Ginés Cervantes, de lo vivido

Ramón Crespo
23:01 • 03 nov. 2015

Ginés Cervantes es un pintor a la vieja usanza, uno de esos artistas interesados igual por el cine y la tauromaquia que por la danza y la poesía. Durante muchos años fue profesor de dibujo en un instituto y esa dedicación no condicionó para nada su obra pictórica. En la Almería de los años 80 era ya visible la agonía posindaliana, las galerías de arte seguían promocionando, sin embargo, esta pintura sin dar paso a una nueva estética, la de la modernidad, que llega en la democracia con pintores como Ginés Cervantes. Para estos jóvenes artistas vivir de la pintura en Almería era una utopía y la enseñanza fue una opción, mejor o peor, según los casos, una manera de asegurar sus vidas que además les permitía seguir pintando, con libertad, aunque de una manera espaciada y temporal, y sin tener en cuenta un mercado ramplón y empobrecido. 
Al contemplar la obra seleccionada en esta exposición antológica que presenta en el Teatro de Huércal-Overa reconozco los méritos de este artista. Una obra que desde sus inicios muestra influencias picassianas, sobre todo en la figuración, menos visible en las naturalezas muertas, memorable su Bodegón con caracol. En los grandes lienzos abstractos que pinta a principios de los años 90 conceptualiza su visión del paisaje mediante insinuaciones geométricas, en telas de un cromatismo que recuerdan a Nicolás de Stael. Más tarde, en su serie Tauromaquias, un mundo muy cervantino, su pintura sigue la moderna tradición de la  escuela española, aunque en esta selección echo en falta sus dibujos a tinta china, y gran formato, que igual evocaban el clasicismo que las vanguardias.   
Sí están en la exposición tres cuadros que formaron parte de una muestra colectiva sobre Campos de Níjar celebrada en el Museo de Almería, allá por el año 2007, sin duda extraordinarios. De esos mismos años son otros trabajos que corresponden a una etapa abstracta más desinhibida y espontánea, más libre. Jirones del corazón y Trapo azul  son obras que por sí mismas resumen una vida de pintor. 
La vehemencia expresiva que siempre ha caracterizado su pintura  no se mitiga en los últimos años. Al contrario surge renovada en sus retratos caracterizados por una pincelada ágil, expresionista, que a través del color define los rasgos de las personalidades retratadas. Y se concreta, igualmente, en lienzos donde la danza es un tema que sirve de pretexto para  buscar en el movimiento la armonía de los cuerpos, y la expresividad, algo que el artista consigue mediante una gestualidad muy suya y que está muy presente en todas sus obras desde  aquellos ya lejanos inicios en los años 70. Aunque mirando estos cuadros pueda parecer que todo empezó ayer.







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