Cuando la tele llegó a Almería

El fenómeno de la televisión empezó a aparecer por Almería a partir de 1962

Rosario Carmona y su marido Emilio Ojeda, junto a hijos y vecinos, mostrando el televisor
Rosario Carmona y su marido Emilio Ojeda, junto a hijos y vecinos, mostrando el televisor La Voz
Manuel León
07:00 • 21 oct. 2018

A Rosario Carmona, la panadera de Laroles, le tocó una tele marca Elbe en un sorteo por las fiestas patronales de San Sebastián y era como si hubiera sido agraciada con uno de los mayores ingenios de la humanidad. De inmediato, la tahona de  esa pequeña localidad alpujarreña se llenó de peregrinos que acudían en romería a adorar ese artilugio futurista.



Cuando Rosario y su familia hicieron las maletas y se trasladaron a la capital, esa vieja tele, ungida como un vellocino de oro, viajó con ellos hasta su nuevo hogar en la calle Tirso de Molina. 



El fenómeno de la televisión empezó a aparecer por Almería a partir de 1962, ocupando el lugar principal del comedor, sobre una cómoda de madera o en una alta repisa como si fuese una hornacina con un santo. Como eran tan destartalados entonces, encima se les colocaban estampitas marianas, las fotos del niño de Comunión o esas típicas muñecas vestidas con traje de gitana sobre un tapete de ganchillo. 



Los niños de entonces nos colocábamos delante a primera hora de la tarde con un trozo de pan y una onza de chocolate, esperando a que apareciera la carta de ajuste, como fielato previo para ver a los Chipirifláuticos o Un Globo, dos globos, tres globos.



El invento de la televisión llegó a España en 1956, pero pasaron unos años hasta que empezaron a desplegarse los repetidores necesarios para que llegara la señal hasta la provincia.  Fue a través del poste repetidor de la Sierra de Aitana, en Alicante, cuando esa rudimentaria tele empezó a verse en Almería, cuando comprarse un televisor era aún cosa de ricos.  



La gente se paraba delante de los escaparates de Bazar Almería a ver esos nuevos artefactos de la marca Philips, Werner o Inter, de 23 pulgadas, soñando con comprarlos a plazos, como un Seiscientos o un frigorífico Kervinator, cuando ni siquiera había aún agua corriente en las viviendas.Fue esa época ingenua en la que casi nadie sabía nada de tecnología, en la que los botones de encendido eran tremebundos y no había mando a distancia porque no había ningún canal que cambiar.



En 1963 ya se anunciaba la tienda de asistencia técnica a televidentes Elektro Borchers, en la calle Zaragoza, por si los ratones se habían comido el cable, y se llegó a abrir una suscripción en el Kiosco Bonillo entre los propietarios de televisores -que no pasaban de un centenar en la capital- para cambiar los grupos electrógenos por una línea eléctrica para frenar los cortes de señal y las continuas averías. Fueron también los propios comerciantes como Cristóbal Peregrín, en la calle Lachambre, Manrique, en la calle Trajano o Brasil Radio, los que impulsaron la instalación de un repetidor en el cerro Colativí, en Turrillas, que propició que Almería pudiera disponer ya de una señal más o menos adecuada para ver el teleparte -antepasado del telediario- o series como Bonanza o el Virginiano, que escuchábamos con aquel inolvidable acento chicano, porque en España aún no se había desarrollado la industria del doblaje.



En la provincia vendieron centenares de televisores de entonces comerciantes como  Juan Antonio Fernández, en Cuevas del Almanzora, a primitivos clientes como Antonio Aznar de Haro y José Ruiz Escoriza, y en la calle Calvo Sotelo de Garrucha, Ginés Soto Cegarra, un cartagenero que llegó para hacer la instalación eléctrica del Muelle y que abrió un negocio en el que principió vendiendo radios por los cortijos y prosiguió con las televisiones por toda la comarca del Levante. En algunos casos, quien compraba un televisor, en esa época tan cándida, lo colocaba en la puerta de la casa y cobraba una entrada, como si fuera el cine, a todo el que se acercaba a verla con una silla en la mano.


En Almería fue famosa la televisión de Goyita y Gustavo, en el Hotel La Perla, donde muchos vieron, sin creérselo del todo, la llegada del hombre a la luna, los mundiales de Inglaterra con el gol fantasma, o a  Salomé en Eurovisión o el Salto de la rana de El Cordobés.


En verano era frecuente ver a hombres en calzoncillos deambulando por las azoteas, trasteando las antenas y dando voces a los de abajo: “¿Se ve mejor?”. Era cuando se metía la mora o la argelina y hacían interferencias, lo que entonces se llamaba agüilla, y muchos partidos de fútbol había que oírlos en árabe. Un nuevo poste repetidor, en la sierra de Lújar, permitió mejorar la señal y democratizó ya la televisión en Almería de una forma imparable.


La provincia empezó de vez en cuando a aparecer en la pantalla: las faenas de la uva, los coros y danzas en la Alcazaba, combates de boxeo de Barrilado contra Picón, y fue nombrado técnico de Información y turismo, Emilio Orduña, y corresponsal de Televisión Española, Antonio Cano, casado con Pepita Pérez, hija de Deogracias el de la Joyería Francesa. Y empezaron a llegar aparatos hasta los pueblos más recónditos en virtud de la red de teleclubs que impulsó el ministro Fraga y las parroquias. Se colocaba la tele en la repisa más alta de los centros vecinales de entonces y la sala se llenaba de hombres con boina y mujeres con delantal, a ver a Kiko Ledgard o Un millón para el mejor.


Fue el pan de los pobres, de los sesenta y de los setenta, esa tele rudimentaria que tan ingenua nos parece ahora. El delegado de Turismo de la época, Rafael Martínez de los Reyes, fue abriendo teleclubs con suscripción al teleradio en cada rincón de la provincia: Cañadas de Cañepla, Albox , Antas, Bentarique, Huécija, Urrácal Santopétar de Taberno, Fines, Cuevas y en la capital tuvieron mucho predicamento los de Regiones Devastadas y El Bobar, controlados, en algunos casos por sacerdotes, que apagaban la tele para todo el mundo cuando aparecían dos rombos en la pantalla.


Después llegó el UHF y - coincidiendo con el Mundial de Argentina 78 de Mario Kempes-  los televisores en color marca  Vanguard a 24.000 pesetas  y más y más programas, en los que se colaba algún almeriense y se convertía en noticia de periódico al día siguiente, como un médico albojense, Alberto Fernández, que hizo historia en el Un, dos, tres, o Pepa iglesias, en El Precio Justo de Joaquín Prats. Y después llegaron los videoclubs y la televisión por las mañanas, con el paisano Martínez Soler, Telesur y las televisiones locales como Canal Almería, de Pepe Fernández. Y  se fue perdiendo toda esa liturgia inocente del principio, con toda la familia reunida en una mesa camilla pendiente de ese aparato que nos cambió la vida.


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