Pobre del pueblo que ignora su herencia emigrante

“Nos imaginamos huyendo de nuestra propia casa con nuestra familia; y eso es duro de afrontar”

Carlos Aguilera
08:59 • 07 mar. 2022

Ante la avalancha de refugiados ucranianos, es muy posible que entremos en una cierta “crisis interior”, difícil de gestionar. Por un lado, está el ver cómo las familias abandonan sus hogares y todos sus bienes. Conscientemente o no, nos imaginamos huyendo de nuestra propia casa con nuestra familia; y eso es duro de afrontar, de hablar. Pero, por otro lado, se da también una cierta “culpabilidad”, por seguir teniendo nuestra casa y “poder” hacer vida normal. Hermoso gesto de solidaridad se produjo hace unos días, cuando ciudadanos alemanes fueron a la estación de tren de Berlín, a ofrecerse para acoger en sus hogares a los refugiados que llegaban. Como dice Rozalén, en su canción “La línea”, pobre del pueblo que ignora su herencia emigrante.  



También el cine sale a nuestro encuentro y, aunque nos ayude a olvidar los problemas, también nos acompaña si decimos afrontarlos. Películas como “La Bruja Novata”(1971) o “Las crónicas de Narnia”(2005), nos muestran la realidad de tantos niños que se quedan huérfanos en la guerra y cómo la acogida puede ser ocasión de encuentro y verdad.  La serie de T.V. canadiense “Transplant” (Movistar+), nos cuenta la historia de un médico de urgencias que huyó de su Siria natal para emigrar a Canadá. Más duras y emocionantes son películas como la francesa “Vete y vive”(2006), “Hotel Rwanda”(2004), la reciente “Mediterráneo”(2021) o clásicos como “Las Uvas de la Ira”(1940) de John Ford, la italiana “Rocco y sus hermanos”(1960) de Visconti o la simpática, “Una noche en la Opera”(1935), de los hermanos Marx. El cine está repleto de historias de inmigración; el propio Billy Wilder (“El apartamento”) emigró a EE.UU. de forma irregular y, según cuentan sus biógrafos, su madre y varios miembros de su familia murieron en el campo de concentración de Auschwitz, asesinados por el mero hecho de ser judíos. 



Pero si hay un clásico que destaca sobre todos, porque va al punto rojo de la cuestión, es “El Gran Dictador”(1940), de Charles Chaplin. Al final, la historia del poder está siempre vinculada a toda guerra, a todo conflicto. Ojalá pronto podamos hablar del fin de los bombardeos. Ojalá pronto hablemos de paz. 








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