La historia del doctor Spreáfico

José Spreáfico García (1859-1935) fue el primer médico en realizar una cesárea en el Provincial

Hospital Provincial a principios del S. XX.
Hospital Provincial a principios del S. XX. La Voz
Manuel León
07:00 • 15 dic. 2019

Sus manos tenían algo de magia, como la que proyectaba con las suyas su padre cuando se encerraba en el cuarto oscuro para que brotaran imágenes del yoduro de plata. Tenían algo de magia para la curación, las manos del doctor Spreáfico, y mucho de bienhechoras para practicar su ciencia gratis et amore, en beneficio de innumerables desgraciados almerienses que merced a esa destreza hechicera pudieron morir de viejos.



La historia de José Spreáfico García (Málaga,1859-Murcia, 1935) es la de un médico que se aficionó a venir a Almería, donde tenía buenos amigos, a descansar a la casa del armador Joaquín Acuña, a cazar perdices en la finca Las Cuerdas de Emilio Pérez Ibáñez y a bailar el minué con su esposa en La Montaña, una especie de Club Social almeriense de entre siglos, donde lo mismo se encontraba novio apuesto para hija casadera que se cerraban negocios para fletar uvas a Covent Garden.



 Sin embargo, en ese tránsito entre el XIX y el XX, en el que la acicalada burguesía almeriense vivió un periodo de prosperidad , Spreáfico, además de para el dolce far niente, tuvo una sensibilidad especial para hacer el bien sin mirar a quien, para no olvidarse de su profesión, de su sabiduría, de su don maravilloso para operar, para remendar desgracias, como aquel Shindler del cine y de la historia que, aunque por las noches devorara caviar y mujeres exquisitas en el Berlín de las esvásticas, por el día se dedicaba a reclutar judíos para franquearles la vida. Salvando las distancias, Spreáfico fue un poco eso, en aquella Almería tan desigual, tan de ricos de verdad y de pobres de verdad, sin mirar la cédula de nacimiento para realizar una cirugía beatifica a los más menesterosos.



El médico malagueño Spreáfico, tan vinculado a la tierra almeriense, era hijo de José Spreáfico Antonioni un  italiano de Milán que en 1850 se instaló en Málaga huyendo de las revuelta garibaldianas del Risorgimiento y que en 1866 abrió un iniciático estudio de retratos, tras casarse con la malagueña Isabel García Peña. Se convirtió así en uno de los pioneros de la fotografía andaluza, una profesión que no siguió su hijo, que se decantó por la medicina, graduándose en las facultades de Sevilla y Cádiz, doctorándose en Lyon y ampliando estudios en París y Estocolmo. 



Salió de su Málaga natal para ejercer en el Oranesado, una segunda Almería de facto entonces, y desde allí solía embarcar en el Numancia rumbo a la tierra de los tempranos. Pocos malagueños habrá habido que se encapricharán tanto entonces con una tierra seca como el esparto. Spreáfico fondeaba, ya casado con una murciana de Archena, Dolores García, y con dos hijos–María y Mario-  asiduamente y pasaba largas temporadas vacacionales en Almería, donde conoció a colegas como el doctor Eduardo Pérez Ibáñez o  José Gómez Rosende con los que intimó y a quienes ayudaba en sus labores sanitarias y quirúrgicas en el Hospital Provincial.



 Allí, entre esas inmemoriales paredes, hoy apuntaladas a la espera de una rehabilitación como museo de arte, ejerció su talento Spreáfico en unos remotos tiempos donde se hacían rudimentarias sanaciones, en los que el malagueño deslumbraba con el bisturí hasta convertirse con el tiempo en una “gloria de la cirugía española”, como lo tildaban en los periódicos de la época.



Spreáfico, “el mágico operador” lo mismo realizaba habilidosas extirpaciones de matriz, que curas de tumores cancerosos que las amputaciones más atrevidas. Está escrito que una mañana de marzo de 1898 extrajo con éxito un quiste de 300 gramos en el Hospital Provincial a una muchacha llamada Rita Rodríguez Castro, algo que nunca se había hecho en ese centro. Le salvó la vida también a la modista Luisa Moreno, víctima del conocido crimen de la calle Jaruga, en la que su novio, Miguel Vivas, el panadero de la calle del Aire, le disparó por celos enfermizos un tiro a bocajarro. Spreáfico le consiguió ligar las arterias temporal y auricular para que lo siguiera contando.



En otra ocasión fue protagonista  de una de las primeras cesáreas que se recuerdan en el Hospital Provincial, con asistencia de los practicantes Moriana, Gil y Rebollo. Nada se le resistía a Spreáfico, que hacía todo esto de forma filantrópica -puesto que su puesto de trabajo estaba en el Hospital de Orán- como un hobby, como coleccionar sellos, pero salvando vidas. En otra ocasión, con el doctor García Blanes, trepanó el cráneo de un herido en una riña portuaria  al que le habían clavado una faca en la cabeza consiguiendo parar la infección. Salvó la vida también de dos insignes: la de su amigo y anfitrión Emilio Pérez Ibáñez, que le prestaba su estancia en lo que luego fue Casino de Almería, a quien le corrigió un riñón flotante degenerado, con los facultativos Arigo y Verdejo como asistentes; y al industrial del comercio, Pedro Alemán. No solo eso: Spreáfico fue un espíritu crítico con las autoridades puesto que consideraba que no prestaban los suficientes recursos económicos para el buen funcionamiento del Hospital, como era, por ejemplo, la falta de algodón para secar las heridas en la planta de cirugía. Además, junto con Eduardo Pérez Ibáñez y otros bienhechores, costeó la primera sala de operaciones del Hospital Provincial y fue el primer médico español en utilizar cocaína en anestesia quirúrgica, método que aprendió en París como ayudante del doctor Tuffier.


Por todo ello y más, Spreáfico recibió el título de Médico Honorario de Diputación, especializándose en cirugía “a lo moderno” y representó a Almería como delegado en el Congreso Internacional de Medicina celebrado en Madrid en 1903. Con los años fue considerado también pionero de la venereología española y sobre todo en los procesos sifilíticos en los que era una eminencia y  en los que defendió el uso de las aguas mineromedicinales como las de los balnearios de Alhama y Alhamilla en Almería o Archena, en Murcia. Allí se trasladó, ya en la madurez de su vida, quizá porque Almería no supo retenerlo con suficiente energía y allí desarrolló toda una gran labor terapéutica y puso de moda los ‘baños moros’ realizados con ayuda de masajistas que conoció en Orán. También puso en marcha en la ciudad vecina la Casa de Amparo para los bañistas pobres inscritos en la Beneficencia.


 Allí terminó sus días este discípulo de Esculapio, no sin viajar de cuando en cuando a Almería para visitar a los viejos amigos que ya se iban muriendo, como le ocurrió a él en el verano de 1935. Su hijo Mario continuó su labor como médico en el balneario archenero y nietos y bisnietos, como  ramas surgidas de su tronco, siguen desempeñando la medicina en la vecina ciudad de Murcia un siglo después.



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