Bajo el yugo de las tiernas palomas

Nos bombardean por tierra, mar y aire: La ciudad es atacada sin tregua por las palomas

Una montaña de excrementos de palomas se alza sobre un histórico balcón de la céntrica calle de Castelar.
Una montaña de excrementos de palomas se alza sobre un histórico balcón de la céntrica calle de Castelar. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 20 jun. 2021

Las palomas nos han ganado la partida. Se han instalado entre nosotros sin hacer ruido pero dejando un rastro de mierda que acentúa la fama de ciudad sucia que tiene Almería. Por mi plaza pasa todas las mañanas un anciano con dos bolsas cargadas de comida para las palomas. Se sienta en un banco y les va echando de comer, componiendo una escena llena de generosidad y ternura: el viejo y las palomas comiendo a su alrededor. ¿Quién se atreve a perturbar esa estampa tan conmovedora? 



Cuando reparte todo el pienso, el anciano recoge y se va a su casa, mientras que las palomas se quedan en la plaza, ocupando las cornisas de los edificios, los hierros de los balcones y los asientos de los bancos, convertidas en las reinas del lugar, en auténticas diosas venidas del cielo.



Las ordenanzas municipales dicen bien claro que no se puede dar de comer a las palomas en la vía pública, pero como las ordenanzas están para no cumplirlas todo queda en papel mojado sin que nadie asuma el problema y busque las soluciones que son tan necesarias.



La torre del campanario



Vivimos sometidos a las palomas que nos bombardean por tierra, por mar y por aire. Hace unos años tomaron la torre del campanario de la Catedral y la destrozaron, y ahora se han hecho fuertes en las calles del casco histórico, haciendo inútil el trabajo de las brigadas de limpieza que se ven impotentes para quitar la huella que dejan en las fachadas y en el suelo los excrementos de las aves.






Una de las calles más transitadas de Almería, la calle de Castelar, que sale desde la Plaza de San Pedro hasta el Paseo, frente a la puerta del Mercado Central, presenta un aspecto sucio y tercermundista debido a las cagadas de las palomas. 



Uno de los edificios históricos de la calle, la antigua vivienda del doctor Gómez Campana, que destaca por sus balcones cubiertos, de hierro y madera, llama la atención  más que por la majestuosidad de su arquitectura por la montaña de excrementos que se ha formado sobre el techo del balcón. 


La presencia de las palomas es constante. Uno puede estar sentado en cualquier terraza del centro desayunando, teniendo a su lado la compañía inevitable de las palomas que acuden en busca de las migajas. Y ya sabemos que cada vez que se acerca una paloma te deja el tierno regalo de su cagada.

En la Plaza de Urrutia, frente a la entrada lateral de la iglesia de San Pedro, el panorama también es desolador. Las cornisas están cubiertas de palomas y el esfuerzo de los vecinos por mantener limpias sus fachadas no sirve de nada ante la presencia de las aves. Han llegado a meterse hasta en el Mercado Central, ocupando los huecos altos de la puerta que da a la calle Obispo Orberá para establecer sus nidos, dejando constancia de que siguen reinando a sus anchas.


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