Destruyendo nidos de golondrina

Moisés S. Palmero Aranda
07:00 • 12 may. 2021

Cada primavera las golondrinas, aviones y vencejos vuelven, parafraseando al inmortal Bécquer, «en tu balcón sus nidos a colgar», y nosotros a destruirlos, a pesar de que están protegidos por leyes europeas y nacionales. La multa, puede ser considerable y variar entre los 5.001 a 200.000 €  por «la destrucción o deterioro de sus nidos»,  tanto si están vacios como ocupados.


La semana pasada, mientras celebrábamos el Día de las Aves Migratorias, un hecho lamentable ocurrió en un edificio de El Ejido. Un desaprensivo y autoritario individuo decidió atar varias cañas para, desde una ventana comunitaria, destruir cuatro nidos de golondrina, porque su señora se encontraba manchada la ropa que tendía al sol y sus cantos, afirmaba vociferante, la iban a volver loca. El poeta sevillano, romántico, sensible y habilidoso con las palabras lo resumió de una manera más bella “y otra vez con el ala a sus cristales /jugando llamarán”.


El delito, estipulado como grave, lo cometió a media mañana, sin esconderse, y a pesar de que las vecinas, que le habían negado la entrada a su terraza para facilitar la infracción, le recordaban, angustiadas e impotentes que la ley los protegía. Discusión y avisos que se habían producido en otras ocasiones y que este hombre, conocido en la comunidad por presumir y lucir los trofeos de caza de nuestros montes, espero que al menos tenga licencia, decidió pasar por alto. 



Las mujeres, una madre y su hija, nerviosas e incapaces de parar al justiciero vecino, hicieron lo que debían hacer que no era otra cosa que llamar al SEPRONA y a la Policía Nacional y dar parte del delito que se estaba cometiendo. Dos cuerpos a los que les tengo mucho respeto, pero que ese día no estuvieron a la altura. Las respuestas recibidas, además de quitarle importancia, fueron, «si hay una discusión lo primero son las personas y no los animales» y «que debía tener algún permiso y ellas no eran nadie para meterse en ese tema». Ojiplatico. 


Las vecinas, humilladas e indefensas porque quien debía hacer cumplir la ley no pensaba hacerlo, buscaron ayuda entre los grupos ecologistas y conservacionistas que las habían informado de las leyes que protegían a sus golondrinas y las proezas que estas realizan para volver cada primavera al mismo nido que construyeron años atrás después de recorrer 5.000 km. La única solución posible era la de ir a poner una denuncia, pero por desgracias las imágenes grabadas no mostraban la cara del infractor, por lo que al final sería una palabra contra otra. Además no se atrevían a poner la denuncia ante un individuo, y su delicada señora, que en otras ocasiones las habían intimidado. 



Pensando la manera de que este desaprensivo vecino no se fuese de rositas, se acordaron que esa misma mañana, su Ayuntamiento anunciaba en prensa que había editado 15.000 folletos divulgativos sobre la ordenanza de mosquitos que el verano pasado había sacado adelante. Una ordenanza que personalmente me parece oportuna, necesaria y muy valiente porque viene a señalar las acciones del ser humano como causante del 80% de los focos donde se reproducen estos insectos. En esa ordenanza se hace hincapié en la importancia de favorecer la biodiversidad urbana que controlan las plagas de mosquitos y entre esa fauna se encuentra la golondrina que en un solo día puede comerse unos 850 mosquitos y moscas. 


Al coincidir los dos hechos, el publicitario y el delito ambiental, se puso en conocimiento del consistorio para que hiciese algo al respeto. Se le mandaron las imágenes, la dirección del edificio y el teléfono de las vecinas afectadas. Hasta el día de hoy, nada se ha hecho, salvo esperar. Un buen lema para una protesta sería, «menos folletos, (que son necesarios), y más ejemplos». 



La falta de sensibilidad, de conocimiento, por parte de un ciudadano puede llegar a ser entendible, sin embargo lo que no se puede comprender es que aquellos que hacen las normativas y los que tienen que hacer cumplir las leyes no hagan su trabajo y se permita que sucesos como el acaecido queden impunes. Ahora vendrán los «es que» respecto a la llamada, a los protocolos y a las formas, pero conocer que se comete un delito y no actuar, es vergonzoso.


No se trata de elegir entre el ser humano y la naturaleza, se trata de encontrar el equilibrio que nos permita a todos vivir en armonía. Solucionar los problemas de este individuo es bien sencillo, sin apenas coste económico, pero es más fácil destruir, sabiendo que no pasará nada, que buscar una solución.


Lo esperanzador de esta historia es que el propietario del piso, las vecinas son inquilinas, y la comunidad, van a denunciar el asunto y, esperemos, por fin se haga justicia. 



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