Almería en los tiempos del covid-19 (XL): Vuelven los camareros

La ciudad ve cómo poco a poco el sector de la hostelería va a ir recuperando el tono, aunque aún hay muchas dudas y muchas incertidumbres.
La ciudad ve cómo poco a poco el sector de la hostelería va a ir recuperando el tono, aunque aún hay muchas dudas y muchas incertidumbres.
Manuel León
07:00 • 07 may. 2020

Dónde estabas tú el día que murió Marilyn, nos preguntaba aquel escritor/fumador llamado Terenci Moix. A él -reveló antes de morir de un enfisema pulmonar- le pilló en un bar barcelonés bebiendo whisky. A nosotros, este virus, que también embiste contra los pulmones, nos ha pillado en el Mercadona o en la farmacia, pero nunca en una taberna. 



Por eso, si hay algo que va a cambiar de verdad de la buena esta burbuja covidista va a ser nuestra vuelta a los bares. Será un antes y un después en este tiempo de ayuno y abstinencia. Ni centros comerciales, ni boutiques, ni perfumerías, ni cines ni museos, donde se ponga un buen bar para los almerienses que se quite todo. Mucha calle, mucho sol, mucho deporte, pero no es lo mismo, falta algo, falta una plancha humeante, falta el bigote del camarero del Alcázar, por poner un ejemplo. No sé, pero me da la impresión, de que a partir del lunes la ciudad se va a convertir en un hipódromo de carreras buscando mesa. 



Ayer se veían los primeros establecimientos como el Burana en el Paseo moviendo cosas, fregando suelos, reponiendo botelleros. Va a ser el acabose el próximo lunes. Ya hay gente que se está llamando para preguntarse: “y tú, qué te vas a poner para ir de terrazas”. Pura emoción. A ver si alguno/a va a tener que sacar el pañuelo cuando vea a Paco Morales servirle un Rueda en la calle de detrás de Correos. Todos hemos podido beber vino y cerveza en casa, pero no es lo mismo. No es que sea Almería una ciudad de borrachos, no es eso, solo que somos muy de bares. De hecho, solo en la ciudad hay más de quinientos, atendidos por miles de camareros que ya están calentando en la banda y que a partir del día 11, día de San Mamerto, van a volver a la vida. Pero han fantaseado sobre cómo va a ser la vuelta a su  cervecería de confianza. No sé. Uno se imagina llegando, por ejemplo, a la Plaza de los Burros y haciendo tiempo para sentarse en El Capitol, viendo cómo se han instalado mamparas de separación, como en aquella película del niño burbuja. ¿Llegaremos a tener síndrome de preservativo? Canta Sabina que él no quiere calor de invernadero, pero es lo que podría parecer, con desinfectantes en cada mesa en vez de ceniceros, con comandas telemáticas, con un camarero que nos dictará el tapeo con escafandra. Bueno ya veremos. Hasta que no lleguemos al puente, no podremos cruzar el río. Mientras tanto, ¿va a morir la barra del Parrilla Pasaje o la del Sevilla?, ¿ya no echarán serrín el suelo del Puga ni escribirán el número de rondas en el mármol? Entrar en un bar quizá sea ahora como cuando nos acercamos a una torreta de electricidad: “peligro, alta tensión”.



Hay bares como La Mala que ya han vuelto a clavar, como el sheriff de Nottingham, su carta de presentación en la puerta: tortilla de gorgonzola o de trufa; o El Obispo, en Juan Lirola, que se quedó con la pizarra de callos y de chistorra varada en plena calle. Quizá algún mesonero tenga la ocurrencia de añadir a la carta especialidades como un rape a la mascarilla, un lomo desescalado o haga marchar una cazoleta de coronamigas a ritmo de 'erguido frente a todo'. La clientela, claro, se hablará a distancia desde las mesas: - “Qué tal todo”, - “Todo bien”. Hay un bar en la calle Real -el Alambique- con un grafiti en la puerta: “Así se quedó Ceferino, por beber agua en vez de vino”. Pues eso. 








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