Un amigo con barco

Cristina Torres Ripoll
09:33 • 12 ago. 2020

Odio a la gente con barco. No sé si se debe a mi pijofobia o a la frustración que me crea el hecho de no tener uno. Mi Instagram se ha convertido en un Festival del Mar al que nadie me ha invitado. Gente estupenda con barcos por todos lados. Malditos.


Nunca he tenido barco, ni una triste zodiac hinchable. Mi desgracia marítima es tal que lo más cerca que estuve de navegar fue cuando, siendo niña, la corriente me llevó mar adentro en un flotador con cabeza de dinosaurio. Entonces mi tío tuvo que saltar de unas rocas y rescatarme de aquel esperpento. Sin embargo, nunca cejé en mi empeño por convertirme en una marinera aviesa. En la mar no era especialmente hábil, aunque siendo sincera, tampoco lo era en tierra firme, pero hice mi primera comunión vestida de marinera con la esperanza de conseguir un título de capitán por la gracia de Dios.


Mi infancia de clase media me permitió acercarme a los patinetes con tobogán e incluso alquilar alguna pequeña embarcación, pero yo quería uno de esos veleros que salían por la tele. Sentirme parte de esa gente con barco que sale a navegar.




Cuando llegué a la universidad, coincidí con numerosos “hijos e hijas de”. Imaginé un verano surcando los mares con el moreno propio que te otorga la proa de un velero, pero ese deseo naufragó como también aquellas amistades insulsas. Volví a mi patinete con tobogán por 10€ la hora.


No creo que la mía sea una obcecación extraña. Estoy segura de que mucha gente, al igual que yo, se pregunta por qué todo el mundo tiene ahora un barco. A veces pienso que han construido una maqueta a gran escala durante el confinamiento. Si fuimos capaces de hacer pan, yoga y jabón, de qué no seremos capaces. Igual Ikea ha empezado a vender veleros y no me he enterado.




He decidido asumir que no podré comprar un barco. Así que cuando mi Instagram me regala una nueva instantánea de alguien disfrutando de una velada en el mar, imagino un naufragio. Mi crueldad va en proporción al tamaño del barco. Así puedo ser de mezquina.


El otro día un amigo colgaba un vídeo navegando y, mientras yo planeaba su hundimiento, observé un atisbo de tristeza en ese rostro bronceado y comprendí que la gente con barco no es feliz. Piensen por un momento en los gastos que conlleva esos momentos de postureo y felicidad efímera en la mar. No compensa. Así que me he decidido a buscar un amigo con barco con el que compartir tristezas o gastos. Interesados aquí.




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