Un millón de Almería para Barcelona para ayudar en la tragedia en 1962

Ciudades como Tarrasa y Sabadell, donde vivían miles de almerienses, resultaron devastadas

Barrio de las Arenas en Tarrasa donde vivían centenares de familias almerienses tirando de una mesa y colchones tras la terrible riada de 1962.
Barrio de las Arenas en Tarrasa donde vivían centenares de familias almerienses tirando de una mesa y colchones tras la terrible riada de 1962.
Manuel León
01:00 • 28 oct. 2017

Ocurrió en esos tiempos en los que entre Almería y Cataluña no había más frontera que la distancia. Cuando miles de familias del Almanzora y de los Filabres, del Andarax o de Nacimiento habían buscado en los penachos de humo de las fábricas de Martorell o Puigcerdá, de Badalona o de Manresa, el trabajo que la tierra querida donde nacieron no era capaz de darle.




Sucedió en septiembre de 1962, cuando se desató en el cinturón industrial de Barcelona, en la antigua comarca de payeses del Vallès, un diluvio universal como el de los tiempos de Noé. Más de 800 criaturas, según las cifras oficiales, murieron bajo las aguas turbias de las riadas en la peor catástrofe natural de la historia reciente de España. Y entre esos centenares perecieron varias decenas de inocentes almerienses de la emigración que unos años antes habían agarrado una maleta de cartón soñando con tener una casa con cuarto de baño, un colegio para los hijos y un Seiscientos en la puerta para volver al pueblo por Nochebuena.




Unos de esos desgraciados fueron los padres de un seminarista de Abla, a quien mientras que iba de viaje desde Tarrasa a estudiar segundo año en el Seminario Menor de San Tarsicio en Cuevas del Almanzora, la riada devoró la vida de sus progenitores. Entre los muchos fallecidos que fueron enterrados esos días, algunos apellidos tenían claras resonancias almerienses como Ruiz, Flores, Pastor, Soler o Cervantes.




Almería y los almerienses, de la ciudad y de los pueblos rurales, se volcaron entonces con esa tragedia catalana que era también la de todos los españoles que, en mayor o menor medida, tenían asentados allí  familiares de aluvión.




Barrios enteros como Las Arenas resultaron arrasados, ciudades de inmigrantes andaluces y extremeños como Sabadell, Tarrasa y Rubí nadando en una ciénaga de fango y desolación, casas y fábricas devastadas por los efectos de esa gota fría. Nunca se había visto nada igual en la España del siglo XX y nunca hubo tantas víctimas humanas, aunque Franco y los principes tardaran una semana en ir a visitar ese infierno de barro y limo en el que se habían convertido los extrarradios de Barcelona.




En Cataluña residían entonces unos 80.000 oriundos almerienses y en toda la provincia del Indalo se mantuvo durante los primeros días un ambiente de inquietud, en los que las informaciones llegaban con cuentagotas. Se cursaron millares de telegramas, habilitando ventanillas de refuerzo en la sede central, sobre todo de gentes de Abla, Fiñana, Canjáyar y toda esa comarca (con una numerosa colonia en Tarrasa y Sabadell) que sufrió mayor número de damnificados. En la sede central de Teléfonos, en Navarro Rodrigo, se doblaron los turnos de las señoritas empleadas para atender la gran demanda de conferencias con los paisanos que residían en la Ciudad Condal.




Hubo muchos que no tuvieron paciencia para aguardar noticias y cogieron camionetas, autocares, taxis, e incluso algunos una moto para llegar ansiosos a Barcelona y conocer de primera mano el paradero de sus parientes.




En Radio Juventud, en la Plaza de la Administración Vieja, se estableció un servicio especial de información para ciudadanos con familiares en Barcelona.El sentimiento de caridad con los catalanes se desató en toda España, incluida la lejana y pobre Almería. A los pocos días de la catástrofe, el Gobernador Civil, Luis Gutiérrez Egea, junto al alcalde, Antonio Cuesta Moyano y el presidente de la Diputación Julio Acosta, abrieron una Suscripción Pro damnificados de Barcelona en el Banco de España, para que los almerienses con más recursos pudieran depositar una pequeña donación en metálico.


Pero la sorpresa fue que el listado no se quedó solo en la gente adinerada de la ciudad, sino que de todos los pueblos, desde los más grandes a los más humildes, empezaron a ingresar donativos desde 1 peseta de la gente menesterosa a las 300 pesetas de los más pudientes, que iban llenando de páginas  con nombres y apellidos la prensa local como nunca había ocurrido antes.


Como ejemplos, Bacares aportó 9.140 pesetas de aquella época en la que un par de zapatos valían 40 pesetas; Macael 2.620; Fondón 8.928; Dalías 13.277; Enix 1.982; Benahadux 5.065; Albanchez 8.015; Bédar 2.035; Somontín 3.193: Canjáyar 17.063; Níjar 6.115; Gérgal, 6.470; Pechina 15.317; Garrucha 22.517; Padules 8.980; Tabernas 4.805. También hubo lista de donativos de diferentes gremios y empresas como los del personal del diario Yugo, funcionarios de prisiones, la Mutua de peluqueros, personal del Distrito Minero, Joyería Miras, Radio Almería, Radio Juventud, personal del Banco Central, funcionarios del Juzgado o empleados de la Cámara de Comercio, que pueden servir como ejemplo de esas espontáneas aportaciones.


La obra Sindical de Educación y Descanso destinó también a los damnificados por la inundación de Barcelona la recaudación de la zarzuela ‘En mi jaca jerezana’, representada en el Teatro Apolo  y dirigida por el Maestro Barco. La cifra total de la suscripción ingresada en una cuenta del Banco de España en Almería sobrepasó el millón, en concreto, 1.019.000 pesetas, según quedó constancia en la comunicación del Gobernador Civil.


Un millón de rubias pesetas obtenidas del sudor de miles de almerienses que libremente las donaron para apaciguar el sufrimiento de miles de familias catalanas que  perdieron sus casas, sus haciendas, sus muebles y hasta sus vidas en ese barrizal, en  ese malvado día del 25 de septiembre de 1962 en el que cayeron 225  litros de agua y en el que solo las campanas de las iglesias sirvieron para alertar a la población.


Uno de esos inmigrantes forzosos fue Manuel Lao Hernández, uno de los hombres más ricos de España hoy día, el presidente de la empresa de tragaperras Cirsa, que en esa época tenía 18 años y regentaba el bar Egara de Tarrasa quien recordaba cómo tuvieron que subirse sus clientes a la barra del bar para no ser arrastrados por el agua brava del Besòs y el Llobregat. La gente quedó sin luz y los vecinos iban con velas al anochecer buscando rescatar ancianos y niños.


Una década después cuando la riada del Almanzora de 1973, Cataluña devolvió la gratitud  a Almería y un solo pueblo, Cornellá, hizo entrega de un donativo de 258.000 pesetas a los 28 vecinos más afectados por la riada en el municipio de Zurgena que ayudó a aliviar muchas necesidades.



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