Y Zelensky unió a Europa

Zelensky y sus aguerridos compatriotas han despertado a esa Europa en la que tantos soñamos

Alberto Gutiérrez
08:59 • 05 mar. 2022

Cuando se publique este artículo desconozco si Volodimir Zelensky, presidente de Ucrania, seguirá vivo después del asedio del ejército ruso. Tal vez las tropas agresoras hayan alcanzado su objetivo y superado las defensas de Kiev, aunque en la primera semana de invasión lo han tenido más difícil de lo que pensaba el ultramontano exagente de la KGB. Putin se ha encontrado con un hombre bravo como Zelensky y con un pueblo levantado en armas, con esa valentía que define a las naciones que luchan férreamente por sus ideales encarnados en la democracia y la libertad. Este hombre menudo, otrora cómico, es hoy un gran líder mundial que ha galvanizado a toda la Unión Europea en torno a sus propios principios y valores. Su valentía ha unido a los ucranianos, pero también a los europeos que, por boca de un recuperado para la causa Josep Borrell, hemos visto reflejada la grandeza de un proyecto que parecía hundido, solo asistido por su dimensión económica y comercial.



Zelensky y sus aguerridos compatriotas han despertado a esa Europa en la que tantos millones de ciudadanos creemos y soñamos, una Europa que asienta sus cimientos en la libertad, la fraternidad y la igualdad, pero que asume, deliberadamente al fin, que cuando la paz no se defiende no es paz, sino decadencia, como afirma el filósofo Fernando Savater. Claro que no todos piensan igual. La extrema izquierda española, tan atávica en sus ideales como miope en sus diagnósticos y recetas, ha mostrado su verdadera cara simulando un pacifismo que no es más que un inveterado rechazo frontal a la OTAN. Les puede su antiamericanismo, pero habrá que preguntarles qué harían ellos si alguien decidiera invadirnos –y la actualidad hace que no podamos descartar nada- y solo la Alianza Atlántica nos ayudase. ¿Les dirían que no, que mejor rendirnos ante el invasor? 



El antiamericanismo no sólo existe en España. En Ecuador, hace varios años, en un pueblo de la sierra de Quito los vecinos no paraban de quejarse de los yanquis, como si fueran los culpables de todos sus males. Ya cansado de su victimismo les dije que tal vez ellos tendrían alguna responsabilidad en su atraso secular. De pronto se hizo un silencio y se miraron unos a otros. Ya no sé si convencidos por mi argumento o porque estaban pensando si no se habían equivocado en la selección de los visitantes y habrían de tramar una artimaña para deshacerse del atrevido viajero que se les había colado en la selva. 



Como me decía un amigo de alto rango militar, la política exterior de los países debe estar refrendada por fuertes ejércitos, pues si algo nos ha enseñado la invasión de Ucrania -y que los europeos parecíamos desdeñar-, es que en el mundo hay malos. Como Putin. Por eso, la decisión de Alemania de duplicar su gasto militar a partir de ahora significa un golpe de timón para esta nación y también para todos los países de la Unión. La debilidad militar no puede ser una opción, no porque deseemos empuñar las armas sino porque nuestros enemigos se lo pensarán antes de pisar nuestras fronteras con ánimo belicoso. Así ha sido siempre la humanidad y así seguirá siéndolo, por mucho que queramos vivir en una pompa donde “tó er mundo é güeno”, que decía el cineasta Manolo Summers. La Unión Europea ha despertado de su letargo y ahora debe consolidar su papel como actor principal de las relaciones internacionales. Gracias, no lo olvidemos, a Zelensky y a Ucrania. Sólo por esta razón la nación invadida tendría que integrarse en la organización continental por la vía rápida: le asiste una poderosísima fuerza moral.








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