Dos mujeres

Javier Adolfo Iglesias
00:47 • 11 mar. 2021 / actualizado a las 07:00 • 11 mar. 2021

Dos mujeres vuelven a la actualidad justo cuando el feminismo español está dividido y peleado por el poder y por los conceptos. 


Nevenka Fernández y Cristina Ortiz, alias ‘La Veneno’, acaban de ser fagocitadas por el feminismo postmoderno.




De la primera se acaba de estrenar un documental en Netflix, mientras que sigue triunfando la reciente serie televisiva inspirada en la segunda. El documental sobre Nevenka Fernández recuerda a esta joven concejal de Hacienda de Ponferrada, quien en 2001 denunció por acoso sexual a Ismael Alvarez, su jefe de filas y alcalde de la ciudad leonesa. Es fidedigno en lo que cuenta y muestra pero es falsificador en lo que no destaca e incluso en lo que oculta. 


Se incide en la triste verdad, que miles de vecinos ponferradinos salieron a la calle a apoyar al acusado de acoso sexual y a denigrar a la joven economista denunciante. Sin embargo no se destaca al mismo tiempo que el pujante feminismo de hoy no salió en su apoyo. También se destaca al terrible fiscal García Ancos, quien dio por sentado que a “una cajera de supermercado le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos”. Pero el documental producido por Ana Pastor pasa de puntillas por la figura del juez que le dio la razón a Nevenka, y lo hizo usando el mismo código con el que se condenó a los indeseables de ‘La manada’. Ese mismo juez reprendió al fiscal por su comentario vejatorio y el fiscal fue destituido. ¿Quién lo destituyó? Un señor llamado Jesús Cardenal, el fiscal general nombrado por José María Aznar con aspecto de ser el hermano malo de Montoro. Y encima del Opus Dei



En tercer lugar, lo narrado en este producto audiovisual se están equiparando de forma grosera al movimiento ‘Me too’ de los Estados Unidos. Y tampoco tiene nada que ver. En EEUU el #Metoo es eficaz, arrinconó a un todopoderoso depredador sexual de actrices mientras que el feminismo actual en España es inoperante, tanto como el ministerio de Irene Montero, que tiene paradas las dos únicas leyes en las que ha trabajado. La del ‘solo si es si’ cumple ahora un año, desde que el vicepresidente Iglesias insultó en público a sus compañeros de gabinete, a los que llamó ‘machistas’.  


No me imagino a Montero reprocharle a Carmen Calvo: 



- “¡Me estás haciendo ‘mansplaining!”. 


- “Perdona bonita, pero yo no soy un hombre”, le contestaría la vicepresidenta.  


El feminismo español es único en el mundo. Anda peleado en mil batallas cruzadas: El feminismo anticapitalista contra el liberal, el clásico de luchadoras como Lidia Falcón contra el de las jóvenes airadas ‘queer’, el conciliador contra el ‘prietas filas contra el hombre’. Si la feminista habla castellano en Cataluña le desean violaciones en masa, y si es católica la insultan y echan de las manifestaciones. Este es el triste panorama en España. 


El feminismo español es confuso y difuso, da vueltas sobre si mismo, es rentable y pícaro, apasionado y dogmático. El feminismo español es literario, estético y festivo, como la Semana Santa o el Carnaval. Es melodramático, locuaz y verborréico. Prefiere lemas y memes al trabajo real de detectar problemas, buscar pleitos y ganarlos en los tribunales o en el parlamento, como hizo el gran feminismo en Estados Unidos, con mi admirada Ruth Bader Ginsburg a la cabeza. “Tenemos que encontrar espacios para soñarnos”, decía el lunes Sira Rego en la jornada 8-M de Podemos. 


El feminismo en España vive en su propio sueño; es quijotesco. Se basa en el relato y como don Quijote vive recreando sus hazañas, combatiendo sus molinos y caballeros del patriarcado. Por eso en las vísperas del 8-M salieron sus ‘caballeras andantes’ a denunciar ‘criminalización’, que es como un encantamiento de nuestros días.  


Y a la recién salvada Nevenka le sigue otra épica batalla para rescatar a la Aldonza de Adra, la más bella princesa de la Casa de Campo, que a pesar de que ella no quiso ser considerada ‘ni santa ni puta’ hoy es elevada como la Dulcinea del feminismo ‘trans’. Si pudiera verlo ella con su tiburón, ¡digoooooo!.  


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