Fotografías

El acumulo de imágenes digitales está quitando la vida a las fotografías.

Javier Adolfo Iglesias
02:04 • 23 dic. 2021 / actualizado a las 09:00 • 23 dic. 2021

Mañana es Nochebuena y alguno volverá a cenar en el salón bajo las miradas congeladas de algunos de sus seres queridos. Desde muebles y paredes, las fotografías de los que dejaron la vida recordarán a los vivos que un día se unirán a ellos.  



Nunca hemos tenido tantas fotografías como en estos años del siglo XXI. Sin embargo, al igual que el exceso de información y datos está matando el conocimiento, el acumulo de imágenes digitales está quitando la vida a  las fotografías.



Mi generación y las anteriores apenas nos hacíamos fotografías y por eso mismo apreciamos como tesoros las pocas que conservamos hoy. En la mayoría de ellas salímos lejos y desenfocados y pese a ello son años después mucho más nítidas a nuestros corazones que las que hoy hacemos con toda la tecnología 5G que nos venden.



Hoy las fotografías no tienen vida, solo tienen megas. Las hemos multiplicado gracias a los teléfonos móviles con la facilidad con la que se mueve un dedo. Aunque el móvil lo llevemos en el bolsillo esas fotografías no están cerca nuestra, están lejos, tanto como lo estén los mil servidores que nos roban todo lo que hacemos, y acaban en unas nubes sin angelitos ni almas.



No guardan tanta historia como la de ese retrato casi amarillento que la abuela tenía sobre el aparador: Cincuenta años antes, un día cualquiera antes de la batalla, un joven soldado posa junto a sus amigos del mismo regimiento; los rayos de sol tocan su rostro y cuando el fotógrafo hace clic los fotones de luz rebotan desde aquellos ojos juveniles que miran a la cámara hasta penetrar por el objetivo y dejar su huella en el celuloide para siempre. Décadas después, aquellos botones de luz impresos como lágrimas en un trozo de papel llegan hasta los ojos de la anciana que limpia el marco de la fotografía. Se para en ella, la coge, mira intensamente y la besa, sus ojos ya no se humedecen pero sí su alma. Esa es una fotografía viva, con la vida de su hermano pequeño pegada a ella, el niño al que acunó y con el que jugó de joven. La fotografía en papel tiene vida porque envejece junto al que la posee, se aja y mustia con el paso de los años. Y también se pierde para siempre como muchos humanos.  No es lo mismo besar el papel que congeló el rostro de tu joven amada que besar la pantalla fría del último modelo de Smalfoun Juanguai 3000.



Las fotografías de antes construían vidas enteras, creaban matrimonios y familias, cohesionaban ciudades. Eduardo del Pino reconstruye a diario nuestra memoria almeriense a partir de ellas. Hacen parecido Manuel León, Juan Grima, Alejandro Buendía...el Museo de Terque atesora miles de estos papeles mágicos a la espera de que alguna institución lo ayude a destramar tantas historias entre sus trazos en blanco y negro.



He tenido el honor de convivir con excelentes profesionales de la fotografía. Juan Antonio Barrios ha sido uno de ellos. Sin distinciones. Me da lo mismo el ángulo y la composición, porque la vida incluye todos los encuadres y Barrios los captó todos en mil noticias, actos, fiestas, acontecimientos y reuniones. Manolo y Pedro M. lo han descrito a la perfección, era un ‘navy seal’ del reporterismo popular, un liquidador sin piedad. Mientras hacías la fotografía nos tenías amigos y al dejar de hacerla te venían todos a la vez.



Barrios, discutimos más de una vez y al final me decías con esa sonrisa tuya tan sincera que ya me comprendías tras haberme cogido ‘el punto’. Yo también te lo cogí y por eso te dedico mi columna, amigo. Y no se qué foto poner, ¡tú que has hecho tantas, coñe!  Me llega esta preciosa de la eternidad, la has hecho tú, y tras asegurarte que nadie te ha copiado la escena te has dirigido a estas mujeres costureras de Terque a preguntarles sus nombres de derecha a izquierda. Descansa en paz. 


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