Los almerienses errantes

“No podemos ignorar que el mundo ha emprendido un camino dificultoso hacia la sostenibilidad”

Manuel Sánchez Villanueva
07:00 • 15 jul. 2021

Dentro de la interesante oferta cultural que tenemos en Almería, me permito destacar las Jornadas sobre Cultura Judeo-Española, que nos acercan a una faceta desconocida de nuestra olvidada historia medieval, como fue la existencia en el puerto de una importante comunidad judía. Durante las mismas, he podido asistir a la charla-conferencia titulada “Los judíos y el puerto de Bayyana”, en la que la doctora Ferre Cano, eminente especialista almeriense, profundizaba en la tesis de su ya libro de referencia “Los judíos en Almería”.






Fue una agradable sorpresa constatar el éxito de la convocatoria, el interés de los asistentes y el nivel del debate propiciado. En Almería tenemos el privilegio de contar con grandes especialistas en estudios semíticos que han nutrido a las Universidades de Almería y Granada, así como a las escuelas de idiomas, pero para mí es nuevo el interés que entre el público no especializado está despertando nuestro pasado medieval islámico.



Incluso la cultura que podríamos llamar oficial comienza a emitir tímidas señales de haber caído en la cuenta de la laguna existente en el conocimiento que los almerienses tenemos sobre nuestra historia del corto periodo que va desde la época de San Indalecio hasta la capitulación de la ciudad ante los Reyes Católicos. Unas pocas páginas del calendario de las que solo ahora parece que nos acordamos.



Asistir a la charla fue un verdadero placer, pero la euforia duró poco. Nada más salir del acto, recibí una llamada relacionada con una avalancha en una determinada zona de proyectos de plantas fotovoltaicas de alto impacto según los especialistas. En la tierra bendecida por Dios para el autoconsumo energético, es increíble pensar que la proliferación de proyectos de renovables se esté convirtiendo en un problema ambiental y económico.



Para colmo, caminando hacia mi casa, tuve tiempo de contemplar con detenimiento las   torres que se recortan como telón de fondo del relevante Bien Cultural de la antigua Estación de Ferrocarril de Almería, aparentemente diseñadas para confirmar el tópico explicitado por James A. Michener en su novela Hijos de Torremolinos de que algunos arquitectos españoles se vuelven locos al acercarse a la costa. Cuando, tras una breve compra, una empleada con la que empaticé se me quejó a bocajarro de su precaria situación laboral y salarial, mi ánimo estaba ya por los suelos. 



Desde entonces, no se me va de la cabeza si la eclosión cultural que estamos viviendo no es el preludio de una época de decadencia. Porque, uno de los muchos aprendizajes de la charla a la que asistí, es que la potencia económica de la que hizo gala la Almería musulmana en aquellos tiempos en los que, según el dicho popular, la maravillosa ciudad de Granada era su alquería, se fundamentaba en la apertura y conexión de nuestra tierra a las rutas comerciales y culturales del Mediterráneo Sur que protagonizaban diversas casas comerciales judías con base en nuestro puerto.



Algo que no hace más que corroborar una tozuda constante histórica: por nuestra situación geográfica, en Almería se vive bien cuando estamos interconectados a los flujos Norte-Sur o Este-Oeste. Cuando lo estamos a ambos, como en cierto periodo de nuestro pasado medieval, hacemos pleno. Los periodos de pujanza económica: seda/textil, minería, uva, hortalizas están indisolublemente unidos a los mercados exteriores y a la apertura cultural. Por el contrario, los largos periodos de miseria y emigración que hemos padecido corresponden a épocas de repliegue interior y cerrazón.


En este sentido, no podemos ignorar que el mundo, al menos el desarrollado, ha emprendido un camino dificultoso hacia la sostenibilidad, en los que se incluyen claros objetivos sociales. Podemos discutir sobre la velocidad de su implementación, pero no sobre su certeza. Empeñarnos en mantenernos al margen porque Almería es diferente y hemos tenido unos años en los que con un cierto modelo nos ha ido relativamente bien, es hipotecar el futuro. 


Decía la ponente en su charla sobre los judíos que, en 1492, fueron muchos quienes lo último que vieron de España fue el puerto de Almería, iniciando una triste historia de emigración masiva que duró siglos. Con estos ejemplos en mente, es indudable que el pasado no lo podemos cambiar, pero aún estamos a tiempo de no perder el futuro.



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