Berlanguiano

Javier Adolfo Iglesias
21:25 • 16 jun. 2021 / actualizado a las 07:00 • 17 jun. 2021

Hemos celebrado el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga, el cineasta español más importante de todos los tiempos junto a Luis Buñuel. ¡Qué necesario es hoy Berlanga! 



El pasado noviembre, la RAE incorporó el adjetivo ‘berlanguiano’ a su diccionario pero se quedó bien a gusto con su definición:  “Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga, cineasta español, o a su obra. Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga”. 



La obra del director valenciano es el espejo de la risa en la que se mueve y agita España en su continua feria. El autor de ‘Los jueves, milagro’ hizo en el cine como Goya en la pintura, o Quevedo y Valle Inclán en la literatura. Berlanguiano es el todo español consciente de su esperpento, lleno de patetismo, que porta crueldad y compasión, risas y lágrimas a un mismo tiempo. La picaresca, lo burdo y grosero, los autos de fe, el sainete lo sensible y el astracán se dan cita en lo berlanguiano. 



El centenario del maestro ha sido espontáneo. Veamos a Pedro Sánchez abordando a Biden en el pasillo de la OTAN como si fuera la escena del fugaz y frustrante paso de la comitiva yanki por Villar del Río en ‘BIenvenido Mister Marshall’. Y encima nos quiere hacer creer que es una cumbre, como  la milagrosa aparición de San Dimas. 



La celebración de Berlanga parecía estar siendo dirigida desde el más allá, junto a Cuerda. Ha contado con el ‘pequeño Nicolás’, un personaje atrabiliario, engañador de engañadores, que bien hubiera encajado en ‘La Escopeta Nacional’. Se suman otros Quintanilla berlanguianos llamados Bárcenas, Redondo y Junqueras.  



En esta saga iniciada en 1978, el maestro radiografía  una aristocracia famélica y decadente que afrontaba la llegada de la democracia. Más de quince años antes, Berlanga había denunciado la burguesía beata nacionalcatólica, que sentaba a cenar en navidad a artistas, ancianos y pobres por igual para así asentar su mala conciencia de una posguerra civil cruel y fusilera sin piedad. 



En Plácido, los ‘ganadores’ franquistas daban un currusco de pan a los perdedores por encima de la mesa mientras por debajo le machacaban la espinilla a golpes, como al padre de familia al que se le va a embargar el motocarro. 



Pocas cosas más serias que el hambre y la muerte y Berlanga nos hace reír con ambas y de paso nos congela la sonrisa. En ‘El Verdugo’, el genial Pepe Isbert quiere asegurar el futuro de su hija dejando en herencia al yerno el oficio de matarife humano. Y este pobre quiere asegurarse en contraprestación el calor de su cama. Añadimos el sexo, otro tema recurrente de Berlanga, confeso erotómano y fetichista. No me cabe duda de que el cineasta sería hoy ‘cancelado’, censurado, repudiado y vilipendiado como han hecho ya con Plácido Domingo, otra celebridad que se ha sumado a este centenario. 


La larga ovación que recibió el tenor en el Auditorio Nacional solo ha servido para levantar cientos de artículos y protestas airadas, de hombres y mujeres haciéndose cruces y poniendo rogatorias, laicas, por supuesto. 


El director de ‘Tamaño natural’ hablaba así sobre la muñeca hinchable coprotagonista de esta cinta: “Sí, en realidad es la mujer objeto perfecta porque ni habla ni dice nada...”, prefiero interrumpir la cita de ‘Bienvenido Mr. Berlanga’ (Ediciones Destino, 1993). ¡Cancelado!


Aquel mismo año, en su penúltima película, ‘Todos a la cárcel’, el genial director actualizó ‘Plácido’. En los noventa, la clase bienpensante no era ya la burguesía franquista ni la aristocracia sino la nueva formada por los antiguos perdedores de la guerra que se habían hecho con los resortes del Estado. Berlanga denunció antes que nadie la corrupción y cultura del pelotazo administrativo y adivinó que este se vincularía a la formación y la ‘educación en valores’, una supuesta superioridad moral de la izquierda. Premonitoria es la escena de la ONG “Lesbianas aragonesas”. Y en ello estamos. 


Hoy Berlanga a sus cien años volvería a retratar satíricamente esta hipócrita clase dominante. La cabalgata en motocarro de Plácido se ha convertido hoy en permanente, durante todo el año, en la calle, televisiones, centros educativos, vecinales y en redes sociales. En ella la sociedad bien pensante de hoy se da la razón a si misma, denuncia la inmoralidad que le rodea mientras saca a pasear a las víctimas en acto de caridad. Eso sí, no les salva de su desgracia de una vez y a alguna la esconde bajo la mesa.


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