El bar más pequeño también vuelve

Abre el Minibar con aforo limitado a once privilegiados

Paco con mascarilla detrás de la barra y un cliente, ayer al mediodía en el Minibar.
Paco con mascarilla detrás de la barra y un cliente, ayer al mediodía en el Minibar.
Manuel León
07:00 • 15 jul. 2020

Ya no hay apretones frente a la barra de zinc ni manos al aire para avisar a Paco el camarero. Ya no hay ese murmullo de fondo de hace solo unos meses, ni botellín va ni botellín viene entre la maraña de clientes. Ha cambiado el paisaje en el Minibar, el bar más pequeño de Almería como su propio nombre indica, y de la antigua caja de cerillas se ha pasado a un espacio diáfano -sin exagerar- en el que solo once privilegiados clientes -un equipo de fútbol- pueden volver a disfrutar del lomo adobado o del pincho de gambas con un botellín de Estrella Galicia. Ahora están los delanteros pegados a la barra, con cierta anchura, los defensas en la segunda fila y el cancerbero, cuidando de la puerta para que no se rebase el aforo. 



Es un nuevo Minibar para los tiempos del covid, pero los dos Pacos siguen al frente de la barra como siempre, eso sí, atendiendo la demanda de la parroquia, que también, como siempre, sigue bebiendo y comiendo de pie, con dos solitarias mesas redondas a diestra y siniestra en la puerta. “Queremos que todo siga igual, no hemos cambiado nada”, explica Paco como el mismísimo Lampedusa, a una hora cercana al mediodía, con solo dos clientes en el local, cuando en otro tiempo ya habría cola  para una caña rápida de aperitivo antes del almuerzo doméstico.



Algunos curiosos que caminan por las cercanías se paran en la puerta para comprobar que es verdad, que el Minibar ha vuelto a levantar la persiana, con un cartel en la puerta que advierte: “Aforo máximo 11 personas”.



El Minibar lleva 48 años formando parte del horizonte de la calle Rueda López, el antiguo camino de la Vega de Almería que fue consagrado a la figura señera del fundado de La Crónica Meridional. Fue Bernabé, su primer dueño, quien desde un día de 1972 que abrió al lado de Las Garrafas de Emilio, le dio ese toque palpitante que siempre ha tenido el Minibar, con una de las mejores planchas de la ciudad donde lo mismo claudica la quisquilla, que una resma de chopitos, donde lo mismo se dora una hamburguesa de buey que crepitan unas almejas de carril esperando postor.



El aroma a mar y a lumbre, entre tiendas de ropa y zapaterías, delata al Minibar desde que se va llegando. Dentro del Minibar todos es rápido, no puede ser de otra forma y ahora más: uno se toma la cerveza y la tapa, se limpia la comisura con la servilleta, da los buenos días y sale pitando para dejar barra a otro asiduo. Rápidos son también los camareros: desde que entran ya te están preguntando con los ojos que qué va a ser, para que nadie tenga que aguardar mucho la gloria bendita que se unge en esa plancha espesa, entre el vocerío de la parroquia de un viernes o un sábado al mediodía. Probablemente tarde en recuperarse ese ambiente de antes, cuando nadie nos preocupábamos por tocarnos o rozarnos en un bar, pero hay una cosa que seguirá presente en el Minibar: está mal visto ir con corbata. 







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