El misterio del caballero del cuadro

Este personaje de bastón, bigote y puro amasó fortuna para solucionar la vida a hijos y nietos

Rafael martínez (1847-1911) fue uno de los mayores terratenientes de Almería.
Rafael martínez (1847-1911) fue uno de los mayores terratenientes de Almería.
Manuel León
03:23 • 10 feb. 2019 / actualizado a las 07:00 • 10 feb. 2019

Victoriano Lucas, el gergaleño que abrió estudio en el Paseo del Príncipe, lo retrató en vida y después de muerto el protagonista, por encargo familiar, retocó el original con óleo y lo enmarcó en un cuadro tan grande como el de Las Meninas.



Una vez enterrado, nadie sabe lo que será de uno: cómo le juzgarán cuando el tiempo amarillee su fama, cuánto sobrevivirá su memoria, qué afecto conservarán sus allegados, cuán tenaz será el desdén de sus enemigos, cuánto durará la pátina de su recuerdo entre los que vayan quedando vivos.



El retrato de este caballero almeriense de entre siglos estuvo colgado en donde hoy está la garita del conserje de Diputación, después itineró con sus descendientes a un cortijo de la Vega, a la calle Arapiles, a Magistral Domínguez y, por último, a Ciudad Jardín, donde está ahora, en el salón de una tataranieta, mientras el olvido le va ganando terreno al vestigio, aunque su faz siga igual que siempre, desde que su amigo Victoriano lo retrató con una cámara suiza, poco antes de morir: con ese mirar de soslayo mientras sostiene un puro casi acabado entre los dedos, con la frente despejada y el mostacho atildado, con las solapas levantadas de la camisa y con el bastón semiescondido en la mano diestra. 



Sigue igual este espectro del pasado que llegó a ser uno de los hombres más ricos de Almería, pero ya no queda nadie vivo que recuerde su leyenda, sus luces y sus sombras, sus actos generosos y los discutibles. Se fueron muriendo sus amigos, sus enemigos, sus hijos legítimos e ilegítimos, sus nietos y sus bisnietos, hasta dejar solo un hilo muy fino de remenbranza entre los actuales descendientes.



Tirando del hilo, con el auxilio del recuerdo difuminado de la familia, de la ayuda vicaria encontrada en legajos y archivos, hemos sabido que el personaje se hizo llamar Rafael Martínez Rodríguez, un almeriense nacido en 1847 entre las murallas de Almería, con la perspicacia suficiente para convertirse en uno de esos legendarios señores de la uva. 



Su vida no  fue ni mucho menos mansa, ni en lo profesional ni en lo familiar tuvo demasiado sosiego. Con los caudales que amasó exportando uva desde su caseta de embarque en el Andén de Costa, compró fincas y cortijos en Pechina y Viator y se hizo con acciones de la mina ‘Riqueza’. Fue también miembro del Sindicato de Riegos de Almería y los siete pueblos de su río, vicepresidente de la Unión Frutera y formó parte de la Liga de Contribuyentes, una suerte de Mesa de las Infraestructuras de la época que fiscalizaba las inversiones y era azote del Gobierno de turno. Fue también copropietario del Teatro Principal, presidente del Círculo Mercantil y falleció siendo presidente de la Cámara de Comercio, luchando porque el Puerto fuese habilitado como Muelle de Emigración. Fundó casa de banca en 1898, prestando a gabela, con firma en Linares, Liverpool, donde viajaba con frecuencia, y en Nueva York, aunque en 1910, poco antes de morir tuvo que afrontar una bancarrota. 



Rafael, Papá Rafael, como aún recuerda su bisnieta Dolores que le llamaban, se casó en primeras nupcias con Josefa Gómez, con la que tuvo tres hijas: Encarnación- casada con Nicolás Rodríguez Espinar y después con Adolfo Viciana Viciana- Adela -casada con José Sánchez Entrena y después suegro de Miguel Romero Balmas-  y Manuela-que falleció muy joven en 1902. Quedó viudo y tuvo  otros dos hijos- Rafael y Manuela- con la criada de la casa, Consuelo Pérez Montoya, que hay quien la recordaba abanicándolo a la puerta de la casa cuando llegaba sudoroso de los trajines del Puerto.



Tuvo tiempo también de casarse una vez más con Ramona Entrena Rico, una señora de Ubeda (Jaén) que falleció en 1904, dejándole nuevamente viudo y que era también tía carnal de su yerno, José Sánchez Entrena, a quien nombró apoderado en sus negocios, que iban en aumento, como las Salinas de San Rafael, en La Algaida de Roquetas, que adquirió en 1905 y bautizó con su propio nombre de pila.


No había tregua para Papá Rafael y además de tener la casa, despacho y almacenes donde vendía paja para las caballerías junto al Teatro Apolo, en la entonces denominada Rambla de Hileros, también adquirió el palacete que hoy es la Diputación para su hija Encarnación, donde vivió la familia hasta 1926. Allí le sorprendió un lúgubre suceso: el homicidio con una faca de su cochero, Carlos Hernández,  de manos de Paco el Rubio, que era, a su vez, el cochero de su yerno José Sánchez.


El próspero don Rafael falleció en 1911, con 64 años, poco antes de ser atrapado en un instante por la cámara de Victoriano, una mañana en la que quizá pensase -inocente- en lo mucho que le quedaba aún por hacer en la vida. Legó un rico patrimonio de bienes raíces a sus hijos - legítimos e ilegítimos- que llegó también muy copioso  a sus nietos. Ahora solo queda de él su retrato en un cuadro inmenso, colgado en la pared del salón de su tataranieta Lola Molina y su marido Ginés Nicolás.


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