Almería siempre ha sido una isla separada del resto del mundo por unas carreteras y un tren infames que, más que unir, separaban. Lo que en el resto de España servía para vertebrar el país, aquí se convertían en océanos casi imposibles de navegar. Llegar a la provincia era un viaje a la antesala de la luna, y no solo por la desoladora belleza del desierto. A Almería se llegaba entre lágrimas y se abandonaba llorando.
Quizá haya sido esa lejanía del mundo la que ha preservado a gran parte de los almerienses de la tentación de caer en el ejercicio inútil y obsesivo del radicalismo que solo aporta mucho ruido y ningún avance Al sectarismo, que ha sido siempre la enfermedad infantil de la política, le ha sustituido en los últimos años el populismo trufado de bulos estúpidos y la polarización alimentada de consignas vacias. Y así nos va.
Por eso sería un ejercicio de responsabilidad que ese muro físico de carencias en infraestructuras (que tan caro nos ha salido y nos sigue saliendo) lo convirtamos, ahora, en una fortaleza frente a los vientos huracanados de la confrontación permanente. En una trinchera inexpugnable frente al que “vas a proponer que me opongo” o al “abajo el que suba”
El desarrollo de las obras del AVE es un ejemplo del desempeño de la buena política. A pesar de la tentación en la que cayeron en el inicio del proceso el Gobierno, La Junta y el Ayuntamiento al enfatizar más lo que les separaba que los que los unía, el sentido común evitó descarrilar el proyecto. La Alta Velocidad llegará a la capital en 2027 o unos meses más tarde, pero nadie duda de que llegará y que, además, lo hará sin actitudes guiadas por intereses de partido que retrasen su llegada.
La colaboración entre las administraciones es siempre fundamental. Escuchar a la sociedad civil, vertebrada en organizaciones sectoriales, también Así lo avala la acumulación de experiencias que demuestran que la mejor forma de llevar a cabo un proyecto coparticipado por ejecutivos distintos y. a veces, antagónicos, es comenzar a recorrer el camino poniendo antes sobre la mesa lo que une y no lo que separa. La alta velocidad lleva ese sello de la racionalidad y la priorización de los intereses generales frente a los de un solo sector. El proyecto del soterramiento no lo tuvo fácil- ninguna gran obra en la que hay que aportar desde todas las administraciones inversiones importantes lo es-, pero la eficacia de la inteligencia se ha acabado imponiendo a la inutilidad de la demagogia.
Dentro de unas semanas comenzarán las obras del Paseo después de decenios de espera y controversia. Como sucede siempre en proyectos que impactan en escenarios donde confluyen interese distintos, la valoración del proyecto a ejecutar no es unánime entre los ciudadanos. No hay que alarmarse. La uniformidad de opiniones es una meta inalcanzable y la búsqueda de consenso es un instrumento, no un fin. En la gestión de una ciudad o de una empresa hay que tomar decisiones y lo importante es acertar. Supeditar una acción a la unanimidad es la forma más útil para alcanzar la inutilidad de no hacer nunca nada porque alguien siempre va a estar en contra. Si no lo creen, repasen cuántos proyectos se ha quedado varados en el olvido porque siempre había un francotirador dispuesto a la balacera paralizadora de la queja permanente.
Ya sé, ya sé que a los amantes de las emociones fuertes, del estruendo de la agresión verbal y del sonido de las ráfagas de fusilamiento dialéctico del adversario esta forma de ser y estar en política no les gusta. Como he recordado algunas veces en estas Cartas, ya lo escribió Don Antonio: En España de diez cabezas, nueve embisten y una piensa.
En Almería esa desencantada percepción machadiana se ha matizado desde que la Democracia acabó con la inutilidad del patrioterismo falangista, la capital dejó de ser el Paseo rodeado de suburbios donde los especuladores y rentistas comenzaron a perder influencia en las áreas del Poder (aunque todavía conservan interesadas parcelas de coacción) y el crecimiento económico y cultural que provocan los desarrollos comarcales a Poniente y Levante ha aumentado el número de almerienses que, en vez de embestir, piensan, investigan y crean riqueza compartida.
No hemos llegado a la Ítaca soñada, pero sí estamos haciendo el viaje arrojando por la borda todos los complejos que tanto nos han atenazado el alma y la inteligencia.
Todavía queda mucha travesía. El ruido estúpido de los predicadores que alientan el fuego con la palabra, desde dentro de los partidos o desde fuera (ya saben que muerde más el perro que el amo que les da de comer), sigue ahí. No les hagan caso. Solo defienden partidistas intereses obscenos o argumentos cuñadistas que huelen a barrar de bar cutre.
En el soterramiento PSOE y PP optaron por pensar, no por embestir. Y ahí están los resultados. Que cunda el ejemplo. No es difícil: solo basta con pensar. Para embestir ya están los toros. Y los tontos.
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