En casa - Día 43

“Me vienen a la cabeza los buzones. Ya no reciben cartas porque ya no se escriben cartas”

"En las viviendas unifamiliares el catálogo de buzones era tan amplio y variado como la imaginación de cada uno de sus moradores".
"En las viviendas unifamiliares el catálogo de buzones era tan amplio y variado como la imaginación de cada uno de sus moradores". Pixabay
Ricardo Alba
04:04 • 29 abr. 2020

Esta pandemia nos ha hecho caer en la cuenta, es mi parecer, de hallarnos en la antesala del riesgo de extinción de lo que hemos conocido como habitual hasta ahora. Incluso de nosotros mismos en caso de no cambiar nuestra relación con la naturaleza. Perdido en esta reflexión abro mi correo electrónico, está hasta los topes de mensajes lo mismo que el ‘guasa’. Esto me lleva a intentar recordar qué usanzas se han extinguido o van camino de ello en nuestra vida. Y me vienen a la cabeza los buzones. Ya no reciben cartas porque ya no se escriben cartas. Llegará el día que las viviendas se construyan sin bocas postales, no habrá con qué alimentarlas, serán inservibles, todo lo más algunos perdurarán en museos antropológicos.



“Espero que al recibo de la presente estén bien. Yo, bien también, g. a. D.”. Así, más o menos, comenzaban las cartas, aquellas cartas de cuando se leían en voz alta con la familia en corrillo. Una carta escrita en papel rayado por cosa de no ladear los renglones, redactada con gramática sencilla, legible para los destinatarios que no, que al recibo de la presente alguno de ellos no estaba bien porque las cartas llegaban, aunque tardaban en llegar y en el entretanto aparecían indisposiciones.



La carta tenía mucho de uno: el pulso de la caligrafía, algunas palabras o frases que dejaban leer entre líneas; el color de la tinta indicaba el momento de una pausa prolongada en la escritura; el bolígrafo acuchillaba el papel con según el enojo o la alegría del instante; un par de letras borrosas eran señal inequívoca de una lágrima que se podía tocar. Algunas cartas llevaban signos predecesores de los emoticonos de hoy: lágrimas, el carmín de los labios, el perfume, los puntos suspensivos…, todo un arsenal de símbolos y maneras añadidas a las palabras para sujetarlas, afianzarlas o dejarlas volar.



Muchas de las librerías/papelerías atesoraban un surtido variadísimo de papel de carta y de sobres. Colores, figuras, olores, formas, lisas, con rayas, con línea de margen, con dibujos, con frases ya impresas… Aquellos portales con una batería de buzones y las plaquitas con el número de buzón y puerta eran grabadas con pulcritud. No faltaba la tarjeta con el nombre de todos los miembros habitantes del hogar. En las viviendas unifamiliares el catálogo de buzones era tan amplio y variado como la imaginación de cada uno de sus moradores. Buzones con campana, buzones arabescos combinados con el gótico, tipo caseta de pájaro, forjados con caras de animales…, aquello también decía mucho de cada cual.



Aparte de con el silbo canario, hoy podemos comunicar al instante cualquier cosa. Así son los tiempos y así se debe tomar, además no hay remedio. No obstante, por mucha inmediatez, por mucho emoticono, por mucha fotografía que llega diariamente a los dispositivos portátiles, tabletas, smartphones, hay quien suspira por recibir una carta manuscrita, aunque sea por error. Cuando salga abriré mi buzón. Ahora no, porque yo, sin dudarlo, me quedo en casa






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