Cuba: la conjura de los cínicos

“No hay dictaduras malas ni dictaduras buenas”

\"No hay dictaduras malas ni dictaduras buenas\"
\"No hay dictaduras malas ni dictaduras buenas\"
Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 18 jul. 2021

Después de 72 horas de bombardeo informativo permanente en la televisión, la noche D había llegado. Lili acababa de entrar en la isla por Matanzas y en Varadero los turistas, españoles la mayoría, pasábamos las horas entre la piscina, los bares del todo incluido y la habitación. Nadie había vivido un huracán y la espera transcurría entre la excitación contradictoria de lo desconocido y la inquietud atrayente del miedo. Por eso aquella noche nadie durmió. El amplio espacio central del Meliá se había convertido en el patio fortificado de un El Álamo en la espera del asalto final. Apenas habían pasado unos minutos de las tres de la madrugada cuando un foco de luz rompió la monotonía salpicada de ron y cohibas de aquellas vísperas cuando un haz de luz y una cámara de video iluminaban aquella figura ya icónica. Fidel estaba recorriendo esa noche todos los hoteles de Varadero y acababa de llegar al nuestro. En medio de aquel espacio sorprendido y lleno de emociones encontradas, el comandante mandó callar con el leve movimiento de su mano. “Queridos hermanos españoles -comenzó-, no tengan miedo, la defensa civil revolucionaria lo tiene todo controlado. No se preocupen, aquí están seguros. Se han adoptado todas las medidas para que nadie corra ningún peligro. Hagan caso a las recomendaciones. Dentro de 48 horas volverá la normalidad”. Un fuerte y unánime aplauso puso fin a la breve aparición del líder cubano quien, como un supermán contra las fuerzas de la naturaleza, volvió a embutirse en el chubasquero militar y salió a la búsqueda del próximo hotel. Y así toda la madrugada.



Han pasado 25 años desde aquella madrugada de octubre y he regresado algunas veces a ella haciendo un recorrido que ha transitado desde la sorpresa cercana a la admiración inicial a la convicción de que las dictaduras se revisten del pontifical heroico para cobijar en la estética revolucionaria su incapacidad para resolver los problemas de la sociedad.



Esta semana he recuperado otra vez a aquella experiencia cuando las manifestaciones contra el régimen de la isla han asaltado las primeras páginas de los informativos. Cuba ha sido siempre un oscuro objeto de deseo para los españoles y nada hay de extraño en que así sea. 



Lo que no llego a comprender (o sí) es el cinismo con que los políticos españoles analizan todo lo que sucede en la isla. En los últimos días la simplicidad de quienes nos gobiernan ha alcanzado tal nivel de infantilismo que la crisis cubana ha quedado reducida a si allí hay una dictadura o no. ¡Qué nivel! Pues claro que es una dictadura; dictadura y sin matices, como pretenden al infantilismo izquierdista que todavía reza a los santos laicos de la revolución que bajó de la sierra al llano.



Lo estúpido de esta discusión sin argumento contradictorio es que la escasez de alimentos, la inexistencia de medicinas, la carencia de libertades democráticas… estas y otras cuestiones han quedado relegadas y situadas a distancia de la dialéctica inútil de Dictadura sí o Dictadura no. El PP y VOX intentan a través de todos sus portavoces que el gobierno califique de dictatorial el régimen cubano. Sánchez y sus ministros buscan cualquier desfiladero semántico para no utilizar esa palabra. Podemos se instala en la realidad del bloqueo americano para ocultar y atenuar la realidad de la dictadura. Cinismo puro. 



Y mayor cinismo, todavía, cuando, cambiando de país, analizamos las definiciones o los silencios con cada uno de estos partidos califica a otros regímenes en otros países. Con Marruecos o con Arabia Saudí o a quienes han acogido al rey emérito, la definición depende del espacio político que se ocupe. Incluso -y esto es el colmo del cinismo- algunos de los que ahora claman por la ausencia de libertades democráticas en Cuba no han sido capaces de calificar de dictadura el régimen franquista que, no solo arrasó con la democracia, sino que asesinó y encarceló a decenas de miles de demócratas españoles; muchos hasta lo añoran en un silencio vergonzante de sus escaños.



Y no. No hay dictaduras malas y dictaduras buenas. Ni actuaciones que aminoren la repulsa que todas merecen. Todas son repulsivas. Aunque algunas hayan construido una imaginería emocional de la que no haya resultado fácil desprenderse. Franco lo hizo aquí y a una parte de la derecha todavía le cuesta censurarlo; Castro lo hizo en Cuba y una parte de la izquierda se obstina en continuar rezándole.




Algunos años después de aquella madrugada en que vi a Fidel Castro caí en la cuenta de que, quien protegió a los que vivimos la experiencia del huracán Lili, no fue el Comandante, fueron los militares y los paisanos que, en medio de la pobreza más absoluta en la que vivían y viven, diseñaron y ejecutaron un plan de protección que garantizó la seguridad de todos; de todos, de los extranjeros, pero también de los cubanos.


Fidel Castro visitó los grandes complejos hoteleros aquella noche; pero no lo hizo con los pueblos y las ciudades. El marketing tiene esos artificios para sorprender y canalizar los argumentos reflexivos al territorio manipulable de las emociones. Lo han hecho siempre todos los dictadores. El problema es cuando esa manipulación emocional de la consigna también es utilizada por los demócratas. Y en España vamos adelantados en esa deriva. El argumento reflexivo está siendo sustituido por la brevedad incendiaria del tuit. Mala cosa, mala cosa.   


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