¡Brilla, Loco, brilla!

La muerte de Jesús Quintero nos devuelve el recuerdo borroso de lo que fuimos y hoy olvidamos

Javier Adolfo Iglesias
09:00 • 06 oct. 2022

Tuuuuuuumm...tumtuuuum, tuuuummm mmmmm...Las notas sostenidas e interminables del teclado de Richard Wright nos llevaba en los primeros años 80 y ‘day after day’ en un viaje nocturno al alma humana, subidos a palabras pausadas, envueltas en música maravillosa, silencios luminosos y caladas sin fin a un cigarrillo.



Eran las frases recitadas por Jesús Quintero, con quien pasamos directamente de los cuentos de nuestras madres en la cama a sus entrevistas a oscuras, que nos arropaban por igual hasta el sueño.  



- “Vladimir...¿no tiene usted hijos? (...)¿no tiene usted madre...? Ojú chiquillo, que estás esparciendo mucho dolor y sufrimiento en madres e hijos como los tuyos”.



El Loco de la Colina puso temple a la Transición de la gente, una vez casi acabada la reforma legal y política del Estado. Ocurrió entre el final convulso de Suárez y la explosión alegre del felipismo que desembocó en ‘la movida’. El Loco de la Colina nos hacía dormir a lomo de sus palabras, a las que arrullaba. Empezaba por la sintonía, la bella música interminable de Pink Floyd. Pocas veces oíamos cantar a David Gilmour. Y cuando lo hacíamos ya habían pasado más de ocho minutos sin impaciencia.



- “Señor Sánchez...con la que está cayendo entre las familias españolas...¿por qué a todos ustedes...los políticos... les sale la sonrisa automática en cuanto ven una cámara? Así empezó Berlusconi y mírelo ahora...¡Jaaaa.....jaaaa.... jaaaaaa!”.



Su carcajada lúcida desde el más allá nos devuelve estos días el recuerdo borroso de lo que fuimos y parece que no fue suficiente con vivirlo. Como meses antes ocurrió tras el fallecimiento de José Luis Balbín, no nos acordamos bien de lo que pasó, de lo que pasaba y de cómo lo hemos dejamos perder como arena entre los dedos.



De cómo salimos adelante como sociedad, de cómo pasamos de una dictadura a una democracia, de cómo se sacrificaron nuestros padres por nosotros, aunque fuera solo comprando aquel reloj-despertador automático con números rojos, de cuando el rojo aún era un color de ilusión. No me imagino hoy a un solo adolescente pegado a la radio e hilvanando con paciencia cada una de las palabras demoradas del Loco de la Colina.



- “¡Malditos móviles y redes sociales! Unos corroen las mentes; otras, atrapan las almas. Tíralos al pozo más profundo. Y cámbialos por esta radio (...), esta es una religión nocturna, una ideología sin violencia”.


Aquello se nos aparece hoy desdibujado en una bruma de palabras atropelladas, televisadas, tuiteadas, envueltas en un ruido sin sentido que nos embriaga y casi condena.


- “Señor Fernando Martínez, su Ley de Memoria Democrática llevará la enseñanza de la historia de España a las aulas  (calada) Y me pregunto desde esta colina...¿para qué la han ido quitando años atrás en las sucesivas leyes educativas, hasta casi hacerla desaparecer de escuelas e institutos?”


En el funeral del Loco, sabemos convencidos que entonces escuchábamos. ¡Sí, sí, era posible escuchar! No era un invento de márketin político más, no se trataba como hoy de dejar hablar solo al que te halaga y da la razón sino al desconocido, al contrario y al antipático. Quintero nos hacía escuchar a todo el país, al rico y al pobre, al cercano y al extraño, para llegar al fondo del alma humana.  


Se lo enseñaré a mis alumnos, les pondré aquella obra maestra de Pink Floyd, les pediré paciencia, que aguanten hasta el minuto 2:10 cuando suena Gilmour; que entonces se dejen mecer por su lentísima guitarra, que esperen al minuto 3:55 a que cuatro acordes, cuatro veces den la señal, Nick Mason golpeará su batería con furia y yo diré fuera del currículo: “¡Brilla Loco, brilla desde tu colina celestial e ilumina a esta Humanidad moribunda y perdida en su locura!”. 


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