El propósito

Alberto Gutiérrez
00:19 • 17 abr. 2021 / actualizado a las 07:00 • 17 abr. 2021

¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el sentido de la vida? Estas preguntas tan recurrentes hoy han acompañado al ser humano desde que comenzó a ordenar los pensamientos mediante el lenguaje. Pero, ¿qué propósito albergamos cada uno de nosotros? Esta cuestión ya no es tan habitual y con frecuencia vemos que mucha gente ni siquiera se ha planteado un objetivo concreto en su existencia. Simplemente viven.


Hay personas que quieren poder y estatus, otras desean ser cultas y, por tanto, libres, o hay quienes vienen a este mundo a querer y a que les quieran, como decía Joan Manuel Serrat. Pero abundan los que jamás han pensado en ello, los que no se preguntan por qué trabajan en una empresa o en la administración pública, por qué se casaron con tal persona o por qué tienen equis hijos. ¿Están haciendo lo que de verdad desean? Como me decía Rocío Rentero, coach y directora de Faeem, el estrés aparece cuando existe una incoherencia entre lo que piensas y lo que haces.


Hace un tiempo me hablaron de un estudio que afirmaba que un elevadísimo número de personas, cuando estaban en el lecho de muerte, se arrepentían no de haber hecho esto o aquello, sino de no intentar en su momento lo que más anhelaban. Es triste. ¿Por qué no lo hicieron? Probablemente por temor a dar ese primer paso que podía deshacer el camino andado y porque se sentían muy confortables en la seguridad.



El filósofo José Antonio Marina asegura que el ser humano está sujeto a dos fuerzas que pueden tirar de él. A una gran mayoría les impulsa la búsqueda del bienestar, y otros –muchos menos- viven en una permanente búsqueda de aventura. Sin embargo, si tomamos como referencia el estudio que antes mencionaba, es posible que los aventureros sean bastantes más de los que pensamos. 


Quiero decir que el ser humano está preparado genéticamente para la aventura, pues el mero hecho de sobrevivir le ha exigido a lo largo de la Historia una gran capacidad para el riesgo. Al sapiens primitivo le acechaban múltiples amenazas que debía sortear mediante ingenio y valor. El hombre y la mujer de los últimos cien años han visto, en cambio, reducido ese cúmulo de amenazas de forma sideral, porque la sociedad –en el primer mundo- les ha permitido una vida más tranquila, lejos de los peligros y preocupaciones que acuciaban a nuestros ancestros. 



Aunque no hay que echar la vista tan atrás en el tiempo. Hace apenas cincuenta años en algunos pueblos de España la vida era fuertemente hostil y el bienestar una quimera. Vayan ustedes a cualquier despoblado de la sierra de Filabres (especialmente dura debió ser la vida en Los Canos, Serón). El progreso ha procurado que nuestras vidas sean mejores, pero al mismo tiempo ha significado que el número de personas aventureras, en buena lógica, se haya reducido. 


Hablábamos del propósito: ¿no está más relacionado con la aventura en vez de con el bienestar? Creo que sí, admitiendo por otra parte que el bienestar también puede ser un propósito, pero con otros matices. Por ello, en el mundo actual resulta muy difícil que mucha gente sepa cuál es el suyo en la vida. Porque no lo necesitan. Sin embargo, al final de sus días emerge el aventurero que llevamos dentro y demasiados acaban lamentándose de que no intentaron lo que debieron intentar. 





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