Almería en los tiempos del covid-19 (XVII): La pequeña república de Fiñana

Rambla Obispo orberá vacía, ajena al bullicio habitual que suele inundar una de las principales vías comerciales del centro de la ciudad.
Rambla Obispo orberá vacía, ajena al bullicio habitual que suele inundar una de las principales vías comerciales del centro de la ciudad.
Manuel León
07:00 • 01 abr. 2020

A estas alturas, lo único confirmado que hay en este país es que Dreambeach se celebrará en agosto en Villaricos. Así consta. Se han suspendido Juegos Olímpicos y Eurocopa, pero este festival, a su aire, mantiene intacta su confianza en el futuro. Como Bob Dylan, que es más de viento que de aire, tampoco ha renunciado a sacar un nuevo disco, ajeno al torbellino actual; como el bueno de Enrique Martínez Leyva, que después de tantos años trepando por los andamios de la radio y la publicidad, no lo para ni el peor virus del mundo. Ahí está, reinventando su Plataforma 40 años después de desertar del invernadero y empezar a revolucionar el negocio de lo que entonces se llamaba propaganda, hasta que él llegó. Hay personas que no saben renunciar, que no pueden renunciar. Como cientos de subsaharianos que siguen atravesando Alborán en una cáscara de nuez -antesdeayer 79- y que desembarcan en nuestra costa. Porque hay algo peor que un virus: morirse de hambre y de falta de futuro. Y hay algo peor que no disponer de mascarilla o gel hidroalcohólico y es pasar estos días virulentos, como 6.000 temporeros, en un asentamiento irregular de plástico y madera en Níjar o en El Poniente, con mínima higiene, levantándose cada día para recolectar las hortalizas que nos comemos y esperando a los voluntarios de Cruz Roja con el cargamento de lejía y agua mineral. “Los olvidados de la crisis”, los denominó el otro día Lola González en un reportaje.



Ayer, buscando algo, deambulé con mascarilla por la calle Reina Regente, junto al Gran Hotel y la colindante agencia de viajes. Allí están prendidas aún de la cristalera las cartulinas rotuladas con las ofertas que quedaron encalladas: “Tres días en Las Fallas 499 euros”, “Escapada a la Feria de abril de Sevilla, precio módico”. Allí están amarilleando,  esos papeles ya pasados de fecha, como vestigios de la libertad plena de la que gozábamos hace tan poco. Antes soñábamos con el viaje de nuestras vacaciones y ahora nuestro sueño sería tomarnos un vino en el bar de la esquina. 



El sueño de Rafael Montes -un rondeño a quien el azar y las urnas lo han colocado como alcalde de Fiñana- sería poder volver el fin de semana a ese  pueblo de toreros y bandoleros a abrazar a sus padres y a sacar a costal a su Cristo Cautivo el viernes de Dolores.



 Mientras tanto, se conforma Rafael con grabar en su móvil un parte diario de consejos de higiene y convivencia que cuelga en facebook, brotándole del corazón, para sus 2.000 vecinos, la mayoría de una edad avanzada. Rafael se ha puesto las pilas en este tiempo turbio y ha creado una red  en un grupo de wasap con 15 voluntarios. Les llevan un menú diario de cuchara que hacen en el Centro Social a los abuelos -fideos, lentejas, arroz- les entregan sus medicinas, con la asistencia de sus dos policía, José y Fran, que duermen con el teléfono pegado a la oreja. Reparten folios y lápices de colores a los niños para que dibujen y cada tarde con un altavoz en la mano, frente al Ayuntamiento, entona el Resistiré, como un Che Guevara en la Pequeña República de Fiñana.








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