Blandengues

A las palabras de El Fary en 1984 no se les aplica la misma caridad que a las de Irene Montero

Javier Adolfo Iglesias
09:00 • 29 sept. 2022

Falté la semana pasada a esta cita por la mezcla de calores y aires que desembocaron en unos fríos sudores de muerte. Un simple resfriado, en realidad. Soy un blandengue, lo admito, tal y como categorizó El Fary en aquella memorable entrevista de 1984 referida a la relación entre individuos de los dos sexos. 



Que El Fary me deteste como blandengue lo encajo bien porque yo nunca bailé al trote de su torito bravo. También Putin detesta a los hombres blandengues que por miles huyen de la condena a muerte que ha dictado este megalómano criminal. Yo sería uno de esos rusos desertores. 



También hay muchos hombres blandengues en Irán que salen a la calle en apoyo de las mujeres aplastadas por la dictadura del velo de los teócratas seguidores del Ayatolá Jomeini. Yo también sería uno de esos. 



Los hombres blandengues somos calzonazos, siervos y esclavos, a los pies de la poderosa señora que se lo merezca, como bien proclamaba López Vázquez. Los blandengues nos echamos a temblar especialmente ante una mujer de carácter, como la Meloni voz en grito. Por eso los italianos le llevarán el carrito gubernamental hasta un futuro incierto.  



Ser hombre blandengue no es malo en si, siempre que encaje con la otra media naranja del diagnóstico del Fary: las mujeres ‘granujillas’ y pícaras. Es una opción legítima mientras se haga en libertad y respeto a los derechos de las personas. Ahí tenemos a Paolo Iglesias y su esposa Irene Monterini.



 



La ministra de Igualdad vuelve a sacar otra campaña “de concienciación” absurda e inútil para, -según dice-, crear “una nueva masculinidad”. La granujilla Montero se ha tomado tan en serio al Fary como su esposo a la Meloni y ya vimos como éste blandeó a la primera con la Ayuso y huyó a una mejor vida. 



José Luis Cantero no era catedrático de sociología en Oxford y por eso el considerar que sus palabras son propias de Zygmunt Bauman es un desatino. Tras el desastre de la campaña de la playa, la chupipandi milenial colocada en Igualdad ignora ahora que si la entrevista al autor de La Mandanga, realizada en 1984, se ha conservado hasta hoy es porque los que hemos sido coetáneos del Fary la entendimos como nuestro reflejo divertido; los hombres nos reímos así de nosotros mismos.  


El Fary era hijo de su tiempo e intentaba encajar como podía el gran salto feminista que vivió la sociedad española durante los años 80. Y ya en los 90, con internet y el frikismo televisado, los ‘boomers’ rescatamos aquella nostálgica parrafada. Era solo eso, echarle humor a la imparable vida. 


Sacar de contexto y convertir el chapurreo del Fary en el reverso oscuro de la “construcción del hombre perfecto” es tan delirante e injusto como si sacáramos de contexto las palabras torpes de Irene Montero sobre un supuesto derecho de niños y niñas a decir ‘solo sí es sí’ a las relaciones sexuales con adultos. Hay quien lo ha hecho y ha acusado falsa e injustamente a la Montero de aceptar la pederastia. 


“Todos los niños y las niñas de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo (...) Tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les de la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento”, afirmó la Monterini, con poca exactitud e ignorando el Código Penal. 


Lo que ocurre es que la mujer de Paolo piensa con la mandíbula, la aprieta siempre enfadada cuando pronuncia y repite sus palabras y frases mágicas contra los ‘farys’ del mundo. 


Enfrascada en sus campañas estúpidas e inútiles que justifican que muchos blandeen con los impuestos, ni ella ni Igualdad ni el Gobierno entero reaccionaron con prontitud a la carnicería contra las mujeres cometida por la dictadura de Irán por defender la igualdad tras la muerte de Masha Amini. Blandengues o no, eso no lo podemos tolerar, aunque gritemos al mismo tiempo “¡El Fary vive!”.


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