La tercera ola

Rafael Torres
01:01 • 26 nov. 2020 / actualizado a las 07:00 • 26 nov. 2020

El pensamiento es libre, pero a menudo descabellado: pensar en la Navidad, en las “fiestas”, en las compras, en las cenas familiares vagamente pantagruélicas a causa de los inevitables langostinos gomosos, en los viajes de acá para allá, en las tensísimas comidas de empresa y en las cabalgatas desnaturalizadas desde que el rey Baltasar no es un concejal embetunado, pensar en todo eso mientras el parte nos arroja la última hora de la tragedia, quinientos y piso compatriotas muertos en un día, quinientas y pico terribles agonías en 24 horas, no sólo desvela la pobre naturaleza de semejante pensamiento, sino que nos anuncia, o mejor, atrae, la tercera ola.


En realidad, nunca hubo una primera ola, ni estamos en la segunda, ni habrá una tercera y una cuarta: es la misma ola. La pandemia no viene por entregas, sino que es la misma marea ondulada, y es fácil averiguar cuándo sube y cuándo baja esa marea. No es la luna la que dicta el flujo, sino el comportamiento social, de suerte que, como se sabe, cuando nos quedamos en casa o salimos lo justo, y extremamos las medidas de prevención, y pasamos de ocios diurnos y nocturnos por mucho que el castigado sector tenga, como todos, que apretar los dientes, la marea baja, las olas se alejan, y cuando sucumbimos a la impaciencia y al pensamiento pueril como ahora, que Gobierno, Comunidades y particulares andan planeando los excesos permitidos en “las fiestas”, como si los excesos pudieran planearse y permitirse, la marea subirá, las olas volverán a romper con violencia en nuestra orilla, llevándose al fondo a quienes, por su avanzada edad, nadan demasiado débilmente como para escapar sanos y salvos de la resaca.


La tercera ola, la tercera ondulación de la marea alta ya se vislumbra en el horizonte de enero y febrero. Puede que en los próximos días, o semanas, amainen los contagios a consecuencia del toque de queda y de las restricciones, pero eso será un espejismo que nos induzca a beber como agua la arena del desierto. No se concibe peor escenario pre-navideño que el de la falsa percepción de mejoría en el estado de la mar. Lamentablemente, los virólogos sensatos que advierten de esto no son unos cenizos, y cuantos les escuchamos, tampoco. Ahora bien; hay otra Navidad, íntima, casera, nostálgica, musical, para quien tenga la inteligencia y el buen gusto, no necesariamente la fe, de ir a buscarla al desván de los trastos viejos.






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