El amor del emigrante

“Mucho se habla estos días del amor, dada la proliferación de corazones por doquier”

José Luis Masegosa
08:59 • 14 feb. 2022

El dibujo de un corazón es un tópico, pero funciona si hablamos de amor. Y mucho se habla estos días de este  sentimiento del ser humano, dada la proliferación de corazones por doquier. El mapa de nuestros días es un corazón, rojo y entero, pero también partido y descolorido. En cualquier caso la fiesta de hoy es la del amor, la de la Lupercalia  en la Roma que durante estos días  rendía culto a Luperca, la diosa mitológica nodriza de Rómulo y Remo, la de los valentines anglosajones de los siglos XVII y XVIII en la que hombres y mujeres se elegían para formar pareja, la del aniversario del martirio del médico y sacerdote de Terni, Valentín, quien a pesar de la prohibición del emperador Claudio II, casaba a numerosas parejas en la clandestinidad. Al margen del significado actual, del uso y abuso que a veces se hace del mártir de Terni, su conmemoración evoca ecos insólitos de historias de amor, remembranzas de encuentros y desencuentros, episodios en los que, a veces, el amor duele y otras  te proporciona un bienestar injustificado.



El día que a comienzos de los años sesenta Paco Ontiveros, un adolescente de tan sólo 15 años, subió en Barcelona, junto a su padre y hermano mayor, al “Europa Bus” para escribir una más de las miles de historias de la sangrante emigración de familias andaluzas a Alemania, entre otros destinos europeos, no pudo imaginar que entre otras vivencias descubriría, cinco años después, a quien sería el amor de su vida. La familia Ontiveros Dumont tuvo la posibilidad de haber creado raíces emigrantes en la capital catalana, pero ante las oportunidades que ofrecía el país germano optó por trasladarse a Colonia, donde tras habitar durante algún tiempo en uno de los muchos establecimientos de hospedaje dispuestos para los emigrantes llegados de tierras mediterráneas, se instaló en una vivienda propia. La demanda de mano de obra para la metalúrgica industria germana encontró  nuevos empleados en los tres integrantes de esta familia del Sur. El joven Paco alternaba su trabajo en una fábrica de maquinaria pesada con sus estudios y clases de alemán en la Casa de España de la ciudad más poblada del Estado federado de Renania del Norte-Westfalia. La lejanía, las evidentes dificultades con el idioma y la sensación, al menos en los primeros tiempos, de vivir en tierra extraña conformaban las principales razones para buscar la convivencia, las relaciones y el calor con otros emigrantes españoles. Una iglesia católica, regentada por un sacerdote español, sirvió de núcleo de encuentro entre numerosos emigrantes. En torno a las celebraciones dominicales los emigrantes se conocían y organizaban comidas, reuniones y pequeñas fiestas para llenar el vacío de sus vidas huérfanas de su “España querida”, a la que en contados casos se regresaba por vacaciones.



El día que, mediados los años sesenta, Paco Ontiveros fue invitado a una fiesta organizada en el domicilio germano de uno de aquellos paisanos que, como él, concurría semanalmente a la céntrica iglesia,  no pudo imaginar que le aguardaba el amor de su vida. Fue un amigo paisano quien presentó a Paco, el despabilado y vivaracho emigrante andaluz, a una hermosa y guapa muchacha de cuna castellana y de semblante arabesco quien activó un torrente de dopamina en el joven que como un río desbordado se apoderó inevitablemente de él. Absorto e ilusionado, Paco no dudó en invitar a bailar a Carmina Berbel, una zamorana  de la emigración, de tan  solo dieciocho años, quien cuidaba a la pequeña hija de su hermana. Con las melodías de “Un sorbito de champagne”, “Cae la nieve”, “Lady Pepa” y otros temas musicales de moda en aquellos años de la España ausente, los dos hijos de la emigración escribieron con pasión un romance que acunaron los más recónditos lugares del Rin. Tras poco más de dos años de amorosa entrega recíproca, las vacaciones de 1967 retornaron a Castilla y a Andalucía  a Carmina y a Paco, respectivamente. El joven enamorado se desplazó a Zamora para disfrutar el descanso germano junto a su novia, pero al día siguiente de su llegada Carmina se sinceró con quien había sido su sombra y lo plantó al sol junto a la ribera del Duero, el que con Machado “cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla”. Resignado, Paco subió al tren con el desamor en el rostro, que hasta una viajera gallega intuyó el horizonte cerrado que le aquejaba. No en vano, él siempre ha reconocido que Carmina ha sido la mujer que más ha amado, el amor de mi vida.



Castilla y Andalucía han albergado los escenarios de las vidas posteriores a la ruptura de los dos protagonistas. Cuatro años atrás, Paco, jubilado de hostelería, se integró en un viaje del Imserso a Zamora. No había vuelto desde hacía más de cincuenta años. Apenas recordaba el domicilio de quien conquistó su corazón. Indagó por calles y espacios urbanos que le resultaran algo familiares, hasta que el regente de un kiosko de periódicos reconoció a Carmina en una fotografía  de la pareja en los jardines de “La Flora”, en Colonia, que su ex novio portaba. Con una pequeña dosis de esperanza, Paco acudió a una cafetería que le había indicado el  quiosquero, en cuya barra encontró a una  joven empleada en quien el buscador andaluz creyó ver – por su gran parecido-  a una hija de Carmina. Era la sobrina de la mujer buscada. Nada más regresar a su hotel Paco recibió una llamada de quien lo había enamorado perdidamente. Se reencontraron durante dos días y se contaron sus vidas. Paco vive solo y Carmina –estuvo casada con un torero fallecido- ha sido madre de cuatro hijos. Ella confesó a Paco que había cortado su relación porque no estaba muy segura de las expectativas que la pareja hubiera tenido. Medio siglo después, la vida ha reencontrado a estos dos corazones  que fueron hijos del amor, el de la emigración, el que Paco, el emigrante de Alemania, jamás pudo olvidar.







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