Pascual Román: Recuerdos de la vida de un TEDAX almeriense

La intrahistoria del terrorismo es una mezcla de horror, valentía y resolución

Vivió de cerca dos explosiones, atendió compañeros destrozados y sufrió secuelas de todo tipo.
Vivió de cerca dos explosiones, atendió compañeros destrozados y sufrió secuelas de todo tipo. La Voz
Jacinto Castillo
07:00 • 22 nov. 2021

Pascual Román conoció en primera fila uno de los periodos más terribles del terrorismo en este país. Fue TEDAX (Técnico Especialista en Desactivación de Artefactos Explosivos) de la policía Nacional en el País Vasco entre los años 1981 y 1999, con estancias periódicas en Madrid. Casi dos décadas de horror, sangre y despedidas dolorosas que este almeriense lleva escrita en la memoria como una versión personal de la Historia reciente de España. También en su propia anatomía y en su identidad, porque en dos ocasiones su trabajo se tradujo en lesiones y, sobre todo, en las secuelas síquicas de vivir al borde de la tragedia y de la supervivencia. De la suya y la de sus compañeros.



La biografía de este almeriense está plagada de experiencias extremadamente duras que no han conseguido borrarle una sonrisa serena ni ahogarle la voz a la hora de contarlas desde la perspectiva del tiempo y de la vida.



Ahora, residente ya en Almería, a Pascual le quedan infinidad de recuerdos, la mayoría brutales y dolorosos. También, dos medallas al Mérito Policial con distintivo blanco y otras dos con distintivo rojo, cuatro galones de mérito y más de sesenta felicitaciones públicas además del nombramiento como caballero de la Orden del Mérito Civil.



Entre sorbos de café Pascual recuerda fechas y situaciones, compañeros e intervenciones arriesgadas. Por ejemplo, aquel 27 de octubre de 1982 en Derio (Vizcaya, Gran Bilbao), porque fue la primera intervención en la que vivió en primera fila una explosión que le sacó de su sitio una rótula. Y eso que sólo fue el detonador lo que explosionó. Pascual asegura que si hubiese estallado la dinamita ahora no estaría tomando café plácidamente en su ciudad. Más adelante, vendría una peor aún.



Fue el 28 de noviembre de 1999 en Getxo, cuando salvó la vida gracias a la corpulencia de un compañero que se adelantó para intervenir el artefacto, resultando gravemente herido. El compañero perdió un ojo, parte de la mano y sufrió heridas en la cara y en otras zonas del cuerpo. Pascual se llevó la perforación del tímpano y otras heridas. De todos modos, de aquel peligroso incidente se llevó una perforación de tímpano y la imposibilidad de dormir más de cinco minutos seguidos. Fue un servicio más. Un aviso de bomba en los bajos de un coche. Pascual se encontró de repente con su compañero medio destrozado en el suelo y no pudo sino intentar salvarle la vida, casi a la desesperada, medio desnudo porque la explosión le había borrado buena parte del uniforme.



Es fácil imaginar lo complicado que es seguir adelante con las secuelas físicas y síquicas de una vivencia de ese tipo. De hecho, comenzaron entonces las bajas y las visitas al siquiatra. A Pascual no le sentaban bien los fármacos ni tampoco las terapias del sicólogo. Los primeros, porque generaban efectos demasiados condicionantes para su vida; las segundas, porque le hacían sentir como si fuera un niño pequeño. Nada que le cuadrara a un hombre que se fue voluntario a la



La historia de Pascual



Brigada Paracaidista siendo muy joven, para después hacerse artificiero en ese cuerpo. Un hombre que había saltado más de cuarenta veces desde un avión. Pascual quiso quedarse en el Ejercito, pero no le fue posible. Así que, se planteó encauzar su vida en los cuerpos de seguridad y, por esas cosas de los destinos y las preferencias acabó en la Caballería de la Policía Nacional. Corría 1972. Su primer destino fue Zaragoza, donde los servicios que prestaba casi siempre eran partidos de fútbol. Pero, también intervenciones para reprimir protestas universitarias, un servicio del que no guarda buen recuerdo porque no le gustaban en absoluto.


Más adelante, llegaría su incorporación a los TEDAX, revalidando su formación como artificiero de su etapa de paracaidista. Entonces, su historia personal se pobló de intensidad, compañerismo y situaciones extremas.


Sirviendo en Madrid, le tocó intervenir en el tristemente célebre atentado de la cafetería California 47, ocurrido en 1979. Una página negra de la Transición que le costó la vida a nueve personas y que dejó más de sesenta heridos. Pascual recuerda la sensación de impotencia escuchando los lamentos de los heridos sin poder hacer nada porque había en el interior una bolsa sospechosa que se creyó que era un segundo artefacto de los GRAPO. En esos últimos años de la década de los setenta, no solo perpetraba atentados ETA. Pascual recuerda sus como sembraban terror grupos armenios contra intereses estadounidenses, la Triple A o el Frente de Liberación del Rif.


Años decisivos para España que se han quedado grabados en la experiencia de Pascual para siempre. Como 1981, por que a este almeriense le tocó vivir el golpe de Estado, en el retén de los TEDAX del Congreso. De aquello conserva la sensación de miedo por él y sus compañeros, pero sobre todo por el peligro de una guerra. Fueron tres horas de angustia contenida y, como siempre, de compañerismo y obligada serenidad.


Vivencias

Por debajo de los titulares de prensa y de las informaciones de los telediarios siempre ha habido personas que son protagonistas de la intrahistoria de cada noticia. Personas como Pascual que podrían pasarse media vida recodando vivencias tremendas. Por ejemplo, una intervención tras el aviso de bomba en una oficina bancaria. Un servicio más, si no fuese porque en la vivienda de encima de la sucursal había un niño que estaba solo. Cuando el padre regresó, Pascual le impidió el paso por razones obvias, pero aquel hombre desesperado, le propinó un puñetazo.


Pascual encajó el golpe y la reacción. Tomó un escudo y acompañado de su agresor, entró en la vivienda y condujo al padre y al hijo a un espacio seguro. Pasado un mes y medio, el hombre se presentó ante Pascual, para pedirle perdón de rodillas, deshecho en lágrimas. También recuerda el aviso de una falsa bomba en una guardería. Era solo un bloque de plastilina con un cable atravesado sin mucha pericia. Sin embargo, fue necesario poner a cubierto a una docena de niños mientras se comprobaba que no existía peligro alguno.


Sin duda, demasiadas experiencias extremas. Demasiados momentos de tensión al límite, compartidos con los 250 miembros de los grupos TEDAX de la policía Nacional que era la dotación habitual de aquella época en toda España. Invariablemente, algunos causaban baja por razones de todo tipo, pero comprensibles todas. Era tremendamente difícil, pero Pascual confiesa que no se considera un valiente. Sólo una persona que quiso salir adelante en la vida haciendo un trabajo considerado duro y difícil.


No tiene malos recuerdos en absoluto es de su estancia en el País Vasco. Asegura que se enamoró de la sociedad vasca, pese a lo que cabría pensar por su trabajo. En Bilbao también se enamoró de Ludovina, una burgalesa que se convirtió en su mujer y que compartió con él las secuelas que le quedaron del atentado de Getxo. Con ella regresó a Almería, desconectado ya del servicio activo para vivir en Cabo de de Gata. Pero aún le quedaba a Pascual otra terrible experiencia: la pérdida de su mujer en 2005.


Curtido por su propia biografía y resuelto a seguir adelante, este superviviente de pesadillas y de situaciones dolorosas, encontró en un segundo amor el mejor tratamiento para su insomnio. Habían pasado los años, se habían quedado atrás infinidad de nombres y de fechas; de lances y situaciones extremas, pero, Pascual conservaba una sonrisa serena y unas manos abiertas a la vida.


Si no fuese porque esta es una historia real y contundente en todos sus extremos, se podría concluir que el amor acabó triunfando sobre el terror, como si fuese el reclamo de una película de Hollywood. Pero, no es una película. Es la vida de Pascual Román


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