El placer del merengue tradicional

Manuel Mensales Rodríguez es un confitero de la vieja escuela

Manuel Mensales Rodríguez en el obrador en el que transcurre su vida desde las cinco y media de la mañana.
Manuel Mensales Rodríguez en el obrador en el que transcurre su vida desde las cinco y media de la mañana. La Voz
Eduardo D. Vicente
20:34 • 07 abr. 2018

Detrás de los placeres anda la sombra de lo prohibido. Tal vez nos gustan tanto por eso, porque están contraindicados, porque cada vez que nos ponemos en los labios una media luna o un croissant de chocolate tenemos que echar la cortina de nuestra conciencia para no sentirnos culpables.




Hace medio siglo, cuando la confitería Rex abrió sus puertas, casi ninguno de nosotros sabíamos lo que era el colesterol y nadie ponía en duda la bondad de los pasteles que formaban parte de nuestra vida en el lugar de los grandes acontecimientos.




Comerse un pastel era un hecho extraordinario que llegaba en ocasiones contadas: en la Primera Comunión, en las bodas, en los cumpleaños y en los santos más populares como entonces era el día de San José y el de las Dolores. Hoy, como ya quedan menos que se llamen así, esas fechas han dejado de estar señaladas en rojo en el almanaque de los confiteros. También se ha perdido la costumbre, muy arraigada entonces, de tener un detalle con el médico que tan bien se había portado con la familia y mandarle una bandeja de pasteles en su santo, o con aquel profesor particular del niño que tanto empeño había puesto para que aprobara las matemáticas.




Hace cincuenta años, cuando la confitería Rex abrió sus puertas, tampoco sabíamos lo que era la bollería industrial y no  teníamos más noticias de los dulces en bolsa que aquellos pasteles de la marca Cropan que nos compraban nuestras madres en la tienda de cabecera cuando nos poníamos pesados.




El éxito de las confiterías tradicionales, de esa forma de elaborar antigua que se ha vuelto a poner de moda, hay que buscarlo también en la competencia de la bollería industrial. Las diferencias entre un producto y otro son tantas que la gente ha vuelto al camino de siempre. “No tiene nada que ver un croissant de los que hacemos nosotros con la materia prima de primera calidad y sin productos químicos que otro que se elabore para consumirlo en semanas y que tenga  como base la masa congelada”, asegura Manuel Mensales mientras sus manos le dan forma al merengue recién hecho.




El suyo es un trabajo artesano que requiere tiempo y mucha paciencia. Se levanta todos los días a las cinco de la mañana y media hora después pone en marcha el obrador para que a primera hora sus clientes pueden elegir entre una variedad de productos de máxima calidad.




Quizá su punto fuerte esté en el merengue, o tal vez en el chocolate que puede competir entre los mejores que se elaboran en Almería. La técnica la adquirió de su padre, Manuel Mensales Sánchez, el fundador de la empresa y uno de los alumnos aventajados de la Dulce Alianza en los primeros años sesenta, donde  estuvo aprendiendo el oficio. Cuando el puesto se le quedó pequeño, se embarcó en la aventura de montar su propio negocio y en 1968, tres semanas después de despedirse de sus jefes, abrió la confitería Rex, en la Avenida de la Estación, entonces llamada de Calvo Sotelo. El nombre de Rex fue recordando a una confitería que había conocido en sus años de servicio militar en Ceuta. El local donde se instaló se lo alquiló a su suegro y así comenzó su andadura como empresario.




En aquel tiempo, 1968, la Avenida de la Estación no era un lugar céntrico porque todo lo que estaba al otro lado de la Rambla se consideraba como las afueras de Almería, pero a pesar de su condición de extramuros, era una calle que tenía vida propia.


Manuel Mensales contaba que en los primeros años salió adelante gracias a la Escuela de Magisterio y a la fábrica de Briséis. También contaba con la clientela que le llegaba de la Estación de Autobuses y del garaje de Alsinas Graells que estaba en la misma calle.


Ahora son sus hijos los que han mantenido la clientela de siempre y los que han seguido su camino con  la misma  filosofía que les enseñó su padre en los dos establecimientos que llevan la marca Rex. El primero, que sigue en el corazón de la Avenida de la Estación, y la confitería que en los años noventa abrió la familia en la Calzada de Castro.


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