La Almería de los pelotaris

La provincia se llenó de frontones como el Jai-Alai y de jugadores legendarios como Confitero

El listo, Soriano, Jurado y el Confitero, junto al federativo Manuel García, en el Patio de La Salle en 1950.
El listo, Soriano, Jurado y el Confitero, junto al federativo Manuel García, en el Patio de La Salle en 1950.
Manuel León
07:00 • 16 feb. 2020

Pocas cosas hay tan almerienses como el juego de la pelota, hoy tan desconocido y minoritario ante la arrogancia del fútbol que llegó descafeinado mucho tiempo después; pocas cosas hay en la provincia donde flote con mayor aplomo la esencia de la Almería ociosa como el frontón, a pesar de que se vea como un divertimento periférico de poca monta.



Los almerienses llevamos más de siglo y medio dando golpes a la pared con una pelota y es la provincia española donde más se ha practicado y se practica este deporte fuera de su claustro materno que es el País Vasco, Navarra y La Rioja. Más de treinta frontones funcionaron en la provincia desde finales del lejano siglo XIX donde legendarios jugadores como El Confitero de Alhama o Deogracias Pérez, el de la relojería del Paseo, eran héroes a los que se les lanzaban gorras y botas de vino desde los graderíos como a los toreros.



Fueron mineros e ingenieros vizcaínos, que llegaban en oleadas a los cotos férricos de la provincia, sobre todo en el entorno de Sierra Alhamilla, los que inyectaron ese veneno por la pelota a los jornaleros urcitanos compañeros en el tajo.



El juego prendió rápidamente también en la capital de manera desordenada cuando robustos  zagalones iniciaron la costumbre de organizar partidos golpeando el caucho de las pelotas contra los muros de la Catedral, Santo Domingo, San Pedro y contra el lienzo del Teatro Novedades. Tanto creció el engolfamiento de los muchachos almerienses por echar ratos jugando a la pelota, que el remoto obispo Anacleto Meoro, en 1863, incluyó en el Compendio de deberes y obligaciones de la Diócesis la “prohibición a los seminaristas de practicar el incivilizado juego del frontón”.



Para jugar a pelota se necesitaba solo una recia pared vertical por lo que la ciudad se llenó de peloteros que suponían un riesgo para los transeúntes y proliferaron las quejas en La Independencia y en La Crónica por este juego. El Ayuntamiento tomó cartas en el asunto y los guardias municipales empezaron a llevarse al calabozo a algunos de los jugadores más reincidentes en tropelías.



Se hizo necesario, por ello, contar con un frontón en la ciudad, como los del norte de España, que podría ser un opíparo negocio para algún avispado promotor. Así se habilitaron en el mismo año de 1894 tres en la ciudad: el Jai-Alai, en la calle Luis Salute, cerca del Huerto de Jaruga, que era propiedad del pelotari Herrera, con capacidad para quinientas personas. Se mantuvo en pie hasta 1912 en que lo derribaron para hacer viviendas. Se jugaba a 75 tantos con apuestas incluidas. Fueron célebres en ese escenario los desafíos que se hacían en la prensa, como si fueran combates de boxeo, entre Juan Mancaje de Felix y Paco Amat contra Bernabé Fabe y Juan Pedro Pies de Liebre de Instinción. La entrada valía un real y las apuestas llegaban a alcanzar miles de pesetas. 



Ese mismo año se abrió el frontón Vizcaíno, en la Rambla de Belén, detrás del edificio de las Siervas de María, que era propiedad de Rafael Ferre y funcionó hasta 1935. Allí fueron escribiendo su leyenda jugadores como Aureliano Buendía –como el personaje de Macondo- o Paco Casas fuerte con el brazo derecho y buen colocador. 



Los partidos más disputados eran los de la feria de agosto a los que, entre corrida y corrida, solía acudir el torero Relampaguito,  gran aficionado . En ese año de la polka, también se inauguró el frontón Fiesta Alegre, en los Jardinillos de la Rambla, donde estuvo la Plaza de Toros Vieja. 


El último de los frontones capitalinos fue el Moderno, también situado en la Rambla de Belén, donde destacó el entonces as de este deporte, Rodríguez III. Era entonces  la pelota, uno de los deportes con más predicamento en la provincia y los frontones se utilizaban no solo para los partidos sino también para los mítines políticos e incluso para algo tan anacrónico ahora como los duelos o lances de honor. En el Beti-Jai, situado en la Rambla de La Chanca, se batieron con sable a dos asaltos el director del Imparcial, señor Troyano, y el del Heraldo, Tesifonte Gallego, resultando aquel herido en un ojo y este en el costado.


En los pueblos de la ribera del Andarax también se popularizó hasta la extenuación la práctica de la pelota. Sobre todo en Alhama que habilitó en 1880 La Bienhechora, el frontón más antiguo de la provincia y de Andalucía. Desde el Café Suizo partían cada domingo coches de caballos con aficionados para ver los partidos. El egregio Salmerón fue también jugador y uno de los más hábiles fabricantes de pelotas.


También practicaron y pratican el frontón municipios como Gádor, Benahadux, Illar, Alhabia, Bacares, Viator, Huécija, Ohanes, Instinción, Pechina, Tíjola, Padules, o Somontín. Fueron legendarios pelotaris Miguel el Confitero de Alhama, Juanito Sesé de Gádor, Miguel Soriano de Benahadux, Capetillo de Viator, el Zurdo de Bacares, Escoriza de Velefique, Serafín de Alhabia, El Chimeneas de Somontín o mujeres como Gracia Lucas, de Tíjola, que marchó a Madrid a jugar y que se casó con un torero y tuvo como hijo a Luis Miguel Dominguín y como nieto a Miguel Bosé.


Tras la Guerra, la pelota resurgió a través de los campeonatos de Educación y Descanso y  Grupo de Empresas que se jugaban en el Patio de La Salle, con nuevos ídolos, elegantes y rápidos, como Erite, Herrador, Serafín Romero, Manolo Jurado o Luis Núñez, pero ya el furor del fútbol fue minando la afición por el entrañable y tan almeriense juego de pelota, aunque aún se mantiene viva la llama en pueblos como Gádor. 


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