Aquella alemana del Puga

De una roulotte fueron bajando mujeres espléndidas pero ninguna como ella

La modelo  alemana en la barra de Casa Puga  y al fondo el camarero Juan Martínez.
La modelo alemana en la barra de Casa Puga y al fondo el camarero Juan Martínez.
Manuel León
07:00 • 04 oct. 2020

Se llamaba Greta o Erika. Nadie lo recuerda ya con exactitud. Era una más de las once alemanas que llegaron una mañana del año 1992 a la barra de Casa Puga a rodar un reportaje para una exclusiva revista de alta costura. Quizá no era una más sino la que más, destacando por su planta de 190 centímetros, por sus labios como los de Sofía Loren, por sus ojos oscuros que no miraban a nadie, como si estuviese por encima de todo, como si flotase sobre el serrín del suelo y los azulejos de las paredes.



Quien la recuerda bajo los fuegos artificiales de la nostalgia es Juan Martínez, Juanito el del Puga, camarero con 40 años en esa casa más que centenaria, quien más gambas con gabardina ha emplatado en toda España: “Era alta, muy alta, su cintura sobresalía del mostrador”. En la foto que conserva de ella, él está al fondo, como un extra en una película, secando vasos con su chaquetilla encarnada, y ella -Erika o Greta- luce su rostro delicioso, con su vestido de flores, mirando a la calle Jovellanos, mientras el fotógrafo disponía las luces y las sombras y disparaba su cámara, una y otra vez, a la ninfa apostada en el mármol blanco, bajo unos jamones con chorreras. “Había que cambiar el platillo de aceitunas verdes o negras según fuese el color de la blusa de la modelo”, apostilla quien fue actor secundario en esas sesiones de fotos. 



La gente se arremolinaba en los cristales de fuera para verla, muchos nunca habían conocido una mujer tan alta en su vida como esa teutona que llegó aquella mañana a ese santuario del buen yantar y mejor beber. 



Fue Pedro, un amigo y cliente de la casa, un extranjero de profesión fotógrafo y residente hacía años en Cabo de Gata, quien urdió la idea: hacer un reportaje fotográfico para una de las mejores revistas de modas de toda Europa entre odres de La Contraviesa y estampas de santos, entre tintos olorosos y ventanales abiertos a la luz blanca almeriense. Llegó el equipo de filmación en una roulotte que aparcaron enfrente de El Blanco y Negro.



Decoradores, maquilladores y peluqueros, ayudantes de iluminación y atrezzo y las once muchachas alemanas que iban entrando y saliendo al set de Casa Puga, cambiándose de ropa, de diseños exclusivos de trajes femeninos que serían admirados un tiempo después en rico salones de Berlín o de Hamburgo, teniendo como fondo al camarero Juan o a Leo y toda esa pequeña atmósfera cotidiana de la botillería almeriense. 



Allí estuvieron esas once espigadas germanas -ninguna como Erika o Greta según Juan- mudándose de faldas y de cinturones, posando de frente o de perfil, con la plancha de los champiñones ya caliente, con el lápiz de hacer las cuentas en el mármol  al lado, con el perfil del convento de las Clarisas al fondo y el repique de las campanas de la Catedral de banda sonora. Nunca había habido tanto glamour en Puga como ese día, ni cuando estuvo Claudia Cardinale pelando camarones. Desde las 8 de la mañana hasta las 12 del mediodía, el reducido espacio de la taberna más añeja de Almería lució como nunca, mientras se iban alternando las modelos y Pedro disparaba y disparaba hasta atrapar todos los ángulos de aquellas mujeres impresionantes, aunque ninguna como Greta o Erika, según Juan. “Se pegaba a la barra y le sacaba una cuarta a cualquier cliente”. Su foto, para demostrarlo, cuelga en una de las paredes del bar, junto a décimos de lotería enmarcados, bajo la colección de coñacs de todo el mundo que preside la estancia al fondo a mano izquierda. 



Ella -Erika o Greta- aunque ya no esté, sigue mirando a todo el mundo, te pongas donde te pongas, como ocurre con la Gioconda en el Louvre, aunque ya no sea Juan ni Adolfo los que estén detrás de la barra. Pero ella, la alemana de 1,90 sigue allí retratada, con su vestido oscuro y sus ojos pintados, aunque en la vida real quizá sea ya casi una anciana de pelo blanco y párpados marchitos.



Juan, que hace aún visita mañanera a esa tasca que ha sido su vida y a la que ha dado su vida, de vez en cuando se acuerda de ella, como un fogonazo, incluso cuando se va a descansar a su rincón de Aulago, bajo las breñas de Los Filabres, su paraíso soñado. “No hablaba nada de español -Greta o Erika- pero nos entendíamos con la mirada”, recuerda el veterano empleado. Como recuerda sus comienzos, cuando no era más que un niño del barrio de San Antón, en el proceloso mundo de la hostelería.


 Su padre era estibador del puerto que se fue de emigrante y él, con catorce años, ya empezó a trabajar en El Paso, un bar colindante con Casa Puga donde servían cafés y copiosos desayunos a base de churros con chocolate. Era un lugar a medio camino entre la calle Las Tiendas y la calle Mariana por donde todo el mundo pasaba. Allí compartió labores Juan junto a Antonio Padilla, Loli González o Bartolo, bajo la gerencia de José Romero Montes, cuya madre disponía también de un cercano horno de panadería.


Después empezó a colaborar con Leonardo Martín padre, hasta que ya se hizo camarero fijo de Casa Puga, hasta hace muy pocos años cuando los hosteleros de Ashal le dio un galardón de reconocimiento a su labor de toda una vida atendiendo a una clientela fija y otra de aluvión que ha ido regenerándose sin perder sus esencias. Otro de los rodajes que recuerda con afecto Juan fue el de ‘Conoce tu tierra’, de la Junta de Andalucía, que se vio por todo el mundo. Puga fue elegido, junto a otros célebres rincones andaluces para divulgar la Almería auténtica.


Ese día se cerró el bar y el local se llenó de efectos especiales, de humo de ferrocarril, de tomas de claqueta y de muchos extras. El protagonista era Michael, un norteamericano que llevaba la voz cantante y que apuraba chatos de Albuñol y platos de jamón como si hubiese nacido en El Quemadero en vez de en Wisconsin. En cuatro décadas, Juan ha despachado miles de platillos de tapas legendarias, en ese pequeño territorio de felicidad que es el Puga. “Me acuerdo de Barrionuevo que venía los viernes a por el boquerón adobado, de Concha Velasco, de Anthony Quinn, de los de Operación Triunfo, de los de Exodus, pero quien más me impactó fue el escritor Antonio Gala”. 


Juan jura y perjura que Amancio Ortega estuvo un mediodía hace un par de años tomando champiñones a la plancha. “Estuvo ahí, en ese mismo rincón, pero no dejó propina”.



Temas relacionados

para ti

en destaque