Las Cortes, pasarela de las mascarillas coloridas

Fernando Jáuregui
07:00 • 21 oct. 2020

España es país que se perece por lo anecdótico, por el detalle en lugar de la categoría, por el chisme en lugar de la información en profundidad, por la especulación sustituyendo a la filosofía. Puede que algo de esto explique el que ostentemos un récord europeo en rebrotes de virus -palabra, la frivolidad ambiental también favorece al virus_y otro en mala recuperación de nuestra economía devastada. O que, sustituyendo a un verdadero debate sobre el estado de la nación, que no se celebra desde hace cinco años, hayamos de conformarnos con esa caricatura de debate parlamentario que es la moción de censura de Vox, que nos llega este miércoles con los peores augurios sobre la calidad anti-castelarina del discurso de muchas de Sus Señorías.


Verá usted cómo, por ejemplo, la sesión se va a convertir más en una pasarela de mascarillas, llenas de originalidad y colorido vario, que de reflexiones profundas acerca de cómo hemos llegado a este millón de infectados y vaya usted a saber si casi sesenta mil muertos. Ya imagino que el vicepresidente segundo del Gobierno del Reino de España, hombre de estética, ejem, cuestionable, aunque sobre gustos no haya nada escrito, nos aparecerá con un disfraz no sé si evista -de Evo-, republicano, anarco-sindicalista, sanitario*la colección es variada, y dará para más comentarios aún que sobre quién es el estilista que decide la elección de las camisas de Fernando Simón. O sobre el porte legionario de Santiago Abascal, que también dedica sus buenas horas a definir con qué escudos enmascararse.


Todo puro humo, insensatez continua. Como emprenderla martillazos con la placa dedicada a Largo Caballero o soltar que los toros son fiesta no pacífica, como ha hecho el hasta ahora desconocido ministro de Cultura. O tantas otras sandeces por los que discurre el río contaminado de la ‘anti-política’ nacional.



De lo que digan Abascal o, en el otro extremo, Iglesias, porten las mascarillas que porten para poner sordina a sus demasías, no espero gran cosa, la verdad. De los Rufián y compañía qué quiere usted que le diga: será una mascarada. Arriesgándome a que me acusen, una vez más, de equidistante, no tengo más remedio que confiar en la presunta sensatez de Pedro Sánchez -aunque teniendo a Iglesias a su lado en el banco azul no sé, no sé_y en la de Pablo Casado; además, claro, de la cordura (ahora) de Inés Arrimadas, que recibe ataques a diestro y siniestro por el mero hecho de tratar de jugar (ahora, repito) un papel centrado, quizá hasta centrista. País.


Ojalá, digo, más bien ruego, no se equivoquen una vez más Sánchez y su no tan bienquisto Casado. No se gustan, ya lo hemos visto, aunque sospecho que hablan entre ellos más de lo que dicen: otra cosa sería inconcebible, aunque en este país lo inconcebible es lo más fácil de concebir. Tienen que entenderse ¿no lo entienden? Comenzando por la renovación de los jueces y siguiendo, fíjese hasta dónde me atrevo, con los Presupuestos. Leo un artículo luminoso de Esteban González Pons, eurodiputado del PP, que se pregunta “¿por qué la Bélgica inviable funciona mejor que la España viable?”. Porque ellos dialogan sin descanso para resolver los conflictos belgo-belgas. Y aquí, nosotros, nos liamos a garrotazos goyescos para ‘resolver’, es un decir, los más peculiares contenciosos hispano-españoles. Lo dicho: país.





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