Vox y Abascal tienen razón

VOX alcanzó en los últimos procesos electorales una cosecha electoral imposible de superar

Santiago Abascal tenía razón.
Santiago Abascal tenía razón.
Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 01 ago. 2021

Cuando Santiago Abascal se sentó esta semana frente al pelotón de calentamiento de un medio de comunicación cercano a sus propuestas, hizo públicas unas declaraciones en las que llevaba, no solo la razón, sino toda la razón. Acompañado de una irritación monumental, el líder de VOX declaró (o lamentó; quizá sea más preciso calificarlo así) que el Partido Popular se estaba riendo de ellos.



Desconozco si Abascal sabía lo que encerraba todo lo que estaba diciendo con esa afirmación o, simplemente, decía lo que sentía. Reconocerse sorprendido porque, como en el poema del Piyayo, a “chufla lo toma “el PP, desvela que su conocimiento de cómo se las gastan los partidos no ha superado la adolescencia política. En su lamento llevaba la razón, toda la razón.  



Lo que no alcanzó a preguntarse el líder ultraderechista- mostrando, así, otra prueba de inmadurez - son las razones por las que el PP, no solo se ríe de él y de quienes le acompañan en los parlamentos y ayuntamientos, sino por las causas- y eso es lo importante- que provocan esa risa que, como expertos en el disimulo (todos los partidos mienten muy sinceramente), los populares niegan.  



Desde que otro adolescente de la política como Albert Rivera quiso asaltar el cielo conservador disparando a la vez a Casado y a Sánchez sin ser consciente que aquellos dos misiles acabarían volviéndose contra él mandándole al rincón más oscuro de la política, que no es el fracaso, sino el ridículo, el Partido Popular comprendió que ni a un lado ni a otro de la frontera de su territorio ideológico iba a tener enemigos consistentes qué perturbarán su hegemonía. Rivera era un cadáver político, un Cid campeador de guardarropía qué, al revés que Rodrigo Díaz de Vivar de la leyenda, no solo no iba a ganar batallas después de muerto, sino que iba a matar políticamente a todos los que estaban vivos en su partido después de haber muerto él. 



Cautivo y desarmado el ejército de Ciudadanos por la estulticia estratégica del riverismo, el PP miró a su derecha y solo se encontró un puñado de fans de la ´moda imperio tardío´ a los que solamente tendría que tratar con matizada consideración en algunos aspectos estéticos sabiendo que, aunque se presenten como sus adversarios, nunca dejarán de ser sus aliados. 



VOX alcanzó en los últimos procesos electorales una cosecha electoral imposible de superar según avalan ya todas las encuestas. El partido de Casado es consciente de esta realidad. Como es consciente de que el partido ultraderechista puede resultarle incómodo en algunas cuestiones retóricas, pero nunca dejará de ser un aliado necesario con capacidad de aspavientos estrafalarios (y en algunos casos peligrosos para la convivencia; ahí si tienen peligro), pero incapaz de ser algo más que subalternos en este espectáculo permanente en que ha acabado convertida la política española.  



La arquitectura ideológica de los de Abascal se apoya en dos pilares fundamentales. De un lado en un trasnochado concepto imperial de la patria como “una unidad de destino el universal” adornado de banderas y quincalla. Aquel imperio en el que nunca se ponía el sol es un evocación imposible de nostálgicos abandonados al extravío intelectual. De otro, su sustento ideológico no va vas allá de un antiizquierdismo lleno de furia y odio, retroalimentado a veces por los desvaríos infantiles de la extrema izquierda. Y es esta condición- su odio al PSOE- la que imposibilita en cualquier escenario, en cualquier situación y en cualquier aritmética parlamentaria, que VOX pueda facilitar un gobierno socialista o de izquierdas. Esta realidad incontrovertible es la que, precisamente, provoca el desprecio, en el concepto de ausencia de aprecio, de Casado, Moreno o Feijoo que tanto lamenta Abascal. 



Descendiendo a territorios más domésticos solo basta acercarse a Almería capital, Roquetas o El Ejido para constatar cómo el PP, sin despreciar a VOX, solo con mostrarles el trabajo por hacer, ha sabido desprenderse de la aparente hipoteca de sus concejales en los gobiernos municipales. Venían a comerse el mundo pero, al sentarse en la mesa, se dieron cuenta que el estudio y las decisiones para gestionar una ciudad- qué calles asfaltar, cómo lograr que se haga un hospital o un centro de salud, dónde hay terreno para hacer un colegio… en fin, esas cosas que, de verdad, mejoran la vida de los ciudadanos-, son más incomodas que las proclamas antiinmigración, las banderas de ocasión, el patriotismo de salón y el cuñadismo de garrafón.   


El Partido Popular tiene toda la consideración hacia los millones de votantes de VOX (son sus antiguos votantes, ¿cómo no tenerla cuando se quieren recuperar?), pero no tiene ningún tipo de aprecio hacia sus dirigentes. Es lo malo de pertenecer a la escudería militante frente a cualquier opción más allá de la derecha: cualquier forma de posibilitarlo resulta imposible. Para quien lo dude que recupere lo sucedido en los últimos días. La abstención del PP convierte a Abascal en persona non grata en Ceuta; VOX, colérico, anuncia que rompe con el PP allí donde colaboran, que hasta aquí hemos llegado.


Todo es ruido y furia pero nadie lo toma en serio y, por si faltara algo en ese muro digital de las lamentaciones, a pesar de la humillación ceutí que Casado no corrige , el vicepresidente de Acción Política del partido, Jordi Buxadé, baja del monte a las pocas horas de haber subido con toda la trompetería del “cómo pudiste hacerme eso a mí”, para decir que, por Dios, faltaría más, que la ruptura con el PP significa solo que “toman nota”. ¿Dónde dicen que estaba la derechita cobarde?  


VOX es un hijo descarriado del PP, un hijo pródigo que, como en el Evangelio de San Lucas, volverá a la casa del padre cuando la bolsa electoral mengüe y los apoyos mediáticos adelgacen. Abascal salió del PP, no con las alforjas llenas como el hijo de la parábola del Nuevo Testamento, sino porque, cerrado el chiringuito que le montó Esperanza Aguirre, no recibía los cuidados económicos a los que se consideraba acreedor. A un tipo que no ha cotizado ni un solo día en la empresa privada ni ganado un solo euro fuera de la política no se le puede decir que se busque empleo por su cuenta sin esperar la respuesta airada del rencor. Entre el desasosiego inquietante de los lunes al sol en la cola del paro y las proclamas remuneradas a fin de mes del patrioterismo no hay duda qué eligen los buenos españoles.  


VOX seguirá jugando a amagar y no dar y en esta ruleta trucada puede caer en el error de obstaculizar la aprobación de algunos proyectos- entre ellos los Presupuestos- del gobierno andaluz. Si lo hace brindará a Juanma Moreno el argumento perfecto para convocar elecciones en marzo en unas condiciones que ni el PP habría soñado: enfrentarse a un PSOE con un líder desconocido y en construcción, un Ciudadanos camino de la irrelevancia y una extrema derecha en decadencia por su contrastada incapacidad para gestionar la realidad. 


Abascal llevaba razón en su queja. Lo malo, para él y su partido, es que el PP ya le ha tomado la medida. 


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