La calle Cara y las cuestas del muelle

Era una de las pendientes que bajaba desde el Hospicio Viejo hasta la Carretera de Málaga

Eduardo D. Vicente
15:00 • 02 mar. 2017

La calle de Cara era una pendiente más como la Cuesta del Muelle o la de Colomer,  una de las laderas del cerrillo que se fue urbanizando a medida que los vecinos fueron levantando sus viviendas sobre la pendiente de tierra y rocas. En los años cincuenta el Ayuntamiento le colocó el nombre oficial de calle Cara, recordando a don Juan Cara y González, el industrial que en el año 1880 compró aquellos terrenos de la parte de poniente del muelle para montar una fundición. 

Hasta los años sesenta era un sendero de grandes escalones de tierra a modo de terrazas, que descendía hasta la misma carretera de Málaga. Sin pavimentación, sin alcantarilla, sin apenas luz, el lugar permaneció olvidado durante décadas. Cada vez que descargaba una tormenta sobre la ciudad, la cuesta era un río que bajaba desbocado arrastrando las piedras y la  arena que el agua iba arañando de los perfiles del cerro. Cuando el chaparrón arreciaba, los vecinos tenían que colocar tablas en los trancos de las puertas para que no entrara el agua en las casas y al final de la calle, en el llano de la carretera, se formaba un lago de agua estancada que con el paso de los días se convertía en un barrizal para alegría de los niños del barrio.

Aunque sobre las fachadas de las casas sobresalían los enganches de la luz, la iluminación era tan pobre y tan frágil que cuando caían cuatro gotas y soplaba el viento con fuerza, el lugar se quedaba a oscuras durante varios días. A pesar de su escasa infraestructura urbanística, la calle de Cara formaba un poblado por sí sola. A comienzos de los años sesenta estaba habitada por ciento ochenta vecinos, la mayoría de ellos pescadores. Entre los apellidos que más abundaban en la calle estaba el de Pastor, que pertenecía a una misma familia que se había asentado en el barrio procedente de la zona de Dalías. Eran vecinos de los Joya López, de los Díaz Belmonte, de los Alonso Fernández, de los Ruiz Hernández, de los Carrillo Martínez, de los Gutiérrez Abad, todos ligados a la vida de la mar. En aquellos años era complicado encontrar un vecino en la calle que no estuviera vinculado con la pesca. Uno de  ellos era Enrique López García, que tenía una carpintería; otros eran Rafael del Olmo Cuevas, que era chófer, o los comerciantes Francisco Hernández y Gaspar Maldonado.

La calle de Cara estaba integrada en un gran suburbio bajo la influencia del cerrillo del Hambre que la custodiaba por el norte y la explanada del muelle y su mundo que se extendían por el sur. Formaba parte del entorno de La Chanca, pero tenía esa atmósfera tan peculiar que le otorgaba la imponente presencia del mar, tan metido en la vida de sus gentes que cada vez que soplaba el poniente se colaba como un tornado hasta el fondo de las viviendas. La mayoría de los vecinos de la calle vivían del mar y compartían sus vidas con él. 

La calle de Cara descendía desde el cerro del Hambre, el barranco de Greppi y el Hospicio Viejo hasta la misma Carretera de Málaga, formando parte de un arrabal donde cada calle era una rampa. La calle de Cara, que era conocida desde antiguo  con el nombre de la Cuesta de San Roque, se convirtió en un lugar de referencia desde que en los años cincuenta abrieron unas instalaciones de Auxilio Social, con un comedor para más de seiscientas plazas diarias y un espacio destinado a guardería. Allí iba la gente pobre del barrio con las ollas entre las manos para que las muchachas de la Sección Femenina se las llenaran de la comida.  

En la parte alta de la cuesta, en la esquina con la calle Colomer, abrieron un dispensario, con un  coche-clínica que recorría las calles atendiendo las urgencias médicas y trasladando a los enfermos más necesitados al Hospital. También pusieron en funcionamiento un coche-escuela con capacidad para cien alumnos y una emisora de radio móvil que contaba con un coche locutor y otro transmisor, desde donde se emitían dos programas diarios. Estos servicios que puso en marcha Auxilio Social se integraban dentro del llamado Plan Social de La Chanca. 

Los niños de la Cuesta de San Roque eran los primeros en divisar el temido vehículo de higiene donde venían los peluqueros que de vez en cuando aparecían por allí para examinar y rapar las cabezas de los pequeños, entonces, tan castigadas por los piojos. Cuando se escuchaba una voz que gritaba: “que vienen los pelaores”, salían corriendo para esconderse en los cerros.
 







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