebre tenor, cómico teatral y participó en más de una docena de películas

Pedro Barreto fue el primer actor almeriense profesional de la historia del cine.
Pedro Barreto fue el primer actor almeriense profesional de la historia del cine.
Manuel León
08:59 • 06 feb. 2022

El tenor almeriense Perico Barreto, cuando se marchó en un tren a Madrid, llevaba tan cargado de sueños el corazón como vacíos de pesetas los bolsillos. Decidió irse una noche de tormenta de principios del siglo cambalache, al acabar un concierto en el Casino de Huércal-Overa.  Con la escasa recaudación de la taquilla pagó el billete para la capital. Portaba una chaqueta deshilachada y una pequeña maleta sin nada dentro. En la parada de Totana se arrepintió y se bajó del vagón. Se tomó un café e hizo dos bolitas, una con el nombre de Almería y otra con el de Madrid. El jefe de estación eligió una y salió Madrid y así fue como Perico continuó su viaje de delirios provincianos hasta los teatros de la villa y corte.



A veces -uno no sabe por qué- hay almerienses legendarios cuya faz desaparece con el barniz de los años, y otros quedan prendidos para siempre en la memoria de la ciudad. Perico fue de los primeros,  de los que nada ni nadie lo evoca ya en la tierra donde nació, desde que falleciera en 1943. 



Y sin embargo, Barreto, además de potable tenor en su mocedad, reconvertido en cómico de aseado nivel con compañía propia de teatro, fue un reconocido actor secundario en los prolegómenos del cine sonoro español, siendo dirigido por Juan de Orduña, Benito  Perojo y Florian Rey y compartiendo rodajes con las estrellas del momento como Miguel Ligero, Imperio Argentina y después con los jovencísimos Paco Martínez Soria y Amparo Rivelles. Llegó a pisar también -el único almeriense que se sepa que lo ha hecho- los estudios franceses de la Paramount  en Joinville, en el rodaje de la película ‘La Cosa es seria’ protagonizada por Carlos Gardel, en la que finalmente fue descartado el almeriense. 



Las gacetillas artísticas del ABC de la época y de la revista Nuevo Mundo están cuajadas de crónicas en las que aparece su nombre y su  rostro robusto con raya en medio  a lo garçon. Pedro Barreto Quero (Almería, 1877-Madrid, 943) era hijo de Juan Barreto Correa, un carabinero de la época y  tuvo varios hermanos -Honorio (aficionado también al teatro), José (barbero en la calle Regocijos), Leandro (músico que tocaba el oboe en la banda municipal) y Salvador.



Cuando aún era un muchacho, Perico ya aparece formando parte de la Sociedad Dramática Almeriense ‘Vital Aza’, que tenía sede en la calle Las Cruces, presidida por Ramón Sebastián. 



Allí intervenía a menudo en algún juguete cómico  y en algunas veladas de comedia. Estaba dirigido este antiquísimo teatrillo de aficionados por Felipe Burgos  Tamarit y entre los jóvenes actores y actrices como Hortensia Alvarez, Antoñita Bustos, Antoñita Cruz, Arturo aquino, Francisco Miras, Manuel Orland, José Payán y el propio Perico. Además de representar en la ciudad, viajaban a los casinos y teatros de pueblos como Vélez-Rubio y Vera. Unos años después, en 1904, apareció el Círculo Republicano, que organizaba también veladas teatrales dirigidas por Antonio Orts, con Pepa Carnicer, Paca Muelas, María Cañete y Perico deslumbrando con su voz. Y después la Sociedad Benavente, un humilde cenáculo en la calle Ramos, donde se moldeó como artista.



Aconsejado por su amigo José Padilla, que se convertiría en el célebre Maestro Padilla, y por el intérprete Luis Iribarne, decidió probar como tenor y en 1908 fue su debut con la zarzuela Bohemios en el Teatro Apolo, cosechando aplausos, que repitió días después en el Variedades con la obra Las Buenas Formas.



Almería se le quedaba chica tras descubrir sus atributos para el género chico y fue cuando cogió ese  tren que lo transportó a Chamartín. Pronto consiguió debutar como tenor de zarzuela en el Teatro Barbieri.  Las crónicas del viejo Madrid de Mesonero Romanos le definían como un joven sureño de voz melodiosa y timbrada, interpretando obras también de ópera y opereta como La Alegría de la Huerta, la Viuda Alegre, el conde Luxemburgo o La Generala.


Recorrió cantando, con su cuello duro y su chaqué, los teatros de España y viajó también a América, cuando aún mantenía su figura escuálida de pequeño Quijote. 


Fue durante años uno de los fijos de la tertulia del Café Fornos -un antecedente madrileño del Gijón- donde se reunían literatos y artistas de todo pelaje, y donde fueron a hacerle entrevistas escritores y periodistas almerienses como Antonio Pérez Llamas, Juan López Núñez o Rodolfo Viñas, a quienes les contaba con su dicción seductora sus andanzas por los coliseos de Lisboa o de Tetuán, representando Tierra Baja, El gran galeote o El puñal del Godo. Repanchigado en esos butacones de aquella vieja botillería madrileñas les narraba todo su repertorio de chascarrillos por la península y solo se ponía serio cuando le preguntaban por su vuelta a Almería. “Tengo allí a mi madre” -decía, “y sueño con una casita blanca junto al mar cuando me retire”. Pero tenía pánico a volver a actuar ante los almerienses, “porque en la tierra que uno nace hay que hacer el doble para agradar”. Llegó un momento que  sintió que los autores no escribían obras de su agrado y se pasó a la comedia.


 Y se convirtió en una de las estrellas del género, un cómico de primer nivel en la España de los años 20 y 30, en la plenitud de su carrera.  En 1918 ya era el primer actor de la compañía del Teatro Reina Victoria y era fotografiado por Campúa y por Alfonso para las principales revistas de la época. Durante un tiempo su retrato al óleo, realizado por el joven pintor almeriense Rafael Guerrero, colgó de la pared del Café Suizo del Paseo del Príncipe Formó su propia compañía con la diva Felisa Herrero con base en el Teatro Fuencarral y volvió a recorrer España. En el Teatro Cervantes de Almería actuó tres veces y en 1924 sus paisanos le brindaron un banquete en el Círculo Mercantil.


La guerra civil le pilló actuando en Cuba y a su vuelta intensificó su trabajo en el cinema con el que ya había flirteado como actor cómico en películas como Diez días millonaria o El rey que rabió.  Después formaría parte del elenco de actores en aquellas producciones españolas antediluvianas como Carmen la de Triana, Rápteme usted, con Enrique Guitart y Celia Gámez, Veinte mil duros, El frente de los suspiros, La canción de Aixa o Deliciosamente Tontos.


Su carrera fue cayendo en declive con papeles cada vez más secundarios -como aquellos  cómicos Galvanes de El Viaje a ninguna parte- hasta que falleció en 1943 dejando una obra póstuma, Manolo Reyes, y sin poder comprarse esa casita blanca almeriense con la que tanto soñó.


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