El infierno es la playa

Cualquier almeriense sabe que pocos sitios públicos son más libres que una playa

Javier Adolfo Iglesias
09:00 • 08 sept. 2022

Nos quedamos lamentablemente sin ver al Dúo Dinámico. Pero tampoco nos hace mucha falta a los almerienses que nos canten “el final del verano” porque aqui  acaba cuando lo hace la feria y ya se ven los primeros anorak por la rambla. Y doy fe.  



La reina del verano es la playa, sin duda. Esta puede ser el paraíso si no hay viento, poca gente y si a falta de chiringuito no se te ha olvidado algo líquido fresco. Con un libro, unas buenas sillas y sombrillas y la perfecta compañía, no se necesita otro cielo.



Pero si por el contrario, hay un ponientazo tal que las olas parecen las zarpas de un león, o el levante te destroza la sombrilla tras haberte hecho comer una paella de arena; o se te coloca a medio metro una familia con niños chillones y regaettón a todo trapo, o te pica una medusa con venganza y regodeo por el calentamiento de los mares... entonces, la playa puede ser un infierno peor que el de Dante.  



Cualquier almeriense sabe que pocos sitios públicos son más libres que una playa. La libertad se siente con la brisa, con el rumor de las olillas al romper en la arena, se ve en el enfermo que vuelve a pasear por la arena mojada, o en la pareja adolescente que aproxima por vez primera sus cuerpos.



No hizo falta ninguna campaña oficial para que en los 80 viéramos desde San Miguel a la Térmica estallar el top-less. La playa es libertad con mayúsculas. Por eso, en mi vuelta al cobijo del indalo junto al Celia Viñas no quiero dejar de recordar la que me pareció una de las noticias más terribles del verano.



El Ministerio de Igualdad sacó un cartel con una señoras en una playa bajo el lema “El verano también es nuestro”. Parece bien, ¿no? ¿Quién se opone a esta afirmación tan obvia? Sin embargo, si decimos obviedades podemos parecer sin cordura. O podemos infundir miedo. Pruébenlo.



Cuaquiera que sepa español, percibe en el lema lo que no se explicita. Con el “también” se asume y presupone que hay un impedimento, el que sea, para que estas mujeres no vayan a la playa, o no se sientan como que  sea suya. Que hay otros, además. Es un lema reivindicativo, sin duda.  ¿Quién impide disfrutar de la playa a una mujer mastestomizada, a otra de origen africano, a una sin depilar y a varias mujeres obesas? Que lo diga Irene Montero ¿Es alguien, un colectivo, una fuerza invisible...?



Este cartel es en realidad religioso, es como uno de esos frescos llenos de ángeles en cualquiera de las iglesias cristianas de Europa. Esconde un plan diabólico, porque dibujando el cielo presupone en realidad el infierno. Aunque no exista.  Lo oculta porque todos sabemos que las mejores películas de terror son las que muestran al diablo. La fastidia al final ‘La semilla del diablo’, de Polansky.  Fue en la Edad Media cuando las representaciones del averno  proliferaron. Y así la Iglesia cristiana logró durante varios siglos el control de la sociedad.


Tuvo suerte el ministerio de Igualdad que los periodistas enseguida se centraran en el pecado del mercantilismo de no reconocer derechos de autor de esas ‘ángeles’ profesionales a las que se les usurpó su plusvalía. Esa torpeza es menor al lado de la maldad de la nueva clerecia: Inventar infiernos y sugerirlos para asustar a los futuros dominados.


A una chica con pierna ortopédica se la borran, le ponen una de carne y hueso y además, le pintan unos falsos pelitos para decir no se qué. A la mujer mayor detrás, doblemente mastectomizada, le añaden un pecho que no tiene. Eso sí que es terror.


Sin duda, la playa verdadera y real de España la muestran ‘Callejeros viajeros’, ‘Comando actualidad’ o el video de Rosalía para ‘Despechá’. Ahí se ve la libertad y respeto a la diversidad, y que no hay miedos, ni los propios ni los buscados con maldad.


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