El Lugarico: Almerienses en América

Necesitaba meterle un dedo en el ojo al Comandante

Fidel Castro, Adolfo Suárez y Raúl Castro en el aeropuerto de La Habana.
Fidel Castro, Adolfo Suárez y Raúl Castro en el aeropuerto de La Habana. La Voz
Francisco Giménez-Alemán
07:00 • 17 jul. 2021

El Centro Catalán de Caracas estaba a rebosar cuando Adolfo Suárez y su ministro de Exteriores Marcelino Oreja hicieron la entrada en el amplio salón donde lucía la bandera tricolor republicana. Era septiembre de 1978 y España vivía la recta final hacia el referéndum de la Constitución que debería de haber sido el definitivo punto final a la larga etapa de excepción que había vivido nuestro país desde la guerra civil. El presidente Suárez era aclamado por cientos de españoles exiliados y sus descendientes mientras saludaba a unos y otros con auténtica emoción por parte de todos. Estábamos presenciando la escena los enviados especiales de los medios españoles, entre otros Miguel Ángel Aguilar, José Vicente Colchero, Pepe Oneto, Pablo Sebastián, Fernando Orgambides y yo mismo, junto con el almeriense y director de la Oficina de Información Diplomática Chencho Arias.



En esos momentos se acercó a nuestro grupo un señor muy mayor, acompañado por su hija, preguntando por el periodista de Almería que venía en la comitiva. Me presenté y cuando cesó la megafonía el anciano, llamado Manuel López Jibaja, me dijo que él y su hermano, ya fallecido, habían escapado a Orán en los últimos días de marzo de 1939 por miedo a la represión franquista, aunque no tenían delito de ningún tipo ni otra acusación que la de haber pertenecido a la CNT y participado en la huelga revolucionaria de 1934. Desde su huida y posterior viaje a Venezuela nunca después habían conseguido pasaporte para volver a España y ahora era imposible por su estado de salud y falta de medios económicos. Pero creo que fue una gran satisfacción para Manuel el rato de conversación que mantuvimos hablando de Almería y de sus gentes.



El viaje con Suárez había tenido otra etapa anterior en La Habana donde Fidel Castro lo recibió con todos los honores, incluido un gigantesco retrato del presidente español en la fachada del aeropuerto José Martí. Y se le aplicó, según el protocolo de la dictadura cubana, el grado 2 de recibimiento, pues el 1 estaba reservado a sus aliados soviéticos. Pese a la decadencia y la ruina de La Habana algunos volvimos enamorados de aquella ciudad que me recordaba las calles de nuestro Barrio Alto o de la calle Regocijos. Y fue precisamente en un centro español, la Casa de Galicia, donde nuestro inefable e inolvidable compañero Pepe Oneto le preguntó a Fidel Castro que para cuando pensaba convocar elecciones… 



El dedo en el ojo al Comandante



Pepe Oneto, fallecido hace dos años, era genial en todo. Preguntaba en las ruedas de prensa con intención y al mismo tiempo con humor. Todos sabíamos que en el régimen cubano no había elecciones democráticas, pero él no se conformaba con saberlo. Necesitaba meterle un dedo en el ojo al Comandante, y de hecho la pregunta no fue contestada y la G-2, servicios de inteligencia de la isla, procuraron que en nuestras siguientes aproximaciones al caudillo cubano no hubiese más salidas de tono, según ellos. 



Flaqueaba por entonces la ayuda soviética, por lo que todo estaba racionado y las calles y sus edificios, sobre todo en La Habana vieja, con el consistente deterioro que procura la falta de conservación. Los coches eran todavía del tiempo de Batista y los autobuses, pura chatarra, muchos de ellos dados de baja en el servicio urbano de ciudades españolas y obsequiados a la Perla del Caribe. Solo se salvaban los centros oficiales, las sedes de las embajadas y algún que otro museo como el Palacio de los Capitanes Generales, construido por los españoles en 1776 y que sería ocupado por sesenta y cinco gobernadores hasta 1898.



Me llamó la atención el trono, naturalmente reservado a los titulares de la Corona de España. Años después, en 1997, durante la estancia de nuestros Reyes en Cuba don Juan Carlos declinó amablemente la invitación a sentarse en el sillón real que, por cierto, nunca había sido oficialmente usado por un Monarca. Más espectacular aún es el salón de los espejos, pulcramente mantenido, así como el patio de armas y el claustro de entrada en cuyo centro ajardinado triunfa una soberbia estatua de Cristóbal Colón en mármol blanco, ¿de Macael? Lo pregunté, pero no había constancia. Fue realizado en 1862. El Palacio es hoy Museo de la Ciudad. Una joya entre las ruinas de La Habana.



Manuel López Jibaja murió en Caracas algunas semanas después de la visita del presidente español, según me comunicó por carta su hija, pues en el cruce de nuestras señas habíamos quedado en cartearnos de vez en cuando. La peripecia vital de este almeriense que salió huyendo a Orán en marzo de 1939 es la de miles de compatriotas que terminaron en América con distinta fortuna, unos con destacados puestos en la Universidad y en sus especialidades profesionales o artísticas, y otros, los más, ignorados de por vida pese a no haber tenido otro “delito” que sus ideas en el marco de la II República.


Alguna vez, hace muchos años, intenté seguir el rastro de Manuel y ver si le quedaban familiares en Almería, pero mis pesquisas resultaron infructuosas. Conservo muy buen recuerdo de este hombre anciano, compartiendo en Caracas una fiesta por la recuperación de las libertades en España, que sabía a ciencia cierta que iba a morir sin pisar de nuevo la tierra que le vio nacer.


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