La niña de los lunares

Rafael Torres
22:26 • 23 nov. 2020 / actualizado a las 07:00 • 24 nov. 2020

En el Madrid asediado de la Guerra Civil, al edificio de la Telefónica, blanco predilecto de los obuses del 15 y medio con que los rebeldes atormentaban la ciudad desde el Cerro Garabitas, los madrileños le dieron el apodo de “La niña de los lunares”: una cuadrilla permanente de albañiles iba rellenando los boquetes que los proyectiles hacían en la fachada con lo que tenían a mano, mortero y ladrillos de diferentes tonos. Así, la Ley de Educación, agujereada y rellenada ocho veces en las últimas décadas por gobiernos de diferentes colores, parece también una niña, aunque algo talludita ya, llena de lunares.


Aunque la recién presentada Ley Celaá ha suscitado un gran rechazo entre los que, o bien aborrecen la educación universal, igualitaria y pública, o bien no se la han leído, contiene, no obstante, razonables mejoras en el sistema educativo, como la del fortalecimiento de la enseñanza pública precisamente, y otras no tan razonables, como la de la preterición del castellano en algunas autonomías, aunque ésto ya viene ocurriendo en la práctica desde hace mucho. Valoradas en conjunto, las modificaciones que hace la Ley Celaá sobre la de su antecesor, Wert, no pintan mal, pero no dejan de añadir otro parche, otro tono, al edificio por cuyos agujeros se escapa amustiado el talento natural de tantas criaturas, situándonos en lo alto del podio de los más iletrados e ígnaros.O dicho de otro modo: hasta que no se construya un edificio enteramente nuevo desde los cimientos al tejado, diseñado por ilustres pedagogos, científicos e intelectuales, esto es, por sabios y no por sectarios de quita y pon, que concite el consenso y el compromiso de todas las fuerzas políticas en cuidarlo y mantenerlo, es decir, hasta que la Educación no sea un bien nacional dotado de la máxima protección, seguirá siendo una niña de los lunares chapuceada.


El visceral rechazo a la Ley Celaá, que es en realidad el rechazo a los controles y limitaciones sobre una escuela concertada que en buena medida se había desmandado y había engordado por encima de sus y de nuestras posibilidades, no traerá con su crítica acerba el gran debate nacional sobre la Educación y la necesidad de dotarla de ese nuevo edificio luminoso, espléndido, sólido y moderno que España necesita. La misma expresión callejera de ese rechazo, miles de coches en movimiento dando un buen chute de CO2 a las ciudades, ya ilustra sobre su naturaleza tan escasamente educativa y educada.







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