Disculpen lo precipitado de esta columna. Puede que me baile alguna coma u olvide una tilde. Se debe a la emoción con la que me entrego a lo que a continuación les voy a relatar. Yo no quería escribir sobre una náufraga, todos saben del pavor y temor que siento por la inmensidad del mar. Sin embargo, Marta Rodríguez, al igual que a ustedes, me invitó a su particular isla de palabras: Cuando fui náufraga. Un diario de cuarentena purgante, repleto de textos que alivian y acompañan, y que ayer llegó a mi buzón.
Aterrizo sobre estas páginas con la sutileza y delicadeza de quien se asoma a lo ajeno, como si estuviera cometiendo un despropósito al navegar en torno a la intimidad de esta isla. En este discurso, la vida sencillamente pasa, pero eso sí: lo hace confinada. Las palabras se intercalan entre las anécdotas e historias que Marta capta con la lucidez propia de una observadora aventajada. Dice espiar a sus vecinos y yo lo hice con cada uno de sus artículos. Asomándome a una ventana indiscreta, la suya, y acercándome un poco más a lo que tenía más lejos: la tierra querida.
Cuando fui náufraga comienza con un reto, el de convertirse en un diario de cuarentena y así lo atestiguan las cuarenta entregas que componen esta serie. Marta no ceja en su empeño de mostrar lo que hay de extraordinario en una diva confinada, un ciclista de garaje o el viejo que "sale cada tarde a la calle y se sienta en su banco de siempre a mirar el infinito". El diario emerge en el vaivén de las fotografías que ilustran las columnas que las inspiran.
El lector se hace partícipe de múltiples historias que "navegan a la deriva por el océano de una pandemia", pero también se hace cómplice de la soledad que hay escondida en estas líneas. Ya lo advierte la maravillosa Marta: "Este diario es pura supervivencia". Me la imagino en su apartamento de 18 pasos, con los cables tirantes y una cuña de queso en el frigorífico. ¿Tendrá una quesera? Debería enviarle una a la redacción.
En cada una de estas columnas, Marta no se limita a hurgar en la frivolidad, eso sería recurrir a lo previsible. Así Cuando fui náufraga nos descubre los miedos exorcizados, los estigmas del confinamiento y que 40 en números romanos se escribe XL.
Releer este libro en papel hace aflorar el relato que quedó diluido en el recuerdo. Como una náufraga más me acerco a las palabras que me acompañaron en el confinamiento, a esos mensajes en botella que nos advertían que saldríamos de esta. Querida, te espero en el rebrote. Será un placer volver a tu isla.
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