El eterno amor de un centenario

José Luis Masegosa
07:00 • 03 ago. 2020

Se cumple este año el centenario de la publicación, en Madrid, del primero de los dos primeros libros de  poemas de León Felipe, contenidos en “Versos y oraciones del caminante”, en tanto que el segundo libro vio la luz, nueve años más tarde, en Nueva York. Algunas de las composiciones contenidas en esta publicación han alcanzado una gran proyección y divulgación al ser musicalizadas por dos de las voces españolas más reconocidas en el ámbito de la canción de autor: “Como tú”, cantada por Paco Ibáñez, y “Vencidos”, interpretada por Joan Manuel Serrat.

 

“Debí nacer en la entraña/de la estepa castellana/y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;/ pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,/y mi juventud, una juventud sombría en la Montaña./” cuenta el combativo  vate republicano, adscrito a la Generación del 27, en su poema “!Qué lástima¡”. Ese pueblo del que no recordaba nada su ilustre hijo, uno los poetas más populares del siglo XX, es Tábara, capital de la comarca zamorana de Aliste, Tábara y Alba, en donde al pie de la estatua que reconoce a su persona, en la Plaza Mayor, un centenario paisano, conocido como el “Poeta del pueblo”, sí recuerda a León Camino Galicia de la Rosa, identidad completa de León Felipe, a quien, de alguna forma, debe su tardía vocación literaria y su más de medio centenar de poemas –editados por su familia- que cuentan y cantan, en su mayoría, el dolor, la tristeza, la melancolía y la ausencia del amor roto por la muerte, pero jamás arrebatado.



A la sombra del cobijo vegetal que regala al caminante la Plaza Mayor de Tábara, junto a un modesto rosal, la mañana encuentra a Césareo Pérez sentado sobre su silla de ruedas, tocado de gorra negra y mascarilla en boca, absorto en la lectura diaria , sin necesidad de lentes;  en esta ocasión son las aventuras del western noveladas por Marcial Lafuente Estefanía las que cuentan el tiempo pausado y sosegado de este tabarés, que a sus cien años –“según dicen por aquí”, bromea-  muestra un inusitado sentido del humor y un abierto talante que abren el laberinto multicolor de un siglo de vida, que le ha enseñado mucho, pero sobre todo a reconocer y a elogiar la percepción de una pensión económica. Cumplidos todos los años de escolarización –“siempre fui el primero de la escuela, aunque esté mal decirlo”, advierte sin pudor el lector-, Cesáreo, como otros muchos paisanos de la España rural, emprendió el éxodo migratorio: Zamora, Madrid, Barcelona y Alemania, en donde se familiarizó con la avanzada industria tecnológica germana.


Años después regresó a Madrid y la experiencia y conocimientos tecnológicos aprendidos le permitieron incorporarse  al Hospital Militar Central de la Defensa “Gómez Ulla”, donde alcanzó su jubilación. La pérdida de Paquita, “Kika”, su mujer, sumió a Cesáreo en una profunda desolación, quien, muy afectado, regresó a su pueblo, donde, a pesar de su edad, hoy mantiene viva la llama del amor perdido.



 Una de las primeras visitas al hogar del jubilado de Tábara reencuentra a Cesáreo con uno de los libros de su paisano León Félipe. Atraído por un deseo incontenible de provocar la explosión del volcán de sentimientos que llevaba en su interior y el convencimiento propio, nada modesto, de que sus poemas podrían ser tan buenos como los de su exilado convecino, el longevo tabarés no dudó en dejar hablar a su henchido corazón, que desde el día emprendió una eterna conversación con su otro corazón: “Salgo a la calle desconcertado/ sin saber cómo al cementerio llegué/ para preguntarle a mi Paquita por qué se fue./ Ella me contesta con el alma porque en palabras no puede ser/ Cesáreo, ten esperanza que algún día volveremos a vernos./Yo viviré con la esperanza y también con la ilusión/a ver si algún día nos volvemos a juntar los dos”. Víctima de la ausencia de su compañera, Cesáreo se aferra reiteradamente a la esperanza del reencuentro: “..Con  ése suspiro Kika, muy tristes nos has dejado,/ que estés al lado de Dios y seas feliz a su lado,/ siempre tendré presente aquel último suspiro,/ que se me clavó en el alma y ahí lo llevo metido./ Con el último suspiro te fuiste, Kika, con Dios/Espérame a ver si algún día nos volvemos a juntar los dos..” A sus cien años, el paisano de León Felipe vive enamorado de su compañera, aunque la muerte los haya separado. Tal vez su amor sea eterno.




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